Fiscalización de concursos:
Tierra de nadie
Los concursos incentivan nuestras fantasías
y las ventas. Soñamos con los premios que ofrecen, pero ni
siquiera imaginamos el mundo de pesadilla en que se desarrollan.
Hasta ahora, el secreto mejor guardado no ha
sido la ubicación del producto premiado. Nadie ha dicho que
la realidad de los concursos es el mal sueño de un lugar
al margen de la ley, donde reina la desinformación y manda
el más fuerte.
Por
Estefanía Etcheverría Toirkens y Nicole Pérez
Tordoya
¿Cuántas veces te intoxicaste por
comer demasiado yoghurt sólo para juntar las tapitas y canjear
el minicomponente? ¿Cuántas noches quedaste botado
en la calle después de tomar litros de cerveza sólo
para ganar el Porsche? Si la respuesta a todo tu esfuerzo fue un
“siga participando”, tienes el derecho de saber que
el ganador del concurso está establecido de antemano: la
propia empresa.
El premio mayor no es el auto nuevecito de paquete, sino el gran
incremento en las ventas que genera la promoción. Rodrigo
Gatica, subdirector del supermercado Montecarlo Macul, dijo a CTN
que “cuando viene un concurso, de partida se solicita una
mayor cantidad del producto”.
Sin embargo, los beneficios no se limitan a las
ventas. El mercado dejó de utilizar los concursos como un
mero gancho publicitario: ahora sirven para posicionar las marcas.
Tal es el caso de Abastible, que a través de su concurso
“gas gratis por un año” busca transformarse en
el mayor vendedor de gas a nivel nacional, según aseguró
a CTN Jorge Silva, asistente de subgerencia de marketing de dicha
empresa.
¿Quién podrá defendernos?
A pesar de que hace muchos años somos bombardeados por concursos,
no existe ninguna ley que los regule. Frente a esta ausencia, se
aplica la ley del consumidor que funciona de manera supletoria.
Ésta sólo exige especificar el tipo de premios y su
cantidad, el período de validez del concurso y la forma en
que serán avisados los ganadores. Dicha información
debería estar contenida en las bases notariales.
La función del notario sólo es certificar
las características que tendrá el concurso. Establecidas
las bases se termina su labor, no es su trabajo velar por que se
otorguen los premios. Entonces ¿quién se preocupa
de que se entregue lo prometido?
La ley del consumidor es la que se aplica a los
concursos, por esto podría pensarse que el ente fiscalizador
es el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac), pero no lo es.
Esta institución sólo actúa como un mediador
entre las empresas y los consumidores. Para poder actuar necesita
estudios que evidencien irregularidades o que los propios afectados
presenten sus reclamos. De esta forma la responsabilidad de que
la ley se cumpla recae en la ciudadanía.
Sin embargo la persona perjudicada no puede presentar
acciones legales sin el apoyo de una asociación de consumidores.
Pero estas corporaciones, organizadas por la propia ciudadanía,
no se preocupan del tema. Patricio Castro, encargado de desarrollo
organizacional del Sernac, afirmó a CTN que las asociaciones
de consumidores están dedicadas a temas más amplios,
como educar sobre consumo. Por esto dejan de lado las irregularidades
que se cometen en los concursos.
El Sernac equivale a una asociación de consumidores
estatal, por lo cual los afectados también pueden recurrir
a esta instancia. Pero esta entidad se ve limitada en las acciones
a seguir debido al alto costo que implica un juicio. Según
Castro, esta entidad no puede detenerse en cada caso, sería
un lujo que no podría financiar porque no recibe ningún
beneficio económico a cambio.
El silencio de los inocentes
Es probable que si no le dan el premio a quien lo ganó, éste
reclame. Pero ¿quién se queja cuando no se sabe si
hay un ganador? Si no se dan a conocer los resultados de un concurso,
es posible que no exista beneficiado alguno. Esta omisión
corresponde al tipo más común de irregularidades que
arrojan los estudios del Sernac. La razón de tan recurrente
infracción es sencilla: sin denunciantes, la falta queda
impune.
Sin embargo, aunque las empresas cumplan con la
ley igual pueden confundir al consumidor. La típica letra
chica y las bases que nadie va a buscar al notario, son ejemplos
de las numerosas artimañas posibles.
Superadas todas las dificultades anteriores, si
se llegara a condenar a una empresa, la pena que debe cumplir es
mínima. En la antigua ley del consumidor la mayor multa para
una compañía era de un millón quinientos mil
pesos. El 14 de julio de este año se aprobó la nueva
ley que estipula una multa de 30 millones de pesos.
Cada spot que se transmite entre la teleserie y
el noticiario cuesta 24 millones de pesos. Ninguna campaña
muestra un solo comercial, en general son muchos a lo largo del
día y no sólo en televisión. Radio, medios
escritos y avisaje en la vía pública, aumentan aún
más el costo publicitario.
Si se invierte tanto dinero en la promoción
de un concurso debe ser porque las ganancias superan el gasto con
creces. Así la multa de 30 millones se convierte en una cifra
insignificante. Aún más si se considera que los infractores
habituales son quienes más publicitan – multitiendas,
supermercados, empresas de telefonías y bancos – como
informó Castro.
En pleno siglo XXI no existe una ley específica
que regule los ya tan habituales concursos. Alguien puede ir a la
cárcel por el simple hecho de no cortar el pasto de su antejardín,
pero es muy difícil penar a quién realiza un concurso
fraudulento. Además la multa es tan poco relevante como canjear
un “vale otro”. Nadie se preocupa por comprobar la entrega
del premio y se confía en que la empresa cumplirá
por conservar su honra. Sin ley y por el honor: los concursos son
tierra de nadie.
Sitios Relacionados:
Sernac
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