COMPLEJIDAD Y MEMORIA DE UNA ASIGNATURA PENDIENTE

O de cómo el futuro de las prácticas profesionales
reside aún en el des-cubrimiento
del pasado de las prácticas sociales.

Por Felip Gascón i Martín
Jefe Carrera de Periodismo
Universidad de Playa Ancha


Complejidad, caos e incertidumbre disciplinaria. Los límites de nuestro territorio

A menudo, cuando nos interrogamos sobre el desarrollo y maduración de una disciplina científica solemos acercarnos a su epistemología, es decir tratamos de distinguir sus etapas de desarrollo conceptual y teórico, los aportes de los investigadores más destacados, los métodos científicos que caracterizan a la disciplina y las relaciones existentes entre esas aproximaciones teóricas con las prácticas profesionales concretas.

Dicho de otro modo, tratamos de establecer correlaciones entre teoría y práctica, entre la conceptualización científica de los problemas que le son propios y las formas de resolverlos a través de formas cada vez más sofisticadas de aplicación y apropiación de ese conocimiento por la sociedad. Es por lo mismo que uno de los temas sensibles para el control social sobre las ciencias, cualquiera sea su especialidad, dice relación con la deontología profesional, los procedimientos éticos -y yo añadiría estéticos- con que la sociedad trata de armonizar los avances científico-tecnológicos con la satisfacción de necesidades que justifican la inversión de presupuestos por parte del Estado y otras formas de financiamiento privado que, históricamente se han conocido como filantropía o mecenazgo.
Planteado así el problema inicial sería bueno interrogarse por los orígenes y límites de nuestra disciplina, ahora que el nuevo milenio nos obliga al rito sempiterno de transgredir los márgenes, volver al caos originario para transitar hacia nuevas cosmovisiones que emergen y ponen en crisis antiguas estructuras.

Al respecto, la historia constituye siempre el mejor de los contextos para encontrar identidades y territorios. Me refiero a los procesos de institucionalización, a las estructuras, materiales y mentales, a los paradigmas, a las funciones, mediaciones, apropiaciones, usos e interacciones sociales que explican la ontología de una disciplina, pero sobre todo quiero enfatizar en sus contribuciones y/o resistencias a la innovación, a los procesos de transformación de las sociedades donde se gesta toda matriz de pensamiento. Tenemos que revelar esa subjetividad opacada de las ciencias para dar la posibilidad al nacimiento de una nueva historia de la humanidad, menos hegemónica y excluyente, que interprete a las teorías desde la práctica social.

Como comunicadores sabemos que no existe ninguna matriz de pensamiento que se construya al margen de determinadas relaciones socio-culturales; ello aceptando un primer paradigma disciplinario, que define nuestro objeto de estudio en las formas de conservación y transmisión de la memoria social. Desde esa perspectiva ecológica, las tecnologías, sistemas y medios de comunicación pueden ser considerados como mediums encargados de reproducir material y simbólicamente el conocimiento, formas de vida y comportamiento de una realidad social concreta, es decir la suma de las memorias personales y colectivas. (Uno podría preguntarse si es que los mediums tienen el poder suficiente para invocar a los espíritus del tiempo y no sólo contaminar la imaginación social con los fantasmas del presente).

Por ello, cuando determinados autores sitúan la historia de la comunicación en el nacimiento de los medios y la cultura de masas, y relatan cronologías de introducción tecnológica desde ese momento histórico no se trata de un acto inocuo, sino de una doble reducción en su mirada: la reducción de la memoria histórica a las relaciones de producción y re-producción impuestas por el capitalismo, la revolución industrial y la sociedad de masas; y la negación del protagonismo de los hombres y mujeres como agentes de la vida social (Moreno, 1999).

Y es desde este ejercicio de revisión crítica sobre la demarcación de las fronteras espaciales y temporales de nuestro territorio, que podremos pensar de qué manera nuestros relatos del presente contribuyen a reconstruir la comprensión del pasado para reelaborar el futuro. Esta perspectiva compleja, que pudiera resultar paradójica para algunos, constituye la más simple de las contribuciones que, a mi entender, debería expresar la formación intelectual de todo periodista o comunicólogo. Es esta una perspectiva interdisciplinaria que tiene como deber ser la restitución del derecho a la comunicación de la sociedad civil, orientada desde un ejercicio de de-construcción de teorías, metodologías y prácticas que posibilite poner en el centro de nuestras explicaciones a la humanidad y no a las tecnologías; a la vida social y no a las instituciones que tratan de regularla. Es en nuestra vida cotidiana donde reside la memoria, donde todo sucede y se sucede, donde la emoción de las prácticas sociales fundan la comunicación y la razón al servicio de la hegemonía, el poder de persuadirla.

La institucionalización de la comunicación ha significado hasta ahora su des-socialización, el dominio expandido a escala mundial sobre la imaginación de la sociedad como posibilidad de lo que puede llegar a ser/no ser. Y estos medios de transmisión que hoy conocemos son la condición necesaria para aprender lo que se nos deja ser; recordemos aquella máxima que dice que es más difícil desaprender lo aprendido que aprender de nuevo.

El estudio de las comunicaciones en Chile: un diagnóstico provisional

Nuestro país cumplirá el 2002 los 50 años de enseñanza del Periodismo y me parece muy pertinente comenzar a matizar el grado de complejidad y diversificación que la disciplina ha alcanzado, en comparación con otros países vecinos de similar trayectoria histórica. Ello, considerando que es todavía una asignatura pendiente el desarrollo de estudios historiográficos locales que nos ayuden a recomponer las trayectorias personales y colectivas que han contribuido al estado actual del campo formativo y las funciones y disfunciones con que la variable del campo laboral pueda asociarse a las orientaciones tanto en la formación profesional o la consideración de habilidades técnico-instrumentales; la creación de valores, entre los que destacan los propios de la sociología profesional (rutinas y los valores-noticia, los valores socio-políticos, ético-deontológicos, estéticos, etc.); la cohesión del campo científico-epistemológico y los paradigmas explicativos propios en competencia/complementación con otras aproximaciones inter, trans o pluridisciplinarias, etc.

Así, considerando esa gran limitación, podemos reconocer que en materia de estudios de la comunicación Chile llegó a tener un liderazgo importante en el contexto latinoamericano a fines de los '60 e incios de los '70, cuando emerge un importante debate entre humanistas críticos y marxistas (ver Bravo y Gascón, 2001) influido por la sociología del desarrollo, la teoría de la dependencia, la teología de la liberación y la pedagogía del oprimido de Paulo Freire que se proyectará al desarrollo de la comunicación educativa, el análisis de los discursos y la industria cultural, los primeros estudios sobre el cómic infantil, el tratamiento de la juventud en la prensa liberal, perspectivas de género en el análisis de la prensa rosa y las fotonovelas, entre otros que son considerados clásicos para la disciplina, como el trabajo de Armand Mattelart y Ariel Dorfman (1972) Para leer al Pato Donald, por citar alguno de los más relevantes de la época.

Esas perspectivas fueron alimentándose incluso en los difíciles '80, ex-portas de la Universidad, con análisis sobre la cultura autoritaria y el sistema de comunicaciones en los regímenes militares y las propuestas de la comunicación popular y alternativa, donde se perfilaba la temática de la identidad y la participación activa en la constitución del sujeto popular, junto al debate sobre políticas de comunicación democratizadoras, dando cierta densidad y reconocimiento a los aportes disciplinarios.

En la actualidad, no obstante, la supremacía del paradigma de la comunicación-mercado (Esteinou, 1998) parece haber barrido la memoria histórica de la academia, siendo escasos los espacios de debate y reflexión crítica a nivel nacional que abran nuevas interrogantes y propuestas comunicacionales, que contribuyan a consolidar líneas de trabajo investigativo con poder de influencia hacia el mejoramiento de la formación. Como también el aporte de la disciplina al rol crítico de la universidad como agente promotor de desarrollo.

Mientras en Brasil, Argentina, Perú y Bolivia, por citar a los vecinos más próximos, se consolida la formación de posgrado y las revistas especializadas; se multiplican los seminarios, conferencias, congresos y festivales de creación mediática, todo ello con una agenda temática actualizada y atenta al debate mundial; en Chile vivimos una terrible paradoja: la pobreza comunicativa en la opulencia tecnológica. Ello a pesar de las más de 40 Universidades que imparten estudios de Periodismo y Comunicación. Ojalá el diagnóstico promovido por FELAFACS sobre formación y campos ocupacionales a nivel latinoamericano hace ya varios años y que fue impracticable entonces en nuestro país, pueda desmentir estas afirmaciones, ahora que la ASEPECS desde la iniciativa de la Universidad de Chile asumió el esfuerzo de retomar el diagnóstico.

Pero lo cierto es que la filosofía del mercado ha sobrecalentado nuestro campo - como en pasadas décadas lo hiciera la excesiva ideologización - ampliando la oferta y la demanda por formación, al mismo ritmo que la competencia, lógica que supuso la multiplicación de universidades privadas, trastocando el frágil equilibrio del sistema de universidades tradicionales. No soy contrario a la existencia de universidades privadas, como tampoco a la competencia por la excelencia, aunque sospecho que a pesar de todo, la diversidad formativa no es proporcional al crecimiento cuantitativo de la oferta.

Discúlpenme pero sí he cometiendo una omisión importante, que puede caracterizar la última década del siglo que se fue. Influida por la pragmática neoliberal, las corrientes postmodernas y la era de la globalización, la determinación de la formación a las reglas del mercado ha resultado ser la propuesta que emerge con más fuerza en nuestro campo, de la que se desprenden fetichismos tecnológicos y una sobredimensión de líneas de trabajo vinculadas al marketing, que apuntan hacia el retroceso de una investigación administrativa y parecen confirmar la emergencia de una era post-disciplinaria. Era en que la funcionalidad de las políticas de investigación se difuminan en las fronteras de las estrategias gubernamentales, reduciendo, más que complejizando, las perspectivas críticas y propositivas frente a las nuevas formas de exclusión de los sectores desposeídos, confundiendo la construcción de ciudadanía, la participación y el rol de la opinión pública como factor de profundización democrática con la autorregulación del mercado cultural-comunicativo y la libertad de los consumidores, ambos suficientemente maduros -dicen algunos- para participar, identificar, competir, distinguir y elegir.

¿Cuál es entonces el meollo del problema de la formación? Aunque sea a título de hipótesis exploratorias me arriesgaría a plantear algunos aspectos de la crisis:

- La clausura de varias escuelas y carreras de Periodismo durante el régimen militar frenó la maduración del proceso de complejidad que toda disciplina requiere para su desarrollo y la formación de una masa crítica.

- Los escasos espacios para la formación continua de académicos y profesionales provocó la pérdida de actualización de los saberes comunicacionales, en detrimento de la innovación en la reflexión y en las prácticas comunicativas.

- La estructura excluyente y fuertemente concentrada ideológica, económica y territorialmente del sistema de comunicaciones contribuyó a reducir tanto la diversidad e independencia mediática como el espesor del campo formativo. Especialmente notoria es la escasez de comunicación y periodismos especializados, junto a la existencia fuera de los medios tradicionales y sometidos a un clima de censura e incluso de persecución de los profesionales que se arriesgan a cultivar los periodismos de investigación, de precisión, de servicio público, de creación, etc.

- Una creciente oposición entre las visiones profesionalistas y comunicológicas, cuya principal motivación pudiera residir en la calidad de vida de quienes se desempeñan en la profesión y en la docencia: flexibilidad laboral, bajos niveles salariales, pluriempleo, la indefinida y extensa jornada laboral en los medios e instituciones y el escaso reconocimiento de estos a la labor docente, como también a la formación continua de los profesionales. Por otra parte, la invasión en el campo docente de académicos de otras áreas disciplinarias en el ámbito de las especialidades, motivadas tanto por falta de disponibilidad de especialistas con posgrados y/o experiencia docente suficiente en la educación superior, como por el precario reconocimiento y respaldo que nuestra disciplina tiene en muchas universidades, comparativamente con otras disciplinas científico-tecnológicas.

- Una asociación estratégica de algunas líneas de trabajo en comunicaciones con empresas e instituciones públicas que, si bien pudieran representar un nuevo tipo de mecenazgo para la investigación y un campo para la experimentación y la innovación creativa, se convierten muchas veces en la legitimación acrítica de asesorías, campañas y productos comunicacionales de interés para el mercado o para la política. Un proceso que podríamos denominar la corporativización de intereses académicos y que establece franquicias y visas de tránsito entre administración pública, empresas, consultoras -ya que pasaron de moda las ONG's- y universidades, que en algunos casos producen alianzas transnacionales para desarrollar modalidades de estudios virtuales o semipresenciales. ¿No estaremos nuevamente alimentando paradigmas foráneos de escasa pertinencia a un modelo de desarrollo propio?

- Todo ello dificulta la constitución de equipos de trabajo estables que desarrollen planes de innovación académica sistemáticos, intensivos y diversificados, atentos al análisis comparado de experiencias mundiales, pero con pertinencia, validando la máxima "pensar en lo global pero actuar en lo local".

- Entre otros factores macroestructurales, parte de las dificultades descritas habría que asociarlas a aspectos micro, como son la gran movilidad de los profesionales, una baja sensible en los procesos de jerarquización y calificación académicos, que contribuyen, en fin, a la precariedad salarial, el pluriempleo y alimentan el ciclo de la flexibilización a escala global y de nuevas exclusiones e inequidades territoriales.

Periodística/Comunicología. ¿Competencia o complementariedad?

La primera constatación que me ha ayudado a interrogarme sobre dónde situar los paradigmas existentes en los estudios de la comunicación, podríamos contextualizarla en el nacimiento mismo de la comunicación humana. La comunicación no empieza ni termina en los medios de comunicación, las tecnologías de las mediaciones sociales constituyen, como la historia, una espiral en la que se superponen cada vez más complejos y sofisticados procedimientos para dinamizar un proceso básico de socialización y de intercambio de mensajes y símbolos. Hoy se habla de mediología para sistematizar las formas en que toda cultura organiza el pensamiento y las formas en que se regulan institucionalmente los intercambios del conocimiento y de la práctica social. Por así decirlo, las primeras formas de organización socio-cognitivas, de transmisión, acceso, participación, ritualización, apropiación y reproducción comunicativas, podríamos situarlas en las representaciones mágico-religiosas de las culturas prehistóricas. Y reseguir los esfuerzos de la humanidad por conservar y transmitir la memoria oral, la memoria imaginaria y simbólica, hasta las primeras representaciones alfabéticas, que calificamos como históricas, y que han ido institucionalizando el conocimiento y los intercambios sociales. Valorando el significado de este largo proceso de conservación de la memoria, Hans Magnus Enzesberger, poeta, ensayista y cientista de la comunicación, al recibir el Premio Heinric Boll en Alemania dedicó sus agradecimientos a los analfabetos:

"...los analfabetos fueron los que inventaron la literatura. Sus formas elementales, desde el mito a las rimas infantiles, desde el cuento a la canción, desde la plegaria al acertijo, son todas ellas mucho más antiguas que la escritura. Sin la tradición oral no habría poesía; sin los analfabetos no existirían los libros" (Magnus Enzesberger, 1986: 130)

Desde esta perspectiva, la historia de la comunicación nos plantea el gran desafío de contextualizar el estudio de nuestra disciplina en tres grandes direcciones: el arte, las ciencias y las técnicas de las mediaciones sociales. Es esta una perspectiva interdisciplinaria que, basada en las ciencias humanas y sociales, nos abre caminos explicativos desde la antropología, la biología, la filosofía, la etnografía, la lingüística, la semiótica, la estética, la sociología, la psicología, la ciencia política, la economía, por citar sólo algunas partes de nuestro territorio.

Territorio que hemos ido poblando y densificando de redes comunicativas. Por qué no estudiar las mediaciones sociales desde la organización del territorio, lo que entendemos hoy como ecología de las comunicaciones, y donde constatamos la definición de la identidad personal y colectiva desde el intercambio de personas, bienes materiales y simbólicos a través de la extensión de redes de comunicación, el entramado de las carreteras, las vías marítimas, férreas, submarinas, aéreas, espaciales, gracias a la alimentación de tecnologías de energización y transmisión como las bioenergías mecánicas humana y animal, hidráulica, solar, eólica, térmica, eléctrica, electrónica, magnética, atómica e informática, que han posibilitado el desarrollo de cada una de las formas y soportes en que se ha concretado históricamente la comunicación social.

Tal vez no sea necesario reinventar nuestra disciplina, aunque sí volver a los cauces de la crítica académica para considerar aspectos cruciales en la planificación curricular. Una primera pregunta que relaciona los desafíos de todo plan de estudios con las necesidades de la sociedad y el perfil de los profesionales que deben responder en la mejor forma posible a dichas necesidades tiene un cuestionamiento de fondo sobre la disciplina. ¿Cuál es el título más pertinente el de licenciado en comunicación social o el de licenciado en ciencias de la comunicación? Esta primera pregunta nos abre un abanico de nuevas interrogantes derivadas sobre las que deberemos profundizar:

· ¿Qué tipo de profesionales distintos pueden formarse a nivel superior, correspondiendo a esa distinta forma de enfocar el grado académico?
· ¿Siguen siendo los medios de comunicación el principal puerto de destino de los titulados en esta disciplina?
· ¿Qué tipo de prácticas profesionales podrían justificar una formación universitaria de pregrado y qué tipo de orientaciones deberían tener las especializaciones en el ciclo de posgrado? ¿Es necesaria la formación permanente para periodistas y comunicadores?
· ¿Nuestra disciplina puede considerar puentes de acceso a titulados de otras disciplinas que quieran especializarse en comunicación?
· ¿Sería más pertinente entonces buscar el camino de formación de expertos en el segundo y tercer ciclo de la educación superior, es decir, a través de diplomados, cursos expertos, magisters y doctorados, como ocurre en otros países?
· ¿O tal vez las demandas del mercado y las prácticas profesionales actuales deban seguir condicionando la formación de profesionales generalistas fuertemente anclados en los modelos periodísticos existentes?

· En este último caso, ¿el aprendizaje del oficio justificaría la actual estructura de los estudios superiores o sería preferible un ciclo corto de formación teórica compatibilizado con un sistema de entrada y salida a los medios, en condiciones tales que pueda garantizarse la co-responsabilidad formadora de los medios, mediante una regulación estructurada, institucionalizada y reconocida tanto por parte del sistema educativo, mediante la certificación de un título, como por el sistema mediático que debería destinar parte de sus esfuerzos y recursos a esta modalidad mixta de formación profesional?

· De todo lo anterior se derivaría una última pregunta de cierta complejidad y que resumiría las anteriores ¿cuál es la misión académica de las facultades, escuelas y carreras de periodismo y comunicaciones? ¿Cómo se estructuran sus planes, programas y proyectos de investigación, creación, formación y extensión? Y, especialmente, qué filosofía orienta la selección y promoción del cuerpo académico que deberá asumir la responsabilidad de llevar a la práctica la misión, visión y políticas de las instituciones formadoras de los profesionales de la comunicación?

Dicho esto trataré de definir, según la interpretación de Héctor Borrat (1990), los rasgos que caracterizarían, aunque sea idealmente, las visiones encontradas de dos identidades profesionales y territorios simbólicos y prácticos de desarrollo que pugnan por perfilar teóricamente la disciplina de la Periodística dentro de las ciencias de la comunicación o en sus márgenes.
La concepción teórica de los profesionalistas se basa en los saberes y haceres propios de los modelos de periodismo existentes, especialmente influidos por la del periodismo norteamericano. Bajo el lema pedagógico "aprender haciendo", consideran la práctica como una reproducción de los modelos, modas y rutinas profesionales al uso. Entienden las relaciones entre lo teórico y lo práctico "como un proceso de aplicación de los saberes profesionales a los casos concretos, asignando a estos saberes un carácter normativo para decidir, investigar y evaluar la producción y el análisis de los textos periodísticos."

Entienden la formación directamente relacionada con la del periodista generalista, más inclinado a la praxis de los medios. Los saberes profesionales, tanto propios como ajenos, se bastan por sí mismos y no son objeto de análisis crítico. Sus concepciones respecto de la prensa están ancladas en modelos institucionalizados que abogan por el golpe noticioso, cierto grado de espectacularidad y sensacionalismo justificados por el lucro del medio, la influencia social y un prestigio exitista que hace del periodista una estrella, un autor individual excepcional, libre de censura y presiones de cualquier tipo.

Se hace evidente la identifiación del periodista con la empresa y con sus estrategias de mercado, sus formas organizativas, sus rutinas, su ética, en fin una ideología profesional que tiende a proteger la autonomía gremialista frente a las críticas del público y el control social. Ello bajo una autoregulación ética que defiende la objetividad, la neutralidad y la independencia como valores supremos, sin cuestionar las políticas editoriales, la democratización de las redacciones, la participación de los periodistas, los derechos y la interacción con el público. Pese a que la situación contractual y remuneracional de redactores y colaboradores de los medios suele ser desastrosa, frente a la inestabilidad y la flexibilidad del empleo y la jornada de trabajo, amén de los niveles de riesgo profesional, los conflictos laborales son mínimos, amortiguados por una baja sindicalización y una mayor dosis de individualismo y competencia que de solidaridad.

La concepción de los comunicólogos enraíza lo teórico en las Ciencias Sociales, desde donde justifica la descripción, explicación y evaluación de los saberes profesionales, los que deben estar "sometidos a una crítica constante desde una instancia intelectual consistente rigurosa y sistemática que sólo se encuentra en los saberes científicos". Consideran la práctica como una combinación de la investigación y la creación de modelos y modas nuevos, con la reproducción de los modelos y formas existentes. Conciben al profesional como un periodista especializado y un cientista social, compatibilizando así sus posibilidades de ejercicio profesional en los medios con otras dedicaciones más inter y transdisciplinarias como cientistas sociales, animadores socio-comunicacionales, asesores en estrategias de información y comunicación, investigadores en comunicación y profesores en distintos ciclos de enseñanza, por lo que sus salidas profesionales se diversifican.

Sus concepciones de la prensa se basan en una perspectiva crítica sobre los modelos existentes y las condiciones de trabajo de redactores y colaboradores, les lleva a considerar la innovación como camino para transformar los modelos existentes. Contextualizan los sistemas de textos que producen teniendo en cuenta un trabajo más colectivo, que involucra niveles organizativos complejos e implican procesos macrosociales donde se involucra una nueva visión ética y de compromiso con los derechos a la comunicación y a la participación de lectores y audiencias no como meros receptores pasivos de los medios, sino como ciudadanos activos y participantes.
Aunque presentados en forma un tanto disociada, cual Dr. Jekill y Mr. Hyde, lo cierto es que el des-encuentro entre ambas perspectivas se proyecta en la formación y en las expectativas que estimulamos entre nuestros alumnos para su inserción laboral ¿es posible la integración?

Formación y política-mercado: sospechas de un des-encuentro

Llegados a este punto, creo que es necesario y urgente tener presente la relación formación/mercado laboral en Chile para confirmar algunas sospechas:

a) El principal puerto de destino de los profesionales de las comunicaciones hace tiempo que no son los medios tradicionales, superada su demanda cuanti y cualitativa de profesionales por otros destinos más creativos, mejor remunerados y con mayor prestigio social. Especialmente, considerando el atraso salarial y de expectativas que ofrecen los medios a quienes pretenden construir no sólo su carrera profesional, si no también su proyecto de vida con un grado de calidad, dignidad e independencia.

b) Pareciera que no existe interés de parte de los medios por construir una relación madura, independiente y compleja con los estudios universitarios, capaz de producir políticas de formación permanente y especialización, no reducidas exclusivamente a actualizaciones tecnológicas o mercadológicas. Esta sospecha parece confirmarse si se tiene en cuenta el incumplimiento del compromiso establecido años atrás con la Federación Nacional de Medios de Comunicación de recibir alumnos en prácticas profesionales a lo largo de todo el año, y no solamente en verano. Período en que los estudiantes de últimos años reemplazan a profesionales que salen de vacaciones y es imposible desarrollar un periodismo más especializado que la mera crónica demandada por la agenda light estival.

c) La ausencia de políticas de comunicación estatales, bajo la máxima desreguladora de la transición "la mejor política de comunicaciones es la que no existe" ha provocado la confirmación de una regla: cuando no existe una política pública explícita, algún grupo de interés impone su política en forma implícita. Dicho en otros términos, la desregulación pública del sistema de comunicaciones se ha transformado en una nueva forma de re-regulación del mercado, cuyas consecuencias son: la concentración de la propiedad mediática, tanto vertical como horizontal o multimedial; concentración tanto tecnológica e ideológica como territorial y transnacional; y, una agenda funcional a los proyectos de globalización, contraria a la diversidad y al derecho a la comunicación.

d) Esa desafectación del Estado por fortalecer el espacio público, ciudadano, se contradice con la retórica de la participación, la descentralización y la diversidad, sólo tenida en cuenta por razones de mercado y no por razones de Estado, de necesidades de la sociedad. En ese contexto bien pudiera preguntarse ¿hacia dónde dirigir la formación? ¿educar para qué y para quién? ¿qué contenidos mínimos pudieran considerarse en el campo? ¿son necesarias tantas carreras de periodismo? o ¿qué otras especialidades en comunicación están mínimamente cubiertas?

Propuestas para una reorientación de la formación

Aunque pueda parecer casi una tautología creo que la formación universitaria de comunicadores debe reivindicar al campo disciplinario como patrimonio de la memoria colectiva, en cuanto la comunicación es portadora y reproductora de la suma de experiencias individuales y colectivas de nuestras sociedades, a cuya disposición se han desarrollado tecnologías, redes, soportes, formatos y lenguajes apropiados para hacer llegar ese patrimonio cada vez a más personas, cada vez más distantes entre sí y en el menor tiempo posible, en la medida que las sociedades se han ido complejizando.
Esta perspectiva nos exige un cambio de paradigma educativo, que supere perspectivas excesivamente profesionalistas, todavía ancladas en el principio tecnicista de "aprender haciendo". Superar los límites de las miradas mediacéntricas que corresponden a una etapa clásica en la enseñanza de las escuelas, donde el conocimiento se construía desde el oficio, la identidad y rutinas periodísticas determinadas por la experiencia autodidacta endógena a los medios.
La complejidad de los fenómenos comunicativos, al mismo ritmo que los fenómenos sociales, hoy nos hace distinguir niveles micro, meso, macro y mega-comunicativos, exigiendo una actualización de las prácticas formativas y performativas dirigidas a tres ámbitos principales:

1) Formación personal: dirigida a desarrollar las actitudes y capacidades éticas, estéticas, valóricas, basada en la esencia de los derechos humanos como principio motor de la comunicación humana y orientada al fortalecimiento de la autonomía individual y el respeto a la alteridad.

2) Formación socio-cognitiva: dirigida a desarrollar las capacidades intelectuales e interdiscipinarias como contexto necesario para el ejercicio de un pensamiento complejo, motivador de la creatividad en la investigación aplicada a problemas socio-comunicativos.

3) Formación profesional: orientada al dominio de tecnologías pertinentes para el desarrollo de la comunicación social, en la perspectiva de conservar, densificar y facilitar la apropiación de la memoria colectiva por parte de la sociedad. La formación de expertos en estrategias de información y comunicación dirigida al fortalecimiento de las competencias culturales de la ciudadanía debería tener como presupuesto una de las más importantes funciones sociales de los profesionales, la de mediación en la resolución de conflictos sociales, que reconoce a los comunicadores como agentes promotores del desarrollo, la innovación y la dinamización de la opinión pública, factores imprescindibles para la profundización de la democracia.

Las anteriores consideraciones implican, en consecuencia, un cambio de sentido en la pedagogía (la forma) y en los contenidos curriculares (el fondo). Una verdadera reforma a tono con la que hoy experimenta la educación, pues no en vano la formación valórica e ideológica a través del sistema de medios de comunicación y la industria cultural de masas tiene desde hace varias décadas un mayor impacto en las nuevas generaciones que la educación formal, proceso que seguirá profundizándose.

En lo formal, puede sugerirse la necesidad de un programa experto de formador de formadores en comunicaciones que podría ser planteado a Felafacs dentro de su programa de intercambio de maestros, para definir e impulsar un proyecto de renovación pedagógica innovador que considere como principales aspectos:

a) la reflexión crítica sobre los paradigmas educativos en la formación de periodistas y comunicadores;

b) los procesos y métodos de enseñanza-aprendizaje en la disciplina;

c) la didáctica y usos tecnológicos en el campo; y,

d) la función de pre-prácticas y prácticas profesionales para la experimentación espacio-temporal.

Este último aspecto se refiere a la temporalidad y periodización con que analizamos las prácticas socio-comunicativas (ver Moreno, 2000), considerando la interdependencia entre la producción social de sentidos y la producción mediática, reconociendo la importancia de las nuevas problemáticas e impactos sociales provocados por los avances tecnológicos y que se expresan desde la virtualidad, la desterritorialización, el tiempo real, la hipertextualidad y lo multimedial. Prácticas profesionales concebidas como el contacto con una realidad social compleja que exige no sólo la producción de textos -cualquiera sea su soporte y formato- sino la comprensión de los contextos socio-cognitivos en que todo proceso de mediación opera.

Creo, finalmente, que el adelgazamiento del campo es uno de los efectos de la privatización, la concentración y el centralismo del espacio público, y las dificultades de impulsar un proceso de cambio en la cultura de las comunicaciones y la periodística a nivel nacional. Es necesario buscar alianzas estratégicas especialmente orientadas a revitalizar la cooperación interuniversitaria, alianzas que están liderando los estudiantes con la Organización Nacional de Estudiantes de Periodismo y la celebración de diversos encuentros zonales y nacionales para reflexionar sobre estos mismos temas que hoy nos convocan y proponer agendas de trabajo, en esta re-visión de futuro como bien supieron identificar los alumnos de Playa Ancha en su Congreso Latinoamericano de Estudiantes de Periodismo celebrado el año 2.000 y recientemente los de la Pontificia Universidad Católica con su reflexión sobre la pauta del mañana.

En este contexto, la cooperación puede resultar la mejor de las competencias a adquirir para no seguir en las soledades del corredor de fondo y clasificar en el concierto latinoamericano por la integración de un mercado cultural-comunicativo que nos reivindique por la superación de esta asignatura pendiente, la complejidad al servicio de un patrimonio intangible por des-cubrir.


Referencias bibliográficas:

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- MATTELART, Armand. "La mitología de la juventud en un diario liberal". Santiago: CEREN.

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- TORRICO, Erick R. (2000). "La 'microfísica de las prácticas cotidianas' y la recepción de la comunicación masiva. En: Pensamiento Comunicacional Latinoamericano, Vol. 2 - nº 1, Sao Paulo: Cátedra UNESCO, octubre-diciembre 2000.

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