Ha vuelto a
la carga
El
fantasma de las privatizaciones
La falta
de recursos para cumplir las promesas sociales del gobierno de Lagos
hizo que reapareciera la idea de vender algunas empresas del Estado.
La historia
privatizadora en Chile da cuenta de una repartición desigual
y que ha favorecido a los grandes grupos económicos. Sin
embargo, un informe del Banco Mundial destaca los logros y ventajas
de la oleada privatizadora de los noventa.
Por
Raúl Rodríguez y María Eugenia Salinas
La
estancada economía y la lenta recuperación a nivel
mundial no dan su brazo a torcer: la demanda interna continúa
deprimida y el desempleo bordea los dos dígitos. Un deteriorado
clima de confianza ha estado como telón de fondo en las rencillas,
a veces abiertas o soterradas, entre el gobierno y los empresarios,
quienes buscan ponerse de acuerdo en una agenda reactivadora, la
que en muchas ocasiones queda sólo en declaración
de intenciones o en eternas discusiones polémicas.
Y la preocupación
de las autoridades no es menor, pues está en juego no sólo
disminuir la incertidumbre entre los distintos actores económicos,
sino también cumplir con el programa social del tercer gobierno
de la Concertación.
Pero las promesas de campaña se han visto truncadas en medio
de un ambiente de inestabilidad en los mercados internacionales
y turbulencias en la región. En efecto, la austeridad fiscal
y la voluntad política de no aumentar el gasto público
están causando más de un dolor de cabeza al gobierno
del presidente Ricardo Lagos, ya que, según estas circunstancias,
la agenda social de la alianza gobernante estaría desfinanciada
en alrededor de un 70 por ciento.
De ahí
que en círculos oficialistas comenzara a tomar fuerza la
idea de privatizar algunas empresas del Estado, como la Empresa
Nacional de Petróleo (ENAP), y continuar con las sanitarias,
para así inyectar recursos frescos a las arcas fiscales,
dar un respiro al gobierno en su afán modernizador y focalizar
recursos hacia el ámbito social.
Un giro a
la derecha
El fantasma
de las privatizaciones es tan fuerte que incluso se ha apoderado
de sectores concertacionistas que fueron reticentes a practicar
esa política.
Sorpresivas fueron, en este sentido, las declaraciones del socialista
Enrique Correa, ex ministro Secretario General de Gobierno de Patricio
Aylwin, quien estima conveniente traspasar a manos privadas ENAP
y las sanitarias. Para Correa, privatizar sería una señal
potente al mundo y se mostraría un Chile activo y abierto
a la inversión, según afirmó a La Tercera el
9 de septiembre.
El mismo discurso
comparte su correligionario, el senador Carlos Ominami, quien de
a poco ha mostrado un acercamiento al ala liberal del partido. Ominami
planteó, al igual que Correa, que las privatizaciones permitirían
financiar de manera más holgada los programas sociales del
gobierno.
Para el ex vocero
de La Moneda se ha llevado al límite la posibilidad de seguir
cargando impuestos a las personas, por lo que sería indispensable
vender algunos activos del Estado para cumplir con las promesas
sociales del gobierno de Lagos.
En este contexto
de incertidumbre política y de los vaivenes del mercado internacional,
el Banco Mundial publicó el informe "Privatizaciones
en América Latina: Evaluando la evidencia", en el que
señala que el paso a manos privadas de servicios e infraestructura
emprendido en la región durante los '90 implicó mejorías
sustanciales en el rendimiento de las empresas involucradas. Además
el estudio señala que se abrió un "espacio fiscal"
posibilitando un aumento real del 50% en el gasto público
destinado a sectores sociales durante el decenio pasado.
No obstante,
el organismo multilateral advierte que "en la práctica,
aliviar las limitaciones fiscales ha sido aparentemente de mayor
prioridad que la redistribución de la riqueza en algunos
países".
La
repartición de la torta
Justamente este
es el punto que causa mayor controversia, si miramos la historia
de las privatizaciones en Chile, que se remonta a mediados de los
años '70, pero con más fuerza entre 1985 y 1989, período
en el cual el Estado de Chile se deshizo de 30 empresas. Como señala
la periodista María Olivia Monckeberg en su libro "El
Saqueo: de los grupos económicos al Estado chileno"
(2001), las ventas significaron al país una pérdida
que se estimó en más de mil millones de dólares,
es decir más de 700 mil millones de pesos en la actualidad.
El proceso privatizador
seguido por el régimen militar, según el libro "fue
una estrategia política destinada a mantener el poder en
ciertos grupos, aun después del ocaso del gobierno militar".
Monckeberg lo explica en palabras simples: "mientras la derecha
gobernante vendía, la derecha económica compraba."
Las privatizaciones de la década de los ochenta fueron excluyentes
y desiguales en su repartición. La mayoría de quienes
tuvieron un rol decisivo en la venta de empresas del Estado ostentan
hoy posiciones de poder que desarrollaron y consolidaron, precisamente,
gracias a ese impulso privatizador.
De ahí
que resulte peligroso para algunos sectores privatizar, pues los
grupos de poder ejercen presión con el objeto de tener mayor
participación en el ingreso nacional. Estos se escudarían,
afirma Luis Cruz, profesor de Economía de la Universidad
de Chile, en la teoría de la derecha económica que
señala que las empresas se venden a los trabajadores.
"Esa es una falacia. El trabajador siendo partícipe
de un cero coma y tanto por ciento de la empresa, nunca se ha sentido
dueño de ella. Tampoco tiene grandes ganancias por las acciones
y termina por venderlas a los grupos económicos", dijo.
Otra de las
razones que esgrimen los opositores a esta política es que
con estas medidas aumentarían los despidos masivos, para
así abaratar costos operacionales.
Pero más
allá de esta herencia dejada por el gobierno militar, en
los años de la Concertación la ola privatizadora ha
proseguido con las sanitarias, los puertos y concesiones viales.
Al parecer, continuar este curso económico fue una de las
condiciones pactadas para la llamada transición.
Este proceso
se expresa en que cerca de siete grupos económicos tienen
el control del 70 por ciento de los valores accionarios en el país,
algunos de ellos extranjeros, como ocurre con ciertas sanitarias
y empresas eléctricas.
Populismo
contingente
Según
estimaciones de analistas, el valor total de las empresas que quedan
en manos del Estado sería superior a los 12 mil millones
de dólares. De ahí que el tema privatizaciones se
convierta en un dolor de cabeza para los gobiernos de la Concertación,
pues se entrecruzan posturas ideológicas y contingencia económicas.
En este contexto,
Cruz advierte que las privatizaciones tienen tanto aspectos positivos
como negativos. "Lo beneficioso va por el lado de las cifras
macroeconómicas que mejoran la rentabilidad y eficiencia
de las empresas. A nivel micro, vemos elementos no tan favorables
como mayor desempleo y más influencia de los grupos económicos
en la participación del producto interno, lo cual no mejora
la distribución del ingreso en la sociedad".
Los errores
del pasado aún pesan en las autoridades, y se convierten
en la piedra en el zapato para tomar una decisión de tal
envergadura como vender ENAP.
Pero en estos
momentos las privatizaciones se vinculan al endeudamiento nacional
y como solución a los problemas fiscales. Sin embargo, privatizar
para pagar deudas de corto plazo no ha resuelto dificultades económicas,
como es el caso de Argentina.
Esto conduce
a pensar que si mejora el escenario económico a nivel mundial
el debate dejaría de estar en la palestra. La situación
pasa a su vez por optimizar los recursos fiscales y mejorar la gestión
y eficiencia de la empresas estatales, como es el caso de Metro,
antes que buscar fórmulas "parche" que sirvan de
salvataje a los planes inmediatistas de los gobiernos de turno.
Sin embargo,
la polémica quedó en punto muerto, pues el Presidente
Lagos y el ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, descartaron
privatizar ENAP, Correos o más sanitarias por lo menos durante
el 2002. Pero nadie asegura que durante los próximos años
la discusión vuelva a tomar preponderancia en la agenda económica.
Las autoridades
no tenían presupuestado que la crisis los envolviera por
tanto tiempo sin poder volver a las tasas de crecimiento de cerca
del 7 por ciento que caracterizaron los primeros años de
la década del '90. Ello ha conducido a que las nuevas propuestas
de financiamiento gubernamental tomen, muchas veces, un carácter
populista antes que seguir una línea económica coherente.
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