Estados
Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI)
Los "pilatos" de la crisis argentina
Por
Michelle Zarzar
Las declaraciones
del FMI respecto de suspender la entrega de empréstitos a países
que mantuvieran un alto índice de corrupción al interior
de su élite política, parecía empañar
la única estrella que aún brillaba para muchas economías
en crisis, entre ellas la de nuestros vecinos argentinos. El país
que por años fuera el alumno aventajado del organismo financiero
era marginado de una bofetada en virtud de esta nueva política
sin miramientos, augurando para la Argentina una muerte rápida
y dolorosa.
Pero no sólo
el FMI había sepultado con estas declaraciones a la maltrecha
economía trasandina. También el Presidente Geroge
W. Bush la condenó a caer al abismo: "no tiene sentido
dar dinero a países que son corruptos, porque eso no ayuda
a la gente; ayuda a una élite de líderes, y eso no
es justo para la gente de esos países ni para quienes pagan
sus impuestos en Estados Unidos".
Una actitud
bastante irresponsable y nada de altruista si pensamos que echarle
más tierra al muerto no es la opción más adecuada
para mejorar la situación en Argentina. Más aún,
si los mismos que hoy desconocen culpabilidad alguna en la crisis
de dicho país son quienes ayudaron a generarla.
Nada hay más
fácil que volcar la culpa hacia el enfermo, a su mal funcionamiento
interno, cuando en realidad éste se encuentra al borde de
la muerte por negligencia médica. Argentina no se enfermó
sola, fue impulsada a hacerlo y los culpables son claramente reconocibles.
El FMI fue por
años cómplice de la corrompida maquinaria que dirigía
Argentina, corrupción que no les importó en absoluto,
mientras el panorama económico se divisaba auspicioso. ¿Es
tan frágil la memoria del los que ahora se muestran como
acusadores, o es que no recuerdan a Bush padre jugando golf con
el ex presidente Carlos Menem? ¿No sabían a quién
le prestaban dinero? Claro que sí, pero en ese momento era
rentable otorgarles préstamos a los corruptos. Durante el
período de la Guerra Fría, Estados Unidos necesitaba
aliados en América Latina, por lo que era conveniente mantener
en el poder a esa élite que ahora tachan con el dedo. La
misma que antaño aplicara todas las medidas tendientes a
afianzar el sistema de libre mercado impulsado por ellos mismos
y el FMI.
Basta recordar
el golpe de Estado de marzo de 1976 en Argentina y cómo éste
fue saludado por las autoridades norteamericanas y el Fondo Monetario
Internacional a pocas horas de haberse producido. ¿Les importó
en ese momento que la clase política, aliada a los militares,
que respaldaban fuese corrupta? No. Por el contrario, el FMI les
ofrecía un crédito stand by por 350 millones de dólares,
situación que decantó en una deuda externa de 45 mil
millones de dólares. ¿No sabían los organismos
financieros a quiénes les entregaban esos dineros? El gobierno
estaba tan comprometido con lo que se llamaban las reformas -entiéndase
privatizaciones y liberalización de la economía- que
tanto el Fondo como las autoridades estadounidenses de la época
pensaron que las ventajas de apoyarlos compensaban las desventajas,
aún sabiendo del nivel de corrupción que existía:
las empresas, los intereses financieros y el seguir las políticas
de Estados Unidos fueron más importantes que los principios.
Las reformas
de los '80, siguieron la tónica anterior, como dijo alguna
vez el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz "el desastre
no se produce por no escuchar al FMI, sino precisamente por escucharlo".
Países que salían de años de pobreza y dictadura,
como Argentina, fueron instados por la entidad financiera a aplicar
medidas tendientes a afianzar el sistema de libre mercado. Los resultados
una vez más fueron nefastos.
A juicio de
Stiglitz, aunque la clase política argentina hubiese sido
sinónimo de honradez, esto no hubiese evitado la crisis.
El factor corrupción actuó más bien como un
agente acelerador del proceso de derrumbe, llevando al sistema a
colapsar anticipadamente y en peores condiciones. El error determinante
del caos financiero argentino, vino, precisamente de una falla estratégica
del Fondo Monetario, el cual respaldó las medidas de sobrevalúo
del peso, derivada de la fijación del tipo de cambio, las
que en determinado momento parecieron solucionar el problema de
hiperinflación.
Lo anterior,
unido a otras políticas propuestas con posterioridad por
el mismo organismo, como la imposición de políticas
fiscales contractivas en plena recesión y las privatizaciones
mal aplicadas hicieron que una Argentina -ya poco competitiva por
su tasa de cambio- lo fuera aún menos por los altos precios
de la electricidad y de sus servicios públicos.
Las consecuencias no hubiesen sido tan desastrosas si el FMI hubiese
estudiado mejor las cuentas. Las privatizaciones dadas en esas circunstancias
significaron un grave desequilibrio presupuestario, provocando un
déficit del 3 por ciento.
Cualquier economista
pudo predecir que la reducción del gasto sólo agudizaría
las cosas: la recaudación impositiva, el empleo y la confianza
en la economía tenderían a disminuir y la crisis caería
por su propio peso. Cualquiera, menos los del FMI. La situación
se torna aún más crítica si consideramos que
el organismo exige al gobierno actual nuevos ajustes presupuestarios
como condición para la entrega de un nuevo préstamo
que, objetivamente, no servirá para subsanar los problemas
reales de los argentinos, sino que irá para pagar los anteriores
créditos otorgados por el Fondo y la deuda con el Banco Mundial.
Un nuevo acuerdo no vale el precio de una nueva reducción
del gasto a riesgo de una mayor deflación.
Hoy en día,
tanto Estados Unidos como el FMI se lavan las manos, al igual que
Pilatos, expiándose de culpa de la manera más vil
a costa del sufrimiento de millones de argentinos que viven las
consecuencias de un "error" táctico de los que
ahora se llenan la boca con palabras como "transparencia"
y "probidad" las cuales, como ya hemos visto, antes no
les importaron. Como si de un momento a otro "abrieran los
ojos" hacia una Argentina de la desconfianza, débil,
desestructurada, corrompida; un sistema que por años ellos
mismos mantuvieron y ayudaron a construir por medio de las "recetas"
del Fondo.
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