Cuando el Presidente Ricardo Lagos sale
de gira al exterior, se esmera en mostrar un país próspero,
moderno, exitoso que está sólo a un paso de llegar al desarrollo
y de consolidar definitivamente su democracia. Por ello la agenda de Relaciones
Exteriores para el 2002 está marcada por la concreción del
Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y un pacto similar con el
Viejo Mundo en lo económico; mientras en lo político, una
de las ambiciones era poder ser uno de los primeros sesenta países
que ratificara el tratado de Roma que da el pie para la instalación
del Tribunal Penal Internacional (TPI).
En las cumbres de líderes, Lagos se presenta como el alumno mateo
dentro del caos Latinoamericano. Se codea con los jefes de Estado e incluso
pretende ser una voz activa en definir cómo estructurar el ordenamiento
mundial para los nuevos tiempos. Pero cuando debe iniciar el debate en
Chile sobre los temas que ha teorizado en su vitrineo por el primer mundo,
se da cuenta de que la distancia con los países desarrollados no
es sólo geográfica. Sus ideales progresistas chocan violentamente
con el sustrato social de la selva criolla.
En 1998, durante la gestión de Eduardo Frei,
nuestra nación suscribió el 11 de septiembre el Tratado
de Roma. En ese entonces ni la extraterritorialidad de la ley ni la soberanía
eran temas importantes en nuestra escena política. Sin embargo
la situación cambió cuando el senador vitalicio, Augusto
Pinochet fue detenido por efectivos del Scotland Yard. Su arresto -un
mes y cinco días después de la firma del pacto- cambió
la temperatura de la discusión: daba lo mismo analizar la necesidad
de contar con una instancia de jurisdicción penal a nivel universal;
los argumentos se limitaban a si era o no pertinente juzgar al ex dictador
fuera de Chile.
Han pasado más de tres años desde entonces,
el caso Pinochet está temporalmente sobreseído y el general
(r) reposa en su parcela de Los Boldos, alejado de la política.
Sin embargo, su solo arresto por 503 días confirmó dentro
de la comunidad internacional, la necesidad de edificar un Tribunal Penal
Internacional que pueda dar respuestas ante casos que constituyen delitos
contra la humanidad.
El
TPI: Un paso hacia una justicia mundial
La idea de instaurar permanentemente el TPI, surge
después de la Segunda Guerra Mundial. Luego del holocausto al pueblo
judío era necesario reglamentar el derecho internacional, de modo
que los crímenes de mayor peso pudieran ser penados a pesar de
las fronteras.
En 1948, la Asamblea General de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Convención para la
Prevención y Castigo del Crimen de Genocidio. Ésta, entre
otras propuestas, solicitaba la creación de un órgano judicial
internacional para juzgar a los acusados de este tipo de delitos. Esta
corte circunstancial funciona en La Haya, Holanda y se constituye cada
vez que el Consejo de Seguridad de la ONU considera que existe un crimen
de lesa humanidad que debe ser tratado. Estos son los tribunales internacionales
ad hoc que funcionaron en casos concretos como Yugoslavia y Ruanda. El
no constituir un órgano estable limitaba sus alcances.
El 11 de abril de 1998 en Roma, gracias al respaldo
de la Unión Europea y Canadá, una conferencia internacional
aprobó el estatuto de un futuro TPI. Esta iniciativa juzgará
principalmente el genocidio, los crímenes de guerra y contra la
humanidad, entre los que incluye la desaparición forzada, la tortura,
la esclavitud, los delitos sexuales, la persecución política,
religiosa, racial o étnica, cometidos en forma sistemática
contra la población civil.
Esta audiencia estable e independiente de la ONU,
procesará a personas naturales y no estados; lo que la diferencia
del tribunal ad hoc, el cual sólo resuelve casos que atañen
a estados. Funciona bajo el principio de la "complementariedad",
lo que significa que no pretende reemplazar la jurisdicción penal
de cada país, pues parte de la base que corresponde a cada nación
la primera responsabilidad para juzgar sus propios asuntos.
Sólo se revisarán los casos en los que
se compruebe que no hubo un debido proceso, tanto porque el Estado involucrado
no puede o, simplemente, no quiere juzgar dicho caso. No será retroactivo,
lo que significa que sus fallos no podrán tratar materias anteriores
a su entrada en vigencia. De aquí en adelante los delitos no prescribirán,
es decir, que si en 40 años, una vez inaugurado TPI, se descubren
atentados en contra de los DDHH sus culpables podrán ser castigados.
Es un tribunal de última instancia, por lo
que no se pueden apelar a sus resoluciones. La máxima pena que
contempla son 30 años o cadena perpetua y en ningún caso
acepta la pena de muerte.
La
carrera por un cupo y la resistencia de la derecha
Eduardo Frei mandó esta iniciativa a Valparaíso
el año '99, pero fue Lagos quien apuró su tramitación,
pretendiendo que Chile fuera uno de los primeros 60 países en reafirmar
su apoyo a la iniciativa. La razón de la premura es que al lograr
ese número de naciones, el TPI se constituiría y los países
fundadores tienen derechos en la conformación de los Estatutos
y en la elección de los jueces. Si Chile lograba la meta, iba a
estar en la vanguardia diplomática. Sin embargo, una decisión
de esta magnitud no depende solo de la voluntad del Presidente, ya que
todo tratado internacional suscrito tiene ser ratificado por el Senado.
Este proyecto siempre tuvo la resistencia de la derecha
en las comisiones, sin embargo logró pasar estas vallas. Fue sólo
en marzo del 2002 cuando la oposición encontró un argumento
que podía detener la confirmación del TPI: su incompatibilidad
con nuestra Carta Magna.
Los diputados de la Alianza por Chile, Maximiano Errázuriz
de Renovación Nacional (RN) y Gonzalo Ibáñez de la
Unión Demócrata Independiente (UDI) presentaron un requerimiento
ante el Tribunal Constitucional (TC) apoyados por otros 33 congresistas
del bloque opositor.
El asunto presenta dos dimensiones: por un lado el
error formal de manejar un tratado internacional en el Congreso de la
misma forma que una ley cualquiera, y por otra, una discrepancia en los
conceptos al estimar que el TPI viola el principio de soberanía
nacional.
Errázuris e Ibáñez estiman que
el gobierno equivocó el tratamiento de la materia, olvidando su
condición de acuerdo multilateral. En lo cotidiano, un proyecto
de ley puede ser modificado durante su discusión, se le pueden
presentar indicaciones hasta llegar a un texto final. En cambio, el Parlamento
solo puede aprobar o rechazar un acuerdo entre países. Por otra
parte, presenta la característica que una vez aprobada no puede
ser posteriormente derogado.
En el plano de fondo, la derecha alega razones de
soberanía, tal como lo hizo durante el arresto de Pinochet en Londres.
Francisco Bartolucci y Juan Antonio Coloma llegaron a decir que el TPI
"es una violación a nuestra Constitución, puesto que
la ratificación del tratado resulta incompatible con la existencia
de un Estado chileno independiente y soberano".
Ibáñez agrega que "está
en juego la soberanía nacional, ya que esta Corte Penal Internacional
es un tribunal que tiene jurisdicción directa sobre las personas
del país y por eso pasa a constituir un tribunal dentro del sistema
jurisdiccional chileno. Además atenta contra la soberanía
chilena al permitir que tribunales internacionales juzguen delitos ocurridos
en Chile". En conclusión, la derecha estima que para que el
TPI sea viable en nuestro país, es necesario reformar la Carta
Fundamental.
Una de las aristas del proyecto que tuvo inquieta
a la oposición, es que esta instancia de derecho Internacional
dificulta los "arreglos hechos en casa", más conocidos
como amnistías. Es decir, desde el viernes 12 de abril si en algún
país se comete un genocidio y posteriormente este es silenciado
por un acuerdo político nacional, el TPI tiene atribuciones para
juzgar desconociendo ese mecanismo. Así, la derecha está
legitimando nuestra la Ley de amnistía proclamada en 1978, durante
la dictadura.
El 8 de abril el TC le dio la razón a los parlamentarios
de la Alianza, en un falló categórico - cinco a uno -, estimó
que la ratificación exigía enmiendas a la Constitución.
El desacierto del gobierno
El fallo fue un rotundo fracaso para la gestión
de la Cancillería y para los planes del gobierno. Los argumentos
no lograron convencer al TC, lo que hizo imposible la ratificación
del tratado en un corto plazo.
La posición del Ejecutivo, y en especial de
la ministra de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear - quien ha manejado
la negociación desde su gestión en el gobierno de Frei -
fue defender la constitucionalidad del proyecto. Pero luego del veredicto,
declaró que no le quedó otra opción que aceptar la
decisión del tribunal y gestar un proyecto de enmienda. Esta reestructuración
jurídica ocurrió también en Francia, uno de los pocos
firmantes que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU,
que debió adecuar su Carta Elemental para entrar al Tribunal.
El
oficialismo sostiene que la soberanía nacional no es transgredida,
ya que Chile ha firmado numerosos convenios que se basan en el principio
de jurisdicción universal, que no necesariamente hace retroceder
a las cortes nacionales en su territorio de dominio.
Para la Concertación, el dictamen del Tribunal Constitucional fue
un duro golpe y las críticas no tardaron en llegar en contra de
la canciller. El legislador y presidente de la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado, Gabriel Váldes, reclamó que se improvisó
en el tema, sin tomar en cuenta que la incompatibilidad del proyecto era
predecible. De hecho, afirma que el ministro del TC Juan A. Figueroa,
ya había advertido las dificultades que iba a tener la iniciativa.
El senador demócrata cristiano opinó
que la ratificación "Se envió ligeramente al Congreso
como un proyecto de tratado cualquiera. Para Valdés, recordando
sus días como ministro de RREE de Aylwin, lo peor del rechazo son
las consecuencias diplomáticas, ya que considera que Chile ha hecho
un papelón ante el resto del mundo.
Soledad Alvear se defendió inmediatamente,
aclarando que la moción ya había pasado por varios filtros
sin que ninguno considerara inconstitucional la medida. Incluso se solicitó
un informe a la Corte Suprema, donde solo dos de los 21 magistrados consideraron
que era necesario reformar la Carta de 1980 para la ratificación.
Dentro del mismo proceso también fueron consultados otros especialistas
en esta disciplina jurídica, que en su gran mayoría no expresaron
reparos ante el tratado.
Inmediatamente después del fallo adverso,
el 9 de abril, el gobierno anunció el envió de una enmienda
a la Constitución para ser discutido en el Parlamento. Según
la canciller, esto no buscaba corregir el error, sino que "dar cumplimiento
al fallo". A pesar de la justificación de la autoridad, queda
claro que al menos hubo un descuido de cálculo de cómo sería
la votación del TC. Vía que no quisieron repetir en el Congreso,
ya que el quórum necesario para una reforma de este tipo, es de
3/5 del total de asistentes. Un arduo lobby se les vendría por
adelante para conseguir votos entre los detractores del TPI, por lo que
se decidió no presentar la reforma.
Este intento de último minuto buscaba ocupar las herramientas para
que Chile pudiera entrar por la puerta lateral en el exclusivo grupo de
los primeros 60 países en ratificar el Tratado de Roma. Sin embargo,
la premura no fue suficiente. El 12 de abril, diez nuevos países
adhirieron el acuerdo dejando fuera a nuestro nación.
Con otro pulso, el 16 de este mismo mes, se planteo
una nueva fórmula basada en introducir una disposición transitoria
a la Carta Fundamental, que de ser aprobada por el Parlamento permitirá
continuar con la tramitación del tratado que crea la Corte Penal
Internacional que actualmente se encuentra en la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado.
La nueva disposición transitoria establece
que "el Estado de Chile podrá reconocer la jurisdicción
de la Corte Penal Internacional de acuerdo a las condiciones previstas
por el tratado aprobado en Roma, por la Conferencia Diplomática
de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas sobre el establecimiento de
una Corte Penal Internacional". Es decir, se recurrió a un
"parche" que le evita al Ejecutivo una engorrosa modificación
de distintos artículos.
El director jurídico de la Cancillería,
Claudio Troncoso, señaló que el gobierno está abierto
a estudiar otros textos alternativos de reforma constitucional al propuesto
por el Ejecutivo, dando a entender que la discusión va para largo
considerando el ritmo de las cámaras.
El 1 de julio entrará en acción el Tribunal
Penal Internacional en Holanda. Para entonces es probable que en Chile
no se haya avanzado en nada, menos si consideramos que los argumentos
esgrimidos por las partes siguen la misma dualidad que rodea el tema de
Pinochet. En vez de preparar el ordenamiento jurídico internacional
para un nuevo siglo, en la práctica se siguen pronunciando, una
y otra vez, las mismas teorías que han entrampado la justicia durante
las últimas tres décadas.
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