A perro muerto...
Por Daniel Fernández A.
Se
nos fue Juvenal. Y parece que ya lo extrañamos. Complicado
como el solo para expresarse, cada vez más alejado
de la realidad. Se va como una persona desgastada, infinitamente
más canosa de lo que llegó, mucho más
extraña, desconocida de aquel joven que asumió
hace tres años con toda la ambición de clasificarnos
al Mundial, de sacarnos del último puesto en Sudamérica,
pero que pocazo hizo para conseguirlo.
Se va Juvenal y con él se aleja un tipo con cero autocrítica,
capaz de achacar malos resultados a sus jugadores en lugar
de reconocer propias equivocaciones. Un entrenador que, amparado
en su superioridad intelectual, intentó practicar el
anti-fútbol, convencido de que ese era el camino al
éxito.
Se va Juvenal y también se esfuma el nuevo camarín.
La promesa de ser potencias futbolísticas, ser animadores
principales de algo por primera vez, en un ambiente de armonía
y hermandad. Con su partida nos quedamos sin estilo ni identidad,
esa que Olmos definió al momento de asumir como “ladina”
y “pragmática”, sin saber que si algo nos
caracteriza es la falta de un sello propio.
Se nos va el líder de los técnicos modernos.
Esa extraña raza de entrenadores que poco saben de
fútbol, pero que confían ciegamente en las virtudes
del biotipo, en la utilización de elementos físicamente
superiores, en desmedro del talento y la habilidad individual;
en la concepción de los jugadores como números,
como meros intérpretes de esquemas y tácticas
determinadas, sin contar con que dentro de la cancha no juegan
estadísticas sino jugadores de carne y hueso. En el
olvido quedan los “profes” de antaño, que
asumían un rol casi paternal con sus dirigidos, conscientes
de la importancia del tema confianza en un jugador, que no
dominaban la teoría, pero la práctica era la
que les daba resultados.
Olmos se marcha y ya nos imaginamos a don Reinaldo solo y
aburrido, sin nadie con quien pelear. Extrañaremos
las peleas entre ambos, ésas que se solucionaban al
día siguiente y que calificaban como meros “inventos
de la prensa”.
Juvenal se va y así fracasa una apuesta y una convicción.
La de las ideas raras, la de que peor de lo que estábamos
jugando no se podía. La convicción de la calculadora
y las matemáticas donde no importan los problemas propios
ni nuestros resultados, pero igual clasificábamos a
Alemania: que si los uruguayos se retiran de la competencia,
si los brasileños le ganan a Ecuador por 17 goles,
si todos nuestros rivales empatan cada uno de sus partidos.
Así, no importa cómo nos vaya a nosotros, clasificábamos
al Mundial de seguro, sin ninguna duda. No importaba el juego,
sino los resultados. El problema es que no estábamos
sacando ni resultados ni jugando bien, por lo que su teoría
quedaba cada vez más a la deriva, carente de fundamento.
Se va Juvenal con sus rarezas y sus postulados filosóficos
ininteligibles. Con sus rarezas y determinaciones que sólo
el compartía. Se va Juvenal... y se nos viene don Nelson.
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