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Puerto de San Antonio
Un paseo que se niega a cambiar
Crónicas urbanas
(Fuente: www.sanantonioport.cc.cl)

Puerto de San Antonio

Un paseo que se niega a cambiar

Una sensación extraña brota en el Paseo Bellamar cuando, de espalda al este y de frente al mar, se mira al horizonte. Grandes buques pueblan las instalaciones portuarias, se ve un constante movimiento de carga y descarga. Pero si nos volteamos vemos la pobreza de las casas en los cerros y la diferencia entre lo que debió haber sido y lo que en realidad es.

El paseo parece una frontera que impide que el crecimiento económico del puerto se traspase al resto de la ciudad. Sin embargo, sigue siendo querido y así lo demuestra la gente que lo visita.

Por Luis Silva
2º año, Taller de crónica y entrevistas.



Remodelado y modernizado por el Moptt y la Empresa Portuaria San Antonio y con una inversión de más de 1.450 millones de pesos, el Paseo Bellamar se impone a lo largo del borde costero en una mezcla de cemento, vidrio, olor a pescado, buques y mar. La gente que lo visita no se puede separar del cuadro completo. Sus risas y miradas de asombro se funden y le dan vida al paisaje.

“Por el mar, al futuro”, dice una placa donada por el escultor Juan Carlos Peñailillo al nuevo sector de “Puertecito”. Grandes dudas deben tener aquellos dos pescadores que preparan sus redes para internarse en el mar en busca de un poco de suerte. Separados del resto del paseo por mucho tiempo, ahora, y gracias a la remodelación, poseen un espacio estable para desarrollar su oficio. No obstante, la pesca va de mal en peor.

Ahora se pueden ver todas las lanchas juntas en un mismo terminal. “La Promesa”, “Valentía” y “Todos Pagan” esperan a sus dueños para comenzar la jornada, mientras un incrédulo niño dice que “Lo único que pescan es un resfriado”. A pesar de eso, dos hombres preparan sus redes y confían en su amada mar.

Al norte de Puertecito, y a un costado del grandioso pero siempre vacío edificio del Sindicato de Pescadores, se encuentra la reliquia del paseo. Nombrada con orgullo por cada guía turístico, la grúa más antigua del puerto mira desde la segunda mitad del siglo XX el crecimiento de su entorno. Miles de personas y buques han pasado a su lado y ella sigue en pie. Oxidada y rayada por grafiteros, recuerda los días en que ciudad y puerto gozaban de las mismas ganancias. Su experiencia le permite no confiar en la nueva fachada que la abraza, ya que es sólo eso: una fachada.

Pasear en lancha es una atracción imposible de evitar. Los perros callejeros, las manchas de aceite en el mar y los numerosos basureros azules, que no impiden que la gente bote desechos al suelo, decoran todo el ambiente. Emocionados por lo pintoresco de la actividad los pasajeros abordan la embarcación. No paran de reír y se despiden con alegría de los temerosos que quedan en tierra. Una sensación optimista circunda el sector, pero detrás de las risas se esconden tristes realidades.

Hace 16 años Alberto trabaja en los paseos en lancha y no tiene esperanzas de cambiar de rubro. Envuelto en el ambiente festivo de los trabajadores del paseo y con un notable olor a alcohol le dice a un hombre que se le acerca que no tiene. El hombre insiste y Alberto también: “No tengo marihua, ya no traigo”. Y es que Alberto viene de Santiago, estuvo preso por acciones delictivas y es muy conocido por todos.

Con Tinta Negra (CTN): ¿Cómo le ha ido con el negocio ahora último?


Alberto: Súper mal.

CTN: ¿Y en el verano?

A: Mal también.

Las señoras de la lancha siguen emocionadas por el paseo y Alberto como si nada pasara. Apoyado en la baranda de metal, mira al horizonte con desdén.

CTN: ¿Y qué espera del nuevo gobierno de Michelle Bachelet?

A: Me da lo mismo, la cosa sigue igual por acá.

CTN: ¿Por quién votó?

A: Yo no tengo derecho a voto...por mis antecedentes.

Su hija vive en Santiago y asiste a una escuelita de la población “La Estrella”. Sueña con ser carabinera, pero su padre le aconseja que no. Como Alberto, hay muchos otros en San Antonio. Un 18.3% de desempleo en la ciudad no permite mayores aspiraciones.

Siguiendo el camino, aumenta el número de visitantes. Parece ser que lo comercial llama más la atención que el sector de la pesca artesanal. Aquí la nueva forma del paseo entra en acción. Mesas para comer pescados y mariscos, más de 48 locales de venta de artesanías, un escenario para espectáculos al aire libre y un amplio sector para jugar ajedrez acaparan la mayor afluencia de público. La gente camina y camina sin cansarse. Es como si tanta diversidad aumentara el deseo de mirar.

Daddy Yankee suena en un puesto dedicado al equipo de fútbol local, SAU. Más allá se escucha un bolero porteño y en otro rincón, Víctor Jara. Cada espacio contiene un mundo distinto.

Otro buque entra gloriosamente al puerto escoltado por dos transbordadores de la millonaria empresa Agunsa y nadie se detiene a observar el espectáculo. Es más entretenido mirar cómo los carabineros arrestan a una familia entera de vendedores ambulantes. Mientras se suben a la camioneta, alguien pregunta en un negocio: “¿Cuánto cuesta esa piedra?”. La artesana, al borde de la desesperación por la escasez de ventas, despierta y con entusiasmo empieza a ofrecer todo su arsenal de productos. Luego del desborde publicitario, nadie compra y se escucha el recurrente comentario final: “Qué bonito”. En San Antonio nadie está para comprar artesanías, el dinero escasea y los comerciantes lo saben mejor que nadie.

El sonido de las olas y el constante vaivén de las embarcaciones amarradas a la costa relajan a cualquiera. Menos a un niño que, por deseo de sus padres, cae víctima del antiguo negocio de la fotografía sobre un muñeco con forma caballo. Ya desgastados por los años de servicio, los falsos animales están ansiosos por retirarse.

Tanto cambio de imagen y el Paseo Bellamar sigue igual, estático por sus tradiciones y fluido por su densidad cultural. Las mismas casitas de colores y calles de tierra de hace 10 años lo rodean. Es interesante ver cómo, a pesar de los intentos de modernización, el paseo sigue siendo el mismo. La gente aún sonríe.


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