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Transgénicos en Chile:
¡Mozo, hay algo extraño en mi comida!

Transgénicos, transgénesis, transgenia, trans... ¿qué? La idea de que en nuestro plato hayan alimentos intervenidos artificialmente no suele rondar por nuestras cabezas. Pocos saben que, en realidad, es más común de lo que se cree.

En un escenario mundial sin certezas acerca de la seguridad de los productos modificados genéticamente, en Chile hay opiniones encontradas y una normativa que deja mucho que desear.

Por Graciela Marín y Pamela Ramírez


La transgénesis es una palabra que no muchos conocen, de hecho: ¿alguna vez la ha usado? Poco sabe usted que lo más seguro es que la haya comido al desayuno, junto con su leche y su tostada. ¿De qué diablos estamos hablando?

Básicamente, los transgénicos son organismos provenientes de semillas manipuladas artificialmente, que nunca se producirían en forma natural, sino gracias a la ingeniería genética. En la práctica, consiste en la introducción de un gen que ha sido aislado previamente de un virus, bacteria, planta, animal o humano, al material genético de otro ser vivo.

El resultado de este procedimiento es la creación de un nuevo ser, que tendría ventajas por sobre otros organismos naturales semejantes. Por ejemplo, podrían obtenerse plantaciones que soporten mejor el frío, que crezcan más rápido o plantas más resistentes a las plagas sin la necesidad del uso de pesticidas. Es el caso del maíz transgénico, que contiene toxinas para eliminar a los insectos. Así, la producción mejora y los riesgos de pérdida de cultivo son mínimos.

Los ingredientes transgénicos mayormente utilizados en alimentos provienen de cuatro cultivos: maíz, soya, algodón y canola, siendo los dos primeros los más utilizados. El resultado de esto, es que la mayoría de las ricas comidas que consumimos, como los clásicos tallarines con salsa, el pan con mantequilla y hasta las bebidas pueden contener elementos manipulados genéticamente.

La controversia en torno a este tema tiene que ver con el desconocimiento acerca de los efectos del consumo de estos alimentos o de su cultivo masivo. Los defensores de esta práctica la avalan porque los resultados finales serían positivos para los consumidores, en términos de productos más baratos y de mejor calidad. Pero sus detractores temen por las posibles consecuencias nocivas para la salud y la amenaza a la biodiversidad del ecosistema que la transgenia podrían traer.

La mirada verde

Uno de los principales opositores al uso de transgénicos, tanto a nivel mundial como en el país, es la organización internacional Greenpeace. Su sucursal chilena aboga por un “Chile libre de transgénicos” que comenzaría por un debido etiquetado a los productos que contengan dichos elementos. Para esto ya han formulado una guía para el consumidor en donde se estipula qué alimentos están libres de transgénicos y cuáles no.

Las principales advertencias que hacen al tema de la manipulación se remiten a sus efectos. Según dijo a CTN la asistente de la campaña de Ingeniería Genética de Greenpeace, Verónica Vergara, “El principal problema con los transgénicos es que no existen los estudios suficientes como para saber que efectos van a tener. No puede ser posible que salga al mercado algo que no sabemos si es dañino. Hace 50 años, cuando se comenzó a trabajar con asbesto en las fábricas, nadie pensó que ahora se iban a estar muriendo los trabajadores de asbestosis, porque no lo conocían”.

Para Vergara, los alimentos biotecnológicos acarrean consecuencias nocivas para la salud por su alto potencial alergénico. Sin embargo, la gente no sabe que tales reacciones se deben al consumo de transgénicos, pues desconocen si lo que comen es artificial o no.

Además, habría un claro daño al medio ambiente, ya que, para la activista, los cultivos genéticamente manipulados contaminarían otras especies naturales. Esto atentaría contra el ecosistema y la biodiversidad, pues las distintas variedades de plantas podrían acabar siendo una sola: transgénica.

Por esto llaman a que Chile respete el “Principio Precautorio” al que ya se han sumado 188 países. La idea es que, ante la falta de certezas científicas con respecto a los efectos dañinos del uso de transgénicos, las naciones eviten tomar decisiones que luego no podrán ser revertidas.

En la opinión de Vergara, la ingeniería genética tendría un fin fundamentalmente económico y no respondería a un mayor beneficio para los consumidores. “Si los transgénicos se hicieron para paliar el hambre en el mundo, ¿por qué en Argentina hay gente que está sufriendo de hambre? Y resulta que la soya transgénica que se cultiva en ese país no se usa para alimentar a la gente, sino que para alimentar ganado en Estados Unidos y algunos países de Europa”, sostuvo.

Tocar el tema de alimentos genéticamente manipulados en Chile ha sido difícil para organizaciones como Greenpeace, debido al poco espacio que se les da en los medios de comunicación. Así lo confiesa Vergara: “Cuando tú hablas de que Nestlé usa transgénicos, de que Líder tiene productos con transgénicos, estás peleando con economías tan grandes que te ponen la pata arriba porque auspician los noticiarios y diarios de este país”.

Quizá a esto se remita la generalizada falta de conciencia sobre el tema en Chile, en comparación con otros lugares del mundo. Tal es el caso de Europa, donde existe reticencia al consumo de transgénicos y se ha optado por otras alternativas, entre ellas la agricultura orgánica.

Este tipo de siembra consiste en la menor intervención posible a los procesos naturales de cultivo, respetando los ciclos de crecimiento sin fertilizantes, aboliendo el uso de pesticidas y cuidando el suelo, entre otros.

En Chile, la agricultura orgánica lentamente se ha hecho un espacio, que cada día crece más. Una de las agrupaciones importantes es “Tierra Viva”, que funciona desde 1992 y tiene su negocio propio. En él, además de frutas y verduras venden lácteos, pan, cereales, aceites, entre otros.

A pesar de que sus precios son más elevados que los productos convencionales, la presidenta de Tierra Viva, Andrea Tuczek, explica para CTN: “yo creo que la agricultura orgánica tiene que ser más cara, porque hace mucho más esfuerzos, no solo en mano de obra y costos, sino en su cuidado del medio ambiente. La agricultura convencional hace daño a la naturaleza ¿y quién lo repara? La sociedad. Nosotros tratamos de hacer el mínimo impacto, en un esfuerzo para que la sociedad no tenga que pagar y se mantenga el medio ambiente sano”.

Jaime Dinamarca

Reparos a la regulación

Pero hay quienes difieren de esta escéptica posición y creen que Chile debería avanzar aún más en materia de transgenia. Uno de ellos es Jaime Dinamarca, gerente medio ambiental de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA) y miembro de la Comisión por el Desarrollo Biotecnológico, organismo nombrado por el gobierno que trabajó durante casi dos años en un informe acerca de los beneficios y riesgos del desarrollo biotecnológico en Chile.

En una charla con CTN, Dinamarca sostuvo que el gobierno chileno no sólo no se ha pronunciado oficialmente acerca de una política biotecnológica, sino que hace uso de un reglamento ambiguo y poco claro.

Para el empresario, el gobierno ha implementado más bien medidas regresivas, como un decreto del Ministerio de Salud que prohibía la producción, distribución y comercialización en Chile de alimentos transgénicos a niños menores de dos años. “No había fundamento científico para ello. En ninguna parte del mundo se ha encontrado evidencia empírica de que los alimentos biotecnológicos puedan ser un riesgo para la salud. Mas tarde, ellos mismo derogaron el decreto”, señaló Dinamarca.

Más allá de esto, la normativa más extraña fue la decretada por el Ministerio de Agricultura, que prohibió el cultivo de transgénicos en Chile para su comercialización dentro del país. Sin embargo, en una resolución del servicio Agrícola Ganadero (SAG) de 1993, quedó autorizada la siembra de semillas transgénicas para su reproducción, con tal de que el producto sea para la exportación.

“Es absurdo, porque compañías internacionales, que se dedican al cultivo y reproducción de semillas, usan los campos chilenos y después venden la cosecha a la industria de alimentos de Estados Unidos. Después nosotros comemos los alimentos que ellos producen con semillas chilenas. Entonces, con esta medida el gobierno no está protegiendo los campos del país, ni protege a las personas, porque todos finalmente terminamos comiendo productos norteamericanos en base a semillas transgénicas”, señaló Dinamarca.

Todas estas medidas son producto de un criterio preventivo sin mayor fundamento, según el gerente medio ambiental de SOFOFA. Esto, porque cada alimento manipulado biotecnológicamente ha pasado por lo menos diez años de exigentes pruebas y estudios antes de ser autorizado.

Decisiones impulsivas de este tipo son las que la Comisión por el Desarrollo Biotecnológico busca eliminar, al hacer un estudio profundo con el fin de que el gobierno fije una política nacional con respecto a la transgénesis. Sin ésta, el sector empresarial pronostica un futuro económico muy complicado para el país.

En SOFOFA temen que ocurra como con el salitre del norte: la ciencia finalmente creará alternativas mejores y más baratas a nuestros recursos más valiosos. Así lo ejemplifica Dinamarca: “Chile es un país forestal porque los árboles crecen más rápidos que en el norte. Pero eso durará hasta que fabriquen un árbol biotecnológico, que crezca mas rápido y ahí perderemos nuestra ventaja”.

A pesar de las opiniones encontradas, todo indica que Chile debería tener una legislación adecuada y clara que norme el uso de los transgénicos. Según Greenpeace es importante conocer públicamente dónde se cultivan transgénicos en Chile, además de que se informe acerca de los productos que contienen elementos manipulados genéticamente.

Ya han habido en Chile varios intentos frustrados para regular el tema transgénico. El año 2000, el Ministerio de Salud redactó un decreto para el etiquetado obligatorio que firmaron la entonces ministra Michelle Bachelet y el presidente Ricardo Lagos. Sin embargo, debido a las presiones del Ministerio de Economía y de Relaciones Exteriores, nunca se puso en práctica.

Lo mismo ocurrió este año con la discusión de la ley de bioseguridad que contiene la normativa a los transgénicos, la cual nuevamente no salió a la luz debido a la influencia del Ministerio de Economía. Esto constituye un nuevo obstáculo para la debida regulación del desarrollo transgénico, algo que cada día se hace más necesario, en estos tiempos en que el país pretende abrir sus fronteras al competitivo mercado mundial.

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