COMPLEJIDAD Y MEMORIA DE UNA ASIGNATURA PENDIENTE O
de cómo el futuro de las prácticas profesionales Por
Felip Gascón i Martín
Dicho de otro modo,
tratamos de establecer correlaciones entre teoría y práctica,
entre la conceptualización científica de los problemas que
le son propios y las formas de resolverlos a través de formas cada
vez más sofisticadas de aplicación y apropiación
de ese conocimiento por la sociedad. Es por lo mismo que uno de los temas
sensibles para el control social sobre las ciencias, cualquiera sea su
especialidad, dice relación con la deontología profesional,
los procedimientos éticos -y yo añadiría estéticos-
con que la sociedad trata de armonizar los avances científico-tecnológicos
con la satisfacción de necesidades que justifican la inversión
de presupuestos por parte del Estado y otras formas de financiamiento
privado que, históricamente se han conocido como filantropía
o mecenazgo. Al respecto, la historia constituye siempre el mejor de los contextos para encontrar identidades y territorios. Me refiero a los procesos de institucionalización, a las estructuras, materiales y mentales, a los paradigmas, a las funciones, mediaciones, apropiaciones, usos e interacciones sociales que explican la ontología de una disciplina, pero sobre todo quiero enfatizar en sus contribuciones y/o resistencias a la innovación, a los procesos de transformación de las sociedades donde se gesta toda matriz de pensamiento. Tenemos que revelar esa subjetividad opacada de las ciencias para dar la posibilidad al nacimiento de una nueva historia de la humanidad, menos hegemónica y excluyente, que interprete a las teorías desde la práctica social. Como comunicadores sabemos que no existe ninguna matriz de pensamiento que se construya al margen de determinadas relaciones socio-culturales; ello aceptando un primer paradigma disciplinario, que define nuestro objeto de estudio en las formas de conservación y transmisión de la memoria social. Desde esa perspectiva ecológica, las tecnologías, sistemas y medios de comunicación pueden ser considerados como mediums encargados de reproducir material y simbólicamente el conocimiento, formas de vida y comportamiento de una realidad social concreta, es decir la suma de las memorias personales y colectivas. (Uno podría preguntarse si es que los mediums tienen el poder suficiente para invocar a los espíritus del tiempo y no sólo contaminar la imaginación social con los fantasmas del presente). Por ello, cuando determinados autores sitúan la historia de la comunicación en el nacimiento de los medios y la cultura de masas, y relatan cronologías de introducción tecnológica desde ese momento histórico no se trata de un acto inocuo, sino de una doble reducción en su mirada: la reducción de la memoria histórica a las relaciones de producción y re-producción impuestas por el capitalismo, la revolución industrial y la sociedad de masas; y la negación del protagonismo de los hombres y mujeres como agentes de la vida social (Moreno, 1999). Y es desde este ejercicio de revisión crítica sobre la demarcación de las fronteras espaciales y temporales de nuestro territorio, que podremos pensar de qué manera nuestros relatos del presente contribuyen a reconstruir la comprensión del pasado para reelaborar el futuro. Esta perspectiva compleja, que pudiera resultar paradójica para algunos, constituye la más simple de las contribuciones que, a mi entender, debería expresar la formación intelectual de todo periodista o comunicólogo. Es esta una perspectiva interdisciplinaria que tiene como deber ser la restitución del derecho a la comunicación de la sociedad civil, orientada desde un ejercicio de de-construcción de teorías, metodologías y prácticas que posibilite poner en el centro de nuestras explicaciones a la humanidad y no a las tecnologías; a la vida social y no a las instituciones que tratan de regularla. Es en nuestra vida cotidiana donde reside la memoria, donde todo sucede y se sucede, donde la emoción de las prácticas sociales fundan la comunicación y la razón al servicio de la hegemonía, el poder de persuadirla. La institucionalización de la comunicación ha significado hasta ahora su des-socialización, el dominio expandido a escala mundial sobre la imaginación de la sociedad como posibilidad de lo que puede llegar a ser/no ser. Y estos medios de transmisión que hoy conocemos son la condición necesaria para aprender lo que se nos deja ser; recordemos aquella máxima que dice que es más difícil desaprender lo aprendido que aprender de nuevo. El estudio de las comunicaciones en Chile: un diagnóstico provisional Nuestro país cumplirá el 2002 los 50 años de enseñanza del Periodismo y me parece muy pertinente comenzar a matizar el grado de complejidad y diversificación que la disciplina ha alcanzado, en comparación con otros países vecinos de similar trayectoria histórica. Ello, considerando que es todavía una asignatura pendiente el desarrollo de estudios historiográficos locales que nos ayuden a recomponer las trayectorias personales y colectivas que han contribuido al estado actual del campo formativo y las funciones y disfunciones con que la variable del campo laboral pueda asociarse a las orientaciones tanto en la formación profesional o la consideración de habilidades técnico-instrumentales; la creación de valores, entre los que destacan los propios de la sociología profesional (rutinas y los valores-noticia, los valores socio-políticos, ético-deontológicos, estéticos, etc.); la cohesión del campo científico-epistemológico y los paradigmas explicativos propios en competencia/complementación con otras aproximaciones inter, trans o pluridisciplinarias, etc. Así, considerando esa gran limitación, podemos reconocer que en materia de estudios de la comunicación Chile llegó a tener un liderazgo importante en el contexto latinoamericano a fines de los '60 e incios de los '70, cuando emerge un importante debate entre humanistas críticos y marxistas (ver Bravo y Gascón, 2001) influido por la sociología del desarrollo, la teoría de la dependencia, la teología de la liberación y la pedagogía del oprimido de Paulo Freire que se proyectará al desarrollo de la comunicación educativa, el análisis de los discursos y la industria cultural, los primeros estudios sobre el cómic infantil, el tratamiento de la juventud en la prensa liberal, perspectivas de género en el análisis de la prensa rosa y las fotonovelas, entre otros que son considerados clásicos para la disciplina, como el trabajo de Armand Mattelart y Ariel Dorfman (1972) Para leer al Pato Donald, por citar alguno de los más relevantes de la época. Esas perspectivas fueron alimentándose incluso en los difíciles '80, ex-portas de la Universidad, con análisis sobre la cultura autoritaria y el sistema de comunicaciones en los regímenes militares y las propuestas de la comunicación popular y alternativa, donde se perfilaba la temática de la identidad y la participación activa en la constitución del sujeto popular, junto al debate sobre políticas de comunicación democratizadoras, dando cierta densidad y reconocimiento a los aportes disciplinarios. En la actualidad, no obstante, la supremacía del paradigma de la comunicación-mercado (Esteinou, 1998) parece haber barrido la memoria histórica de la academia, siendo escasos los espacios de debate y reflexión crítica a nivel nacional que abran nuevas interrogantes y propuestas comunicacionales, que contribuyan a consolidar líneas de trabajo investigativo con poder de influencia hacia el mejoramiento de la formación. Como también el aporte de la disciplina al rol crítico de la universidad como agente promotor de desarrollo. Mientras en Brasil, Argentina, Perú y Bolivia, por citar a los vecinos más próximos, se consolida la formación de posgrado y las revistas especializadas; se multiplican los seminarios, conferencias, congresos y festivales de creación mediática, todo ello con una agenda temática actualizada y atenta al debate mundial; en Chile vivimos una terrible paradoja: la pobreza comunicativa en la opulencia tecnológica. Ello a pesar de las más de 40 Universidades que imparten estudios de Periodismo y Comunicación. Ojalá el diagnóstico promovido por FELAFACS sobre formación y campos ocupacionales a nivel latinoamericano hace ya varios años y que fue impracticable entonces en nuestro país, pueda desmentir estas afirmaciones, ahora que la ASEPECS desde la iniciativa de la Universidad de Chile asumió el esfuerzo de retomar el diagnóstico. Pero lo cierto es que la filosofía del mercado ha sobrecalentado nuestro campo - como en pasadas décadas lo hiciera la excesiva ideologización - ampliando la oferta y la demanda por formación, al mismo ritmo que la competencia, lógica que supuso la multiplicación de universidades privadas, trastocando el frágil equilibrio del sistema de universidades tradicionales. No soy contrario a la existencia de universidades privadas, como tampoco a la competencia por la excelencia, aunque sospecho que a pesar de todo, la diversidad formativa no es proporcional al crecimiento cuantitativo de la oferta. Discúlpenme pero sí he cometiendo una omisión importante, que puede caracterizar la última década del siglo que se fue. Influida por la pragmática neoliberal, las corrientes postmodernas y la era de la globalización, la determinación de la formación a las reglas del mercado ha resultado ser la propuesta que emerge con más fuerza en nuestro campo, de la que se desprenden fetichismos tecnológicos y una sobredimensión de líneas de trabajo vinculadas al marketing, que apuntan hacia el retroceso de una investigación administrativa y parecen confirmar la emergencia de una era post-disciplinaria. Era en que la funcionalidad de las políticas de investigación se difuminan en las fronteras de las estrategias gubernamentales, reduciendo, más que complejizando, las perspectivas críticas y propositivas frente a las nuevas formas de exclusión de los sectores desposeídos, confundiendo la construcción de ciudadanía, la participación y el rol de la opinión pública como factor de profundización democrática con la autorregulación del mercado cultural-comunicativo y la libertad de los consumidores, ambos suficientemente maduros -dicen algunos- para participar, identificar, competir, distinguir y elegir. ¿Cuál es entonces el meollo del problema de la formación? Aunque sea a título de hipótesis exploratorias me arriesgaría a plantear algunos aspectos de la crisis:
Periodística/Comunicología. ¿Competencia o complementariedad? La primera constatación que me ha ayudado a interrogarme sobre dónde situar los paradigmas existentes en los estudios de la comunicación, podríamos contextualizarla en el nacimiento mismo de la comunicación humana. La comunicación no empieza ni termina en los medios de comunicación, las tecnologías de las mediaciones sociales constituyen, como la historia, una espiral en la que se superponen cada vez más complejos y sofisticados procedimientos para dinamizar un proceso básico de socialización y de intercambio de mensajes y símbolos. Hoy se habla de mediología para sistematizar las formas en que toda cultura organiza el pensamiento y las formas en que se regulan institucionalmente los intercambios del conocimiento y de la práctica social. Por así decirlo, las primeras formas de organización socio-cognitivas, de transmisión, acceso, participación, ritualización, apropiación y reproducción comunicativas, podríamos situarlas en las representaciones mágico-religiosas de las culturas prehistóricas. Y reseguir los esfuerzos de la humanidad por conservar y transmitir la memoria oral, la memoria imaginaria y simbólica, hasta las primeras representaciones alfabéticas, que calificamos como históricas, y que han ido institucionalizando el conocimiento y los intercambios sociales. Valorando el significado de este largo proceso de conservación de la memoria, Hans Magnus Enzesberger, poeta, ensayista y cientista de la comunicación, al recibir el Premio Heinric Boll en Alemania dedicó sus agradecimientos a los analfabetos: "...los analfabetos fueron los que inventaron la literatura. Sus formas elementales, desde el mito a las rimas infantiles, desde el cuento a la canción, desde la plegaria al acertijo, son todas ellas mucho más antiguas que la escritura. Sin la tradición oral no habría poesía; sin los analfabetos no existirían los libros" (Magnus Enzesberger, 1986: 130) Desde esta perspectiva, la historia de la comunicación nos plantea el gran desafío de contextualizar el estudio de nuestra disciplina en tres grandes direcciones: el arte, las ciencias y las técnicas de las mediaciones sociales. Es esta una perspectiva interdisciplinaria que, basada en las ciencias humanas y sociales, nos abre caminos explicativos desde la antropología, la biología, la filosofía, la etnografía, la lingüística, la semiótica, la estética, la sociología, la psicología, la ciencia política, la economía, por citar sólo algunas partes de nuestro territorio. Territorio que hemos ido poblando y densificando de redes comunicativas. Por qué no estudiar las mediaciones sociales desde la organización del territorio, lo que entendemos hoy como ecología de las comunicaciones, y donde constatamos la definición de la identidad personal y colectiva desde el intercambio de personas, bienes materiales y simbólicos a través de la extensión de redes de comunicación, el entramado de las carreteras, las vías marítimas, férreas, submarinas, aéreas, espaciales, gracias a la alimentación de tecnologías de energización y transmisión como las bioenergías mecánicas humana y animal, hidráulica, solar, eólica, térmica, eléctrica, electrónica, magnética, atómica e informática, que han posibilitado el desarrollo de cada una de las formas y soportes en que se ha concretado históricamente la comunicación social. Tal vez no sea necesario reinventar nuestra disciplina, aunque sí volver a los cauces de la crítica académica para considerar aspectos cruciales en la planificación curricular. Una primera pregunta que relaciona los desafíos de todo plan de estudios con las necesidades de la sociedad y el perfil de los profesionales que deben responder en la mejor forma posible a dichas necesidades tiene un cuestionamiento de fondo sobre la disciplina. ¿Cuál es el título más pertinente el de licenciado en comunicación social o el de licenciado en ciencias de la comunicación? Esta primera pregunta nos abre un abanico de nuevas interrogantes derivadas sobre las que deberemos profundizar: · ¿Qué
tipo de profesionales distintos pueden formarse a nivel superior, correspondiendo
a esa distinta forma de enfocar el grado académico? · En este último caso, ¿el aprendizaje del oficio justificaría la actual estructura de los estudios superiores o sería preferible un ciclo corto de formación teórica compatibilizado con un sistema de entrada y salida a los medios, en condiciones tales que pueda garantizarse la co-responsabilidad formadora de los medios, mediante una regulación estructurada, institucionalizada y reconocida tanto por parte del sistema educativo, mediante la certificación de un título, como por el sistema mediático que debería destinar parte de sus esfuerzos y recursos a esta modalidad mixta de formación profesional? · De todo lo anterior se derivaría una última pregunta de cierta complejidad y que resumiría las anteriores ¿cuál es la misión académica de las facultades, escuelas y carreras de periodismo y comunicaciones? ¿Cómo se estructuran sus planes, programas y proyectos de investigación, creación, formación y extensión? Y, especialmente, qué filosofía orienta la selección y promoción del cuerpo académico que deberá asumir la responsabilidad de llevar a la práctica la misión, visión y políticas de las instituciones formadoras de los profesionales de la comunicación? Dicho esto trataré
de definir, según la interpretación de Héctor Borrat
(1990), los rasgos que caracterizarían, aunque sea idealmente,
las visiones encontradas de dos identidades profesionales y territorios
simbólicos y prácticos de desarrollo que pugnan por perfilar
teóricamente la disciplina de la Periodística dentro de
las ciencias de la comunicación o en sus márgenes. Entienden la formación directamente relacionada con la del periodista generalista, más inclinado a la praxis de los medios. Los saberes profesionales, tanto propios como ajenos, se bastan por sí mismos y no son objeto de análisis crítico. Sus concepciones respecto de la prensa están ancladas en modelos institucionalizados que abogan por el golpe noticioso, cierto grado de espectacularidad y sensacionalismo justificados por el lucro del medio, la influencia social y un prestigio exitista que hace del periodista una estrella, un autor individual excepcional, libre de censura y presiones de cualquier tipo. Se hace evidente la identifiación del periodista con la empresa y con sus estrategias de mercado, sus formas organizativas, sus rutinas, su ética, en fin una ideología profesional que tiende a proteger la autonomía gremialista frente a las críticas del público y el control social. Ello bajo una autoregulación ética que defiende la objetividad, la neutralidad y la independencia como valores supremos, sin cuestionar las políticas editoriales, la democratización de las redacciones, la participación de los periodistas, los derechos y la interacción con el público. Pese a que la situación contractual y remuneracional de redactores y colaboradores de los medios suele ser desastrosa, frente a la inestabilidad y la flexibilidad del empleo y la jornada de trabajo, amén de los niveles de riesgo profesional, los conflictos laborales son mínimos, amortiguados por una baja sindicalización y una mayor dosis de individualismo y competencia que de solidaridad. La concepción de los comunicólogos enraíza lo teórico en las Ciencias Sociales, desde donde justifica la descripción, explicación y evaluación de los saberes profesionales, los que deben estar "sometidos a una crítica constante desde una instancia intelectual consistente rigurosa y sistemática que sólo se encuentra en los saberes científicos". Consideran la práctica como una combinación de la investigación y la creación de modelos y modas nuevos, con la reproducción de los modelos y formas existentes. Conciben al profesional como un periodista especializado y un cientista social, compatibilizando así sus posibilidades de ejercicio profesional en los medios con otras dedicaciones más inter y transdisciplinarias como cientistas sociales, animadores socio-comunicacionales, asesores en estrategias de información y comunicación, investigadores en comunicación y profesores en distintos ciclos de enseñanza, por lo que sus salidas profesionales se diversifican. Sus concepciones de
la prensa se basan en una perspectiva crítica sobre los modelos
existentes y las condiciones de trabajo de redactores y colaboradores,
les lleva a considerar la innovación como camino para transformar
los modelos existentes. Contextualizan los sistemas de textos que producen
teniendo en cuenta un trabajo más colectivo, que involucra niveles
organizativos complejos e implican procesos macrosociales donde se involucra
una nueva visión ética y de compromiso con los derechos
a la comunicación y a la participación de lectores y audiencias
no como meros receptores pasivos de los medios, sino como ciudadanos activos
y participantes. Formación y política-mercado: sospechas de un des-encuentro Llegados a este punto, creo que es necesario y urgente tener presente la relación formación/mercado laboral en Chile para confirmar algunas sospechas:
Propuestas para una reorientación de la formación Aunque pueda parecer
casi una tautología creo que la formación universitaria
de comunicadores debe reivindicar al campo disciplinario como patrimonio
de la memoria colectiva, en cuanto la comunicación es portadora
y reproductora de la suma de experiencias individuales y colectivas de
nuestras sociedades, a cuya disposición se han desarrollado tecnologías,
redes, soportes, formatos y lenguajes apropiados para hacer llegar ese
patrimonio cada vez a más personas, cada vez más distantes
entre sí y en el menor tiempo posible, en la medida que las sociedades
se han ido complejizando.
Las anteriores consideraciones implican, en consecuencia, un cambio de sentido en la pedagogía (la forma) y en los contenidos curriculares (el fondo). Una verdadera reforma a tono con la que hoy experimenta la educación, pues no en vano la formación valórica e ideológica a través del sistema de medios de comunicación y la industria cultural de masas tiene desde hace varias décadas un mayor impacto en las nuevas generaciones que la educación formal, proceso que seguirá profundizándose. En lo formal, puede sugerirse la necesidad de un programa experto de formador de formadores en comunicaciones que podría ser planteado a Felafacs dentro de su programa de intercambio de maestros, para definir e impulsar un proyecto de renovación pedagógica innovador que considere como principales aspectos:
Este último aspecto se refiere a la temporalidad y periodización con que analizamos las prácticas socio-comunicativas (ver Moreno, 2000), considerando la interdependencia entre la producción social de sentidos y la producción mediática, reconociendo la importancia de las nuevas problemáticas e impactos sociales provocados por los avances tecnológicos y que se expresan desde la virtualidad, la desterritorialización, el tiempo real, la hipertextualidad y lo multimedial. Prácticas profesionales concebidas como el contacto con una realidad social compleja que exige no sólo la producción de textos -cualquiera sea su soporte y formato- sino la comprensión de los contextos socio-cognitivos en que todo proceso de mediación opera. Creo, finalmente, que el adelgazamiento del campo es uno de los efectos de la privatización, la concentración y el centralismo del espacio público, y las dificultades de impulsar un proceso de cambio en la cultura de las comunicaciones y la periodística a nivel nacional. Es necesario buscar alianzas estratégicas especialmente orientadas a revitalizar la cooperación interuniversitaria, alianzas que están liderando los estudiantes con la Organización Nacional de Estudiantes de Periodismo y la celebración de diversos encuentros zonales y nacionales para reflexionar sobre estos mismos temas que hoy nos convocan y proponer agendas de trabajo, en esta re-visión de futuro como bien supieron identificar los alumnos de Playa Ancha en su Congreso Latinoamericano de Estudiantes de Periodismo celebrado el año 2.000 y recientemente los de la Pontificia Universidad Católica con su reflexión sobre la pauta del mañana. En este contexto,
la cooperación puede resultar la mejor de las competencias a adquirir
para no seguir en las soledades del corredor de fondo y clasificar en
el concierto latinoamericano por la integración de un mercado cultural-comunicativo
que nos reivindique por la superación de esta asignatura pendiente,
la complejidad al servicio de un patrimonio intangible por des-cubrir.
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