No fue Pablito Ruiz quién desvirgó nuestros oídos
con su “Oh, mamá”. Tampoco podemos culpar a
Xuxa o Mazapán. La verdadera responsable de iniciarnos
musicalmente fue nuestra madre (o quién cumpliera ese rol).
Estas señoras no sólo son expertas en recolectar
pedazos de cuerpo (ombligo, pelo, dientes) también podrían
ser candidatas al premio “mejor intérprete de canción
de cuna”, el género universal por excelencia.
El hijo entre los brazos logra lo que incluso la ducha no puede
hacer: que canten mujeres con desafinación severa. A pesar
de la horrible entonación materna, los hijos recordamos
con cariño las canciones de cuna. Lo que importa es la
intención. Pero señores estás “inocentes”
melodías esconden una oscura motivación: que se
calle el cabro chico. Nada de amor, lo que se busca es que la
pelotita llorona deje de molestar.
Para lograr el cruel objetivo existe una elaborada estrategia.
Primer paso: incitar el sueño. La idea es que cuando te
canten lo bakán que es dormir, te dé tuto. Si recuerdas
el bello “arroró mi guagua” es porque eras
fácil y caías a la primera. Si esto no resulta,
comienza el plan b: coimear. “Duérmete, Natacha para
que la luna se ponga contenta y te dé aceitunas”.
Si tu canción de cuna es de este tipo, eres un interesado.
Pero hay bebés combatientes, firmes en sus principios que
no se quedan dormidos, para ellos el tercer paso: la amenaza.
“duérmete ya, que viene el cuco y te comerá”.
Sin embargo el horror no termina con la amenaza. Sin que nadie
se dé cuenta, las canciones de cuna se encargan de cultivar
oscuras formas. Comencemos con el mismo cuco, que tiene la cara
negra, está en todas partes y viene si te portas mal. Después
se extrañan si el cabro chico es racista y paranoico. No
entienden como salió depresiva la niña, pero su
mamá le cantaba incesantemente “duerme mi pequeña,
no vale la pena despertar”. Peor aún, la madre entró
a la pieza de su retoño y lo encontró vestido de
negro con esposas y un látigo, pero la honorable señora
no recuerda que le cantaba “arriba del cielo hay un agujero
por donde se asoma narices de cuero”.
También existen dos rasgos sociales que se cuelan en
las canciones de cuna. Cientos de estos versos le piden a la guagua
que se duerma porque la mamá tiene que cocinar, lavar,
planchar, coser, etc. El padre ni se menciona y la mamá
carga con todo. Estos pañales huelen a machismo. Otro olor
nauseabundo viene de la estupidez con que los adultos tratamos
a los bebés. No sólo emitimos sonidos primitivos
cuando los vemos, también les enseñamos cosas como
que se da jarabe con el tenedor para que luego cuando lo intenten
los retemos porque el mundo no funciona así. Lo que si
funciona es incitar, coimear y amenazar. Señores: las canciones
de cuna no son inocentes.