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Año
nuevo mapuche
Fuente: (www.atinachile.cl)
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(In)
Feliz Año Nuevo
El
año nuevo mapuche conmemora la renovación de
la madre tierra (Ñuke mapu), y es por eso que todos
los años se celebra a fines de junio, cuando las hojas
ya han caído de los árboles y la tierra, elemento
central en su cosmovisión, comienza a renacer.
Sin
embargo, este año la celebración será
distinta. Los últimos sucesos, la escasez de territorio
y el problema de los presos políticos, demandan que
la actividad esté cargada de reflexión y cuestionamientos
acerca del futuro de nuestros pueblos originarios.
Por
Gabriel San Martin
2º año, Taller de crónicas y entrevistas
La
entrada del teatro Careola está vacía. Sobre
ella se vislumbra un cartel gigante que anuncia “El
monólogo de Benni: Ríase con el italiano que
habla puras huevadas”. Más abajo, escondido entre
otros tantos afiches, está el aviso de la actividad
que se realizara ese día: “Celebración
del año nuevo mapuche. Entrada Liberada”. La
conmemoración es organizada por la Consejería
indígena Urbana y el programa de Producción
e Información de los Derechos Indígenas (PIDI).
El auditorio está prácticamente vacío,
sólo se pasean mujeres mapuches con sus hijas, todas
ellas adornadas con la hermosa platería típica
de su pueblo.
Las
voces de las señoras conversando en mapudungun y la
música mapuche de Beatriz Pichimalen, que sale desde
los parlantes, son el único ruido que se escucha. El
acto estaba fijado para las 19:00 horas y ya son casi las
20:00. La gran sala sigue vacía.
Para
Jeante Canio, una de las mujeres mapuches que se presentará
en el acto, la poca concurrencia tiene explicación.
“El vacío de ésta celebración se
debe a los procesos que vive el pueblo mapuche residente en
Santiago. Aún cuando somos el 10% de la población,
no nos estiman como parte de ésta”, asegura,
con un tono de decepción evidente, mientras mira la
puerta de entrada. En cambio, para el consejero nacional de
la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena
(CONADI), José Llancapan, la ausencia de público
no es tan obvia, “El año pasado esto se lleno
antes de empezar. Ahora pasaron cosas raras”, dice murmullando.
Efectivamente,
uno de los organizadores recibió una llamada cuando
aún no eran las siete de la tarde. Un funcionario municipal
le había asegurado que la celebración se había
cancelado, por lo que muchos de los que debían actuar
fueron despachados del lugar. “Eso era falso. El acto
seguía en pie. No queremos pensar que hay intereses
mal intencionados de por medio”, afirma con voz amable,
pero sin poder ocultar su preocupación. Se levanta
de su asiento y corre al llamado de un joven que carga instrumentos
indígenas.
Aburridos
de esperar, los niños comienzan a saltar entre las
butacas vacías. Quienes parecen ser los coordinadores
se pasean de un lado a otro, preocupados por el destino de
la conmemoración. Finalmente, se decide que el acto,
con o sin audiencia, debe comenzar. Una mujer sube al escenario
y da la bienvenida. Es María Hunuñir, poetiza
mapuche, quien desde el primer segundo deja entrever el enfoque
reflexivo de esta nueva celebración.
“¿Por qué ando vagando? ¿Por qué
no tengo terreno? Si mi padre no fue gitano, y mi abuelo no
hacia eso. Yo soy Mapuche, gente de la tierra. Hoy les pido
que me escuchen, yo soy muy sincera. No tengo campo. Yo no
lo vendí. Nunca lo he tenido, pero en el campo nací.
Allí me acogió la naturaleza al momento de nacer.
Me abrigué entre las cortezas y el trigo me vio crecer.
Me perfume con esencias naturales, me vestí con ramas
de canelo, jugué entre los pastizales, cante con las
aguas de los esteros. El aire puro me acariciaba, junto a
las aves y a los animales. Enormes árboles me acompañaban,
entre oscuros matorrales. La montaña era mi hermana,
mi hermano era el volcán, mi cuna eran las praderas,
cuidarlas era mi afán (…)”
Aunque
las personas presentes no eran más de 50, los aplausos
y los gritos en mapudungun rebotaron en todos los rincones
del teatro. Estos se escucharon incluso desde el Teatro Bar,
donde muchos hombres esperaban su turno para probar suerte
con las numerosas maquinas tragamonedas.
Mientras los eventuales ganadores celebraban al sonido que
hacían las monedas al caer en la bandeja de fierro,
Juan Lemuñir, dirigente mapuche de la comuna de Pedro
Aguirre Cerda y animador del espectáculo de esa noche,
subía al escenario para continuar con el acto.
Del bolsillo, escondido tras su majestuoso poncho, saca una
carta enviada por el intendente de la Región Metropolitana,
Víctor Barrueto, con motivo de la celebración.
El dirigente se acerca al micrófono y comienza a leer
la carta. “La importancia del año nuevo mapuche”
y “el respeto por nuestros pueblos originarios”
eran frases repetidas en la misiva. Así, a medida que
el animador avanzaba en las líneas del escrito, las
promesas y los mensajes de esperanzas se sucedían uno
tras otro, aunque ninguno de los presentes parecía
creerlos.
Al terminar las casi dos páginas de discurso, Lemuñir
levanta la vista y mira a la audiencia. Sólo eso bastó
para que las pifias – ya no los aplausos- invadieran
el lugar. Era evidente para los presentes que las palabras
del intendente no eran más que demagogia.
Las
presentaciones continúan. Danza de niños, cantos,
discursos contingentes, aplausos, cultrunes y poemas. Al termino
de cada presentación, algún grito –desde
el escenario o desde la audiencia- se hacia escuchar. Todos
tenían algo que decir, y cuando algún joven
o anciano decidía gritarlo, el resto respondía
en mapudungun y con los puños en alto.
Ya
más tarde, un grupo de hip hop mapuche se sube al escenario
y comienzan a sonar las bases rítmicas y los cantos
de lucha. Los jóvenes presentes, dispersos entre filas
enteras de butacas vacías, se animan a cantar y a levantar
sus manos. La poetiza mira extrañada, está música
no está dentro de sus raíces. Su rostro es inexpresivo,
y parece no contagiarse con el ritmo movido que sale de los
parlantes. Al final de la primera canción, es ella,
más que los efusivos jóvenes, la que aplaude
con más entusiasmo.
De
pronto, el vocalista del grupo de hip hop levanta una pancarta
con un mensaje en grandes letras verdes: “Liberar al
Mapuche por luchar”. Los aplausos no cesan y los gritos
se entremezclan como una sola voz. El cantante enrolla la
pancarta y la música sigue sonando.
Todos
estos gritos, cantos, y puños en alto demuestran que
estos pueblos están conscientes del prejuicio que recae
sobre ellos. Muy claro lo decía hace días atrás
Paulina Acevedo, Coordinadora del Área de Comunicaciones
del Observatorio de Derechos de los Pueblos Indígenas,
cuando aseguraba que “del `90 para atrás, los
mapuches eran tratados como flojos y borrachos. Del 90` hacia
delante, resulta que son terroristas peligrosos”. Ellos,
desde un pequeño escenario, cantaban en contra de esta
realidad.
El
acto estaba llegando a su fin, y las pocas personas presentes
comenzaban a abandonar el lugar. Se había celebrado
un nuevo año mapuche, pero los cantos de lucha y liberación
debían quedarse al interior del teatro Careola -que
de seguro estaría lleno para el “show de Benni”-
porque afuera, entre los automóviles y el Economax,
parecían no tener espacio. El teatro se cierra y las
últimas palabras del poema de María Hunuñir
se pierden,
en el aire contaminado de Santiago.
“(…)
las hierbas medicinales curaban todos mis dolores, y mis aguas
de cristales arrastraban los sinsabores. Ya no me quedan fuerzas
que me permitan llorar. Siento tanta vergüenza. Sin tierra
me fui a quedar. Asimilo mi dolencia por mi mal proceder.
Me he quedado sin herencia, ya no sé que hacer. Dejé,
en cicatrices marcadas, las huellas de mí caminar,
sobre esas altas colinas, que un día me vieron marchar.” |