El 9 de abril, la Organización
Deportiva Sudamericana (Odesur) suspendió la realización
de sus juegos en Bogotá. La mayoría de los países
participantes señaló como causa principal de esta decisión,
la constante violencia y los atentados terroristas de la guerrilla colombiana.
Así, la inseguridad y el miedo de los atletas
frente al terrorismo, impidieron el desarrollo de uno de los eventos deportivos
más importantes de América Latina. El dirigente venezolano
de deportes acuáticos, Roberto Andara, dijo: "hace dos años
vivimos la explosión de un carro bomba a cien metros del hotel
de la selección en Medellín, y ahora nos tocaba volver allí".
La frase refleja no sólo la preocupante situación que vive
Colombia, sino también la estrecha relación que se ha producido
entre la violencia política y el deporte.
La difusión del terror ha sido una práctica
recurrente dentro de variados sectores de la sociedad. Ha tenido una profunda
incidencia en la historia moderna, que desde la guillotina de Robespierre,
pasando por Hitler y por el terrorismo de Estado de algunas dictaduras
recientes, hasta los actuales conflictos de Medio Oriente o del país
Vasco, ha visto el abuso y la masacre de muchas víctimas en cada
ataque terrorista a las estructuras sociales.
El deporte está dentro de esas actividades
que pueden ser blancos de atentados, pues se ha transformado en un importante
acontecimiento social, que entusiasma, entretiene y apasiona a millones
de seres humanos. Por lo mismo, tiene un enorme aparato comunicacional
y publicitario a su alrededor. Cada Mundial de Fútbol, Juegos Olímpicos
o competencias continentales son la posibilidad precisa para aquellos
grupos sociales, políticos, económicos y terroristas, que
pretenden ganar notoriedad pública.
Los eventos deportivos son escogidos por estas asociaciones
del terror, ya que en ellos está la atención y la convocatoria
de cientos de personas. Qué mejor que un gran acontecimiento para
perpetrar un atentado. Porque concitará la preocupación
de los estados participantes, espectadores e instituciones internacionales.
La promoción de una causa o ideología es el interés
principal detrás de cada acto terrorista.
Los ataques
La incertidumbre circunda al deporte, pues desde los
atentados a Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001, se han redoblado
las medidas de seguridad en cada uno de los eventos deportivos que se
han realizado.
Entre éstos están los Juegos Olímpicos
(J.J.O.O.) de invierno de Salt Lake City, la Copa América, la Liga
de Campeones de Europa, el abierto de tenis de Australia y el Rally París-Dakar.
Justamente, esta competencia "tuerca" ha
sido constantemente afectada por ataques terroristas. El motociclista
chilenol, Carlo de Gavardo, confesó que en cada jornada de la prueba
arriesga la vida. Esta afirmación cobra mayor validez durante los
tramos africanos, sobre todo en Argelia, donde el Grupo Islámico
Armado (GIA) asalta a los corredores y desvalija sus vehículos.
Esta guerrilla cuenta con 20 mil combatientes desde 1992.
Los atentados de la GIA no son los únicos,
pues hace mucho tiempo, el deporte se convirtió en una víctima
más del terrorismo. La última muestra de ello es que Colombia
debió resignar el privilegio de realizar los Séptimos Juegos
Sudamericanos Odesur. Los países participantes, viendo la violencia
imperante, manifestaron su recelo e incluso su absoluta negativa a asistir
a la cita deportiva.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC),
el mayor grupo guerrillero, se han encargado de difundir el pánico
entre sus compatriotas y en la gran cantidad de extranjeros que deben
viajar, por distintos motivos, al país cafetero.
En el ámbito deportivo, las delegaciones de
atletas que acuden a compromisos continentales se convierten en los blancos
predilectos de los terroristas, quienes los utilizan como un elemento
para ejercer presión al gobierno del Presidente Andrés Pastrana.
El mandatario colombiano aprovecha estas ocasiones para ganar protagonismo
en su lucha contra el terrorismo.
Ahora fueron los Juegos Odesur, pero ya el año
pasado se puso en peligro la organización de otras competencias,
entre ellas la Copa América (la Copa de la paz, según Pastrana).
El evento, suspendido en un principio por las amenazas de las FARC, terminó
realizándose debido a las exigencias hechas por los auspiciadores
del certamen, aunque con un gran ausente, la selección de Argentina.
Estas imposiciones económicas y políticas se convierten,
consciente o inconscientemente, en otro obstáculo para quienes
buscan la paz de cara a sus negociaciones con los terroristas. Su afán
de no perder dinero y de ganar algunos votos hace obviar algunos "detalles",
como las vidas humanas ante semejantes riesgos.
En los últimos tiempos, con la aplicación
de los cánones del neoliberalismo a la dirección de la sociedad,
se ha tratado de debilitar esa dirigencia política, al trasladar
su capacidad de decisión a las empresas multinacionales y con este
procedimiento sólo se ha conseguido debilitar los regímenes
de institucionalidad.
En
la historia
El terrorismo en el deporte, sin embargo, no es una
realidad que concierne únicamente a Colombia. Tampoco, algo exclusivo
de estos tiempos.
En los Juegos Olímpicos de 1972, realizados
en Munich (Alemania), un grupo extremista árabe secuestró
a integrantes de la delegación israelí, dando muerte a doce
ellos, en un momento en que las relaciones entre palestinos y judíos
eran muy tensas, al igual que en la actualidad.
La cita máxima del deporte siguió y
ha seguido siendo un instante adecuado para causar, al menos, resguardos
entre los organizadores de dichos eventos, y de quienes buscan asistir
a estos espectáculos.
En Atlanta '96 dos personas murieron y una resultó
herida tras la detonación de un artefacto explosivo. Los J.J.O.O.
de Invierno en Salt Lake City (EE.UU.), realizados este mismo año,
se desarrollaron con la máxima seguridad posible, debido al temor
de un ataque terrorista.
Pero la politización del deporte no es sólo
una apuesta de pequeños grupos terroristas, sino también
de los gobiernos.
Así es como, durante la Guerra Fría,
los países occidentales boicotearon los Juegos de Moscú
en 1980, y cuatro años más tarde, el bloque socialista se
encargó de devolver la mano en Los Ángeles.
Esta pugna fue uno de los tantos casos que comprueba
la eficacia de la utilización del deporte como una forma de lograr
fines de otra índole y ajenas a su función recreativa, debido
al gran interés público y medial que provoca.
En Chile
En nuestro país, durante la dictadura militar
de Augusto Pinochet, el terrorismo de Estado fue una de las características
del régimen, bajo el pretexto de la llamada "defensa de la
seguridad nacional". No obstante, su asociación con el deporte
no fue muy favorable.
En 1973, el equipo de fútbol de la desaparecida
Unión Soviética no se presentó a jugar el partido
con la selección chilena, válido por un cupo para el Mundial
de Alemania, por el temor de visitar un país con una administración
anticomunista. Además, el principal coliseo deportivo, el Estadio
Nacional, era utilizado como lugar de detención de quienes se oponían
a la dictadura.
Diez años después, la situación
se revirtió. Pinochet no podía asistir a estos recintos
de convocación masiva, debido a que desde ahí comenzaban
a gestarse las protestas (desde las galerías gritaban: "y
va a caer y va a caer") que repudiaban su mandato auto-concedido,
y que terminaron con la vuelta de la democracia.
En esa ocasión, el deporte como manifestación social, contribuyó
al término del terrorismo social ejercido por el régimen.
Pero es una de las pocas excepciones, porque la relación entre
política y deporte es, generalmente, nefasta.
El terrorismo es una enfermedad social, con muchos
síntomas enraizados en las conductas más inhumanas e irracionales.
El deporte, en cambio, es -en su esencia- un acto de recreación
y de ejercicio de las capacidades de los individuos. Éste no tiene
nada que ver con la cobardía y barbarie de cada atentado.
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