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(Fuente:
www.tcnews.com) |
Estudiantes
universitarios en movilización estudiantil secundaria
Papá pingüino frente a lobo nazi
De
día, las tomas eran tranquilas. Lo más interesados
se sentaban frente a la radio a escuchar a sus dirigentes
hablar con convicción, mientras algunos jugaban a la
pelota y otros preparaban el almuerzo en una olla común.
En la noche el escenario cambiaba, y ni siquiera el reggeaton
que sonaba a todo volumen podía sacar a los jóvenes
de su estado de alerta. Para ellos la amenaza era concreta:
Neonazis en camioneta que durante todas las noches amenazaban
con atacar. Y nosotros, los del comité de seguridad,
en la puerta del liceo tomando café y jugando poker.
Por
Gabriel San Martín
2º año, Taller de crónica y entrevistas
Dentro
de los hitos que Chile ha vivido en lo que va de este año,
el movimiento secundario es sin duda uno de los más
importantes e históricos. Hasta hace pocos días,
bastaba caminar por casi cualquier calle de Santiago para
darse cuenta de que el fenómeno que el país
estaba viviendo no era para nada anecdótico. La ciudad
se llenaba de pancartas y reclamos contra el gobierno. “Si
la educación es un derecho, el cliente siempre tiene
la razón” decía uno por ahí. La
multitudinaria adhesión al movimiento -más de
600 mil alumnos organizados- era algo que no se veía
desde 1972.
A
este movimiento se sumaron luego los alumnos de muchas universidades
que solidarizaron con el proceso. Así, aplicando conocimientos
personales, algunos estudiantes de la salud se ofrecían
para realizar controles médicos en los colegios con
más enfermos, los futuros abogados prestaban ayuda
jurídica, y quienes estudiaban teatro ofrecían
espectáculos al interior de los liceos con menos recursos.
De
pronto, surgió la necesidad de otra comisión,
la nueva necesidad se llamaba seguridad. “¿Seguridad
contra qué?” dije yo, cuando me invitaron a participar.
“Contra una sobrepoblación de Nazis que de la
noche a la mañana habían invadido todos los
rincones de Santiago, amenazando con destruir las tomas usando
la violencias. Necesitamos gente porque más de 80 colegios
han pedido ayuda”, me respondieron.
Frente
a esta nueva amenaza, que suponía que la mitad de la
población fuese nazi, se coordinó la ayuda desde
la casa central de la Universidad de Chile. “Buenas
noches, somos de la Universidad de Chile, y queremos saber
si necesitan seguridad para esta noche”, preguntaba
por teléfono la jovencita encargada de contactarse
con los colegios que habrían sufrido amenazas. La mayoría
de los liceos aceptaron la propuesta. En todos ellos, el discurso
era similar: Pelados gigantes que se paseaban en una camioneta
blanca de vidrios polarizados. A veces se detenían
frente a la puerta por un rato para mirar. Les habían
tirado piedras y botellas. Algunos incluso aseguraban que
los peladitos estaban con armas de fuego.
Al
llamado de los hermanos menores, los nuevos guardias improvisados
nos repartíamos por Santiago para brindarles seguridad.
Los más afortunados iban en una camioneta roja que
tenía un lienzo con la consigna “pingüino
seguro”. Aunque, la mayoría debía viajar
en micro, por la gran cantidad de colegios necesitados (y
de nazis inventados). |