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(Fuente: www.santandersantiago.cl)

Una caminata por el centro de Santiago

Los bancos se tomaron la ciudad

Durante la colonia fue el Cabildo. En la era republicana La Moneda, la Universidad de Chile y los edificios institucionales. Hoy, los bancos, las galerías y el consumo frenético son las venas por donde fluye la sangre de la capital. ¿Crisis del Estado-Nación? Me tinca que sí.

Por Francisco Figueroa Cerda
2º año, Taller de crónica y entrevistas



Del otrora “eje republicano” -ese que unía La Moneda, el Congreso Nacional y la Universidad de Chile- ya no queda nada. Nunca fue un eje tradicional, ok. Era más bien un triángulo que, como el de las Bermudas, ocultaba una zona oscura y misteriosa donde parecía no transcurrir el tiempo y donde la voz de la gente era silenciada cada tanto por todo tipo de fuerzas opresivas.

Hoy es otro el eje articulador del centro de Santiago. No estoy muy seguro cuál, pero entre caminata y caminata me doy cuenta de que son las grandes entidades bancarias las que se tomaron no sólo “las grandes alamedas” sino también Ahumada, Bandera, Huérfanos, Estado y las demás.

Es que si uno quiere salir a pasear para conocer los edificios emblemáticos de la capital debe, necesariamente, recorrer las casas matrices de los bancos más importantes. Mas, al banco no se va “a pasear”, se va con ganas de salir corriendo con la plata o de ahorcar al cajero por un crédito, pero en ningún caso con el ánimo de contemplar las imponentes balaustradas, los cielos infinitos o las cornisas preciosamente detalladas. ¿Con qué se encuentra uno si entra con talante de mero observador? Entre el roble tallado del mesón y la columna de mármol vetado, se cruzan los ojos inquisidores del guardia gorilón, firme y aburrido como poste de luz.

  La funa y Germán

Pero así como los bancos se apoderan de la trama neurálgica de la capital (y esto no es sólo metáfora), la gente, consciente de ello, les reclama lo que antes pedía a la Intendencia o a los ministerios. Los deudores habitacionales, por ejemplo, en una masiva funa se dejaron caer sobre el BBVA de Huérfanos con Sótero del Río, el Banco del Desarrollo de Alameda, el Banco de Chile en Ahumada e, incluso, sobre el Banco Estado (ese del “rol social”) en Alameda con Bandera, con exigencia de condonación de deudas y término de remates.

Resultó particularmente simpático ver el contraste entre los furiosos lienzos reclamando justicia social y la fachada de estilo neoclásico austriaco del Banco de Chile. O entre el grito de “usureros” y las paredes serias y marmoladas de la estructura funcionalista del Banco Estado. Son las dicotomías de un país con aires de modernidad y globalización que todavía mantiene en la inopia a gran parte de su población, las caras de un país en eterno conflicto por desembarazarse de su realidad más profunda.

Otra de esas caras es la de Germán Aliaga, rancagüino, moreno de lo quemado y canoso de lo viejo, vestigio viviente de las antiguas costumbres señoriales, que lustra zapatos mientras lee La Cuarta y escucha a Marco Antonio Solís.

- Disculpe ¿dónde queda el ex Congreso Nacional?
- No tengo idea, no soy de por acá.
- ¿De dónde es?
- Del sur, de Rancagua.
- ¿Cómo no se ubica si trabaja aquí?
- No necesito. Yo me subo a la micro y me bajo e’ la micro, listo… ¿y a qué tanta pregunta? ¿no se pega una lustraita?
- No, gracias, ando con zapatillas.
- Bien sucias que están… ya, déjate e’ hueviar entonces, chaito.

El paso del tiempo

Imposible culpar a Germán de no tener idea de dónde se encuentra el antiguo Parlamento, cuando éste no es más que una cáscara bella, pero inútil y totalmente enrejada, pensaba este aburrido cronista al caminar hacia la Plaza de Armas, entre galerías semi muertas y transeúntes semi vivos.

Hace algunos años, en una micro por San Diego hacia el norte, una madre le habría dicho a su hijo: “mira, ahora cruzaremos la Alameda por el costado de la Universidad de Chile”. Ahora, en cambio, una madre le dice a su hijo: “cacha el puente de vidrio allá arriba”. Y, en efecto, el puente Santander-Santiago, cristalino y verdoso, es lo único visible desde 10 de Julio hasta Estación Mapocho.

Pero no es que sea la panacea moderna, es que en el extremo norte y en el extremo sur, más allá de Bandera, más allá de San Diego, pasado Independencia y la Gran Avenida, los techos son tan bajitos que permiten una clarísima panorámica de la altura soberbia del centro, que se erige desigual por sobre el resto de la capital. Sin nostalgia por su pasado republicano ni vergüenza de su presente prostituido.

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