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Tortura de Cuna

Por Estefanía Etcheverría Toirkens


No fue Pablito Ruiz quién desvirgó nuestros oídos con su “Oh, mamá”. Tampoco podemos culpar a Xuxa o Mazapán. La verdadera responsable de iniciarnos musicalmente fue nuestra madre (o quién cumpliera ese rol). Estas señoras no sólo son expertas en recolectar pedazos de cuerpo (ombligo, pelo, dientes) también podrían ser candidatas al premio “mejor intérprete de canción de cuna”, el género universal por excelencia.

El hijo entre los brazos logra lo que incluso la ducha no puede hacer: que canten mujeres con desafinación severa. A pesar de la horrible entonación materna, los hijos recordamos con cariño las canciones de cuna. Lo que importa es la intención. Pero señores estás “inocentes” melodías esconden una oscura motivación: que se calle el cabro chico. Nada de amor, lo que se busca es que la pelotita llorona deje de molestar.

Para lograr el cruel objetivo existe una elaborada estrategia. Primer paso: incitar el sueño. La idea es que cuando te canten lo bakán que es dormir, te dé tuto. Si recuerdas el bello “arroró mi guagua” es porque eras fácil y caías a la primera. Si esto no resulta, comienza el plan b: coimear. “Duérmete, Natacha para que la luna se ponga contenta y te dé aceitunas”. Si tu canción de cuna es de este tipo, eres un interesado. Pero hay bebés combatientes, firmes en sus principios que no se quedan dormidos, para ellos el tercer paso: la amenaza. “duérmete ya, que viene el cuco y te comerá”.

Sin embargo el horror no termina con la amenaza. Sin que nadie se dé cuenta, las canciones de cuna se encargan de cultivar oscuras formas. Comencemos con el mismo cuco, que tiene la cara negra, está en todas partes y viene si te portas mal. Después se extrañan si el cabro chico es racista y paranoico. No entienden como salió depresiva la niña, pero su mamá le cantaba incesantemente “duerme mi pequeña, no vale la pena despertar”. Peor aún, la madre entró a la pieza de su retoño y lo encontró vestido de negro con esposas y un látigo, pero la honorable señora no recuerda que le cantaba “arriba del cielo hay un agujero por donde se asoma narices de cuero”.

También existen dos rasgos sociales que se cuelan en las canciones de cuna. Cientos de estos versos le piden a la guagua que se duerma porque la mamá tiene que cocinar, lavar, planchar, coser, etc. El padre ni se menciona y la mamá carga con todo. Estos pañales huelen a machismo. Otro olor nauseabundo viene de la estupidez con que los adultos tratamos a los bebés. No sólo emitimos sonidos primitivos cuando los vemos, también les enseñamos cosas como que se da jarabe con el tenedor para que luego cuando lo intenten los retemos porque el mundo no funciona así. Lo que si funciona es incitar, coimear y amenazar. Señores: las canciones de cuna no son inocentes.


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