Anarcos,
votantes y otros tantos:
La juguera de la democracia representativa
Por Daniel Brzovic
Uno de los puntos más bajos de mi
corta carrera periodística se suscitó a finales
de octubre de 2004, durante las elecciones municipales. Se
supone que reporteaba para Radio Bío Bío en
el Campus Oriente de la PUC, pero la verdad es que resultó
un deambular triste por los pasillos buscando algo interesante
que nunca surgió. Los únicos momentos álgidos
(presencia de tal o cual personaje público) fueron
reporteados por ¡otro! periodista de la radio, dejándome
en ascuas y con la frustración zumbándome el
cerebro.
Pero algo rescaté de aquel día:
conocí, azarosamente, a un dirigente sindical del Hospital
del Tórax, justo cuando se encontraban en huelga contra
el gobierno. Pasé las dos últimas horas de aquel
martirio escuchando como mi compañero llamaba a matar,
literalmente, a Lagos y alguno que otro político como
única solución, mientras revisaba ansioso los
resultados del Juntos Podemos en las distintas mesas.
Han pasado once meses ya. Entramos en septiembre,
el mes de las conmemoraciones, ya sean celebraciones para
algunos (cada vez son menos) y dolorosos recuerdos para otros.
La reminiscencia inicial a las municipales del año
pasado no es fortuita: el 10 de septiembre se termina el plazo
para inscribirse y así sufragar en las parlamentarias
y presidenciales que se avecinan a fin de año. Y tampoco
lo es el recuerdo de mi radical amigo, declarado algo así
como comunista leninista. El tema que ronda aquí no
es otro que el de la democracia.
Como es ya natural, por estos días,
en las calles de fuera de mi campus, encapuchados se enfrentan
a Carabineros: lumas y guanacos frente a piedras y barricadas.
Pero es también un aparato del Estado frente a una
lucha que podríamos definir anarquista (los intereses
de estos grupos son siempre muy heterogéneos, por lo
que hay cierta arbitrariedad en esta calificación,
aunque también es funcional). Confieso mi afinidad
con ellos. Nunca seré violentista, pero el rechazo
al sistema sí lo comparto y hay muchas formas de llevarlo
a la práctica.
Esto lo digo porque, después de dos
semanas de reflexiones, no me inscribí. La dinámica
de la democracia representativa no me representa; reducir
la participación ciudadana a un voto para cierto político
es limitar en demasía el ejercicio de ciudadanía.
Más encima, es evidente que las decisiones del poder
político se manejan a través de cuoteos y muñequeos
puertas adentro: la influencia de la opinión pública
es mínima, controlada mediante el duopolio de los medios
de comunicación.
El sufragio es gritado a cuatro vientos como
la mejor manera de que tu voz sea escuchada. Pero creo, más
bien, que se escucharía como un hilillo, un suspiro
a un oído sordo. La verdadera participación
se manifiesta mediante la injerencia en tu realidad cotidiana,
ya sea la junta vecinal, el colegio, la universidad o grupos
particulares. La organización, lo colectivo, aúna
voces que en su conjunto pueden redundar en un actor socialmente
trascendente, al cual la clase política no puede obviar.
Supuestamente, la juventud no es escuchada
porque no vota; esto es distraer de la discusión central:
si los jóvenes, bajo signos de tolerancia dentro de
su enorme diversidad, se pararan frente a las autoridades
con un discurso claro, alejado de la apatía que, se
supone, nos caracteriza, ejercerían la ciudadanía
como ésta se merece y realmente es, y no como una democracia
con el apellido de "representativa", que no es otra
cosa que una democracia limitada.
Por
ello, saludo a los "anarcos"; saludo a quienes,
al igual que yo, no se inscribieron. No seremos fuerza política
(todos somos políticos, no sólo los funcionarios
o dirigentes) mediante las mismas reglas del juego establecidas
por quienes manipulan el poder, lo seremos cuando nos detengamos
a reflexionar frente a la realidad y lo llevemos a la práctica,
haciendo cambios desde tus manos. Saludo también a
mi amigo sindicalista, y aprovecho de pedirle perdón:
hasta hoy le debo una llamada telefónica para jugar
una pichanga.
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