Paul Auster sabe muy bien como crear mundos inquietantes, y
delirantes en ocasiones como esta. Todo lector que decida aventurarse
por las páginas de “El país de las últimas
cosas”, podrá constatarlo. A partir de la primera
página se le abrirán las puertas de una ciudad sin
nombre, apocalíptica, oscura, pero fascinante a la vez.
Anna Blume es el personaje que nos la muestra. Ella está
allí para buscar a su hermano desaparecido, William. Y
sin saber si podrá salir alguna vez de esa nefasta urbe
–que por lo demás está controlada por una
autoridad que sus habitantes desconocen- escribe una larga carta
contando lo que vive y sus intrépidos intentos por sobrevivir.
Así es como este autor estadounidense nos hace leer correspondencia
ajena para dejar ver las clínicas de eutanasia, clubes
de asesinatos y una secta de los corredores, en que sus miembros
corren por las calles agitando las manos hasta que caen muertos.
En definitiva un ambiente bastante surrealista, que puede llevarlo
por ejemplo a la esquina de Dictionary Place y Muldoon Boulevard;
o al Bosque de las Palabras Olvidadas.
Supongo que esta historia es comparable a las películas
de David Lynch, en el sentido de que pueden interpretarse de múltiples
formas. Para algunos será una historia de ciencia ficción
o un desborde de imaginación sin mucho sentido. Pero para
otros será una historia que se lee entre líneas,
como una visión fatalista de una sociedad deshumanizada.
¿Muy imaginativa o muy real? A usted le corresponde juzgarlo.
"El Paìs de las últimas
cosas ", Paul Auster. Editorial Compactos Anagrama,
205 páginas, 1987. |