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Portada Escuela de Periodismo
    Facultad de Ciencias Sociales
Universidad de Chile
 
Discurso del ministro de cultura Gilberto Gil
en la solemnidad de la transmisión del cargo


La elección de Luis Ignacio Lula da Silva ha sido la más elocuente manifestación de la nación brasilera acerca de la necesidad y la urgencia del cambio. No por un cambio superficial o meramente táctico en el ajedrez de nuestras posibilidades nacionales. Si no que, por un cambio estratégico y esencial, que se introduzca profundamente en el cuerpo y en el espíritu del País. Este ministro de Cultura entiende así el recado enviado por los brasileros, a través de la consagración popular del nombre de un trabajador, del nombre de un brasilero profundo, simple y directo, de un brasilero identificado como un igual, como un compañero, por cada uno de nosotros.

Es también en ese horizonte, que entiendo el deseo del Presidente Lula de que yo asuma el Ministerio de Cultura. Elección práctica, pero también simbólica de un hombre del pueblo como él. De un hombre que se comprometió en el sueño generacional de transformación del país, de un negro mestizo comprometido con los movimientos de su gente, de un artista que nació del suelo más generoso de nuestra cultura popular y que, como su pueblo, jamás tuvo miedo de la aventura, de la fascinación y del desafío de lo nuevo. Y es por eso mismo que asumo, como una de mis tareas centrales, acortar la distancia en que hoy se encuentra el Ministerio de la Cultura, del día a día de los brasileros.

Que quiero el Ministerio presente en todos los rincones y recodos de nuestro país. Que quiero que ésta aquí sea la casa de todos los que piensan y hacen a Brasil. Que sea, realmente, la Casa de la Cultura brasilera.

Y lo que entiendo por cultura va mucho más allá del ámbito estrecho y restrictivo de la concepción académica, o de los ritos y de la liturgia de una supuesta "clase artística e intelectual". Cultura, como alguien ya dijo, no es simplemente "una especie de ignorancia que diferencia a los estudiosos". Ni solamente lo que se produce en el ámbito de las formas canonizadas por los códigos occidentales, como sus sospechosas jerarquías. De la misma manera, nadie aquí me va a oír la palabra folklore. Los vínculos entre el concepto erudito de "folklore" y la discriminación cultural son más que estrechos. Son íntimos. "Folklore" es todo aquello que, no encuadrándose por su antigüedad en el panorama de cultura de masas, es producido en el mundo actual por gentes incultas, por "primitivos contemporáneos", como una especie de enclave simbólico, históricamente atrasado. Las enseñanzas de Lina Bo Bardi me previnieron definitivamente contra esta artimaña. No existe "folklore" - lo que existe es cultura.

Cultura como todo aquello que, en el uso de cualquier cosa, se manifiesta más allá del mero valor del uso. Cultura como aquello que, en cada objeto que producimos trasciende lo meramente técnico. Cultura como usina, como fábrica de símbolos de un pueblo. Cultura como conjunto de signos de cada comunidad y de toda la nación. Cultura como el sentido de nuestros actos, la suma de nuestros gestos, el sentido de nuestro modo de vida.

Desde esta perspectiva, las acciones del Ministerio de Cultura deberán ser entendidas como ejercicios de antropología aplicada. El Ministerio debe ser como una luz que revela en el pasado y en el presente, las cosas y los signos que hicieron y hacen, de Brasil, Brasil. De esta manera, el sello de la cultura, el foco de la cultura será colocado en todos los aspectos que la revelen y expresen, para que podamos tejer el hilo que los une.

No le compete al Estado hacer Cultura, pero sí, crear condiciones de acceso universal a los bienes simbólicos. No le compete al Estado hacer Cultura, pero sí, proporcionar condiciones necesarias para la creación y la producción de bienes culturales, sean ellos artefactos o mentefactos. No le cabe al Estado hacer Cultura, pero sí, promover el desarrollo cultural general de la sociedad. Porque el acceso a la cultura es un derecho básico de ciudadanía, así como el derecho a la educación, a la salud, a la vida en un medio ambiente saludable. Porque al invertir en condiciones de creación y producción, estaremos tomando una iniciativa de consecuencias impredecibles, pero ciertamente brillantes y profundas - ya que la creatividad popular brasilera, desde los primeros tiempos coloniales al día de hoy, fue siempre mucho más allá de lo que permitían las condiciones educacionales, sociales y económicas de nuestra existencia. En verdad, el Estado nunca estuvo a la altura del quehacer de nuestro pueblo, de las más variadas ramas del gran árbol de la creación simbólica brasilera.

Por lo tanto, es necesario tener humildad. Pero, al mismo tiempo, el Estado no debe dejar de actuar. No debe optar por la omisión. No debe sacudir de sus hombros la responsabilidad de la formulación y ejecución de políticas públicas, apostando todas sus fichas en mecanismos fiscales y así entregando la política cultural a los vientos, a los sabores y a los caprichos del dios mercado. Está claro que las leyes y los mecanismos de incentivos fiscales son de la mayor importancia. Pero el mercado no es todo. No lo será nunca. Sabemos muy bien que en materia de Cultura, así como en salud y educación, es necesario examinar y corregir distorsiones inherentes a la lógica del mercado - que está siempre regida, en último análisis por la ley del más fuerte. Sabemos que es necesario, en muchos casos, ir más allá del inmediatismo, de la visión del corto alcance, de la estrechez, de las insuficiencias al igual que de la ignorancia de los agentes mercadológicos. Sabemos que es necesario suplir nuestras grandes y fundamentales carencias.

El Ministerio no puede, por lo tanto, ser apenas una caja de palabras vanas para una clientela preferencial. Tengo que hacer por lo tanto una reserva: no cabe al Estado hacer cultura, a no ser en un sentido muy específico e inevitable. En el sentido de que formular políticas públicas para la cultura es, también, producir cultura. En el sentido de que toda política cultural forma parte de la cultura política de una ciudad y de un pueblo, en un determinado momento de su existencia. En el sentido de que toda política cultural no puede dejar nunca de expresar aspectos esenciales de la cultura de ese mismo pueblo. Pero, también, en el sentido de que es necesario intervenir. No según la cartilla del viejo modelo estatizante, sino que para clarificar caminos, abrir claros, estimular, acoger. Para hacer una especie de "do in" antropológico, masajeando puntos vitales, pero momentáneamente despreciados o adormecidos del cuerpo cultural del país, en fin, para avivar lo viejo y atizar lo nuevo. Porque la cultura brasilera no puede ser pensada fuera de ese juego, de esa dialéctica permanente entre la tradición y la invención, en un cruce de matrices milenarias e información y tecnología de punta. Luego, no se trata solamente de expresar, reflexionar, especular. Las políticas públicas para la cultura deben ser encaradas, también, como intervenciones, como caminos necesarios, como atajos urgentes. En suma, como intervenciones creativas en el campo de la realidad histórica y social. De ahí que la política cultural de este Ministerio, la política cultural del Gobierno Lula, a partir de este momento, de este instante, pasa a ser vista como parte del proyecto general de la construcción de una nueva hegemonía de nuestro país. Como parte del proyecto general de construcción de una nación realmente democrática, plural y tolerante. Como parte y esencia de un proyecto consistente y creativo de radicalidad social. Como parte y esencia de la construcción de un Brasil de todos.

Pienso, además, que el Presidente Lula está en lo cierto cuando dice que la ola actual de violencia, que amenaza destruir valores esenciales de la formación de nuestro pueblo no debe ser acreditada automáticamente en la cuenta de la pobreza. Siempre tuvimos pobreza en Brasil, sin embargo nunca la violencia fue tanta como hoy. Y esta violencia viene de las desigualdades sociales.

Además, porque sabemos que lo que aumentó en Brasil en estas últimas décadas, no ha sido exactamente la pobreza o la miseria. La pobreza disminuyó un poco, como lo muestran las estadísticas. Pero, al mismo tiempo, Brasil se convirtió en unos de los países más desiguales del mundo. Un país que posee tal vez la peor distribución de renta de todo el planeta. Y es ese escándalo social que explica, básicamente, el carácter que la violencia urbana ha asumido recientemente entre nosotros, subvirtiendo, inclusive, los antiguos valores del bandidaje brasilero.

O Brasil acaba con la violencia, o la violencia acaba con Brasil. Brasil no puede continuar seguir siendo sinónimo de una aventura generosa, pero siempre interrumpida. O de una aventura sólo nominalmente solidaria. No puede seguir siendo, como decía Oswald de Andrade, un país de esclavos que temían ser hombres libres. Tenemos que completar la construcción de la nación. Incorporar los segmentos excluidos. Reducir las desigualdades que nos atormentan. O no tendremos como recuperar nuestra dignidad interna, ni como afirmarnos plenamente en el mundo. Como sustentar el mensaje que debemos dar al planeta, en cuanto una nación que se propone el ideal más alto que una colectividad puede proponerse sí misma: el ideal de la convivencia y de la tolerancia, de la coexistencia de seres y lenguajes múltiples y diversos, de la convivencia con la diferencia y también con lo contradictorio.

El papel de la cultura en este proceso no es apenas táctico o estratégico es central; el papel de contribuir objetivamente para la superación de los desniveles sociales, pero apostando siempre a la realización plena de lo humano.

La multiplicidad cultural brasilera es un hecho. Paradojalmente, nuestra unidad de cultura, unidad básica y profunda también lo es. Es verdad, podemos también decir que la diversidad interna es, hoy, uno de nuestros rasgos identitarios más nítidos. Es lo que hace que un habitante de una fabella carioca, vinculado a la samba y a la macumba, y un caboclo amazónico, cultivando carimbós y encantamientos, se sientan, y de hecho sean, igualmente brasileros. Como bien dijo Agostinho da Silva, el Brasil no es un país de esto o de aquello sino que un país de esto y aquello. Somos un pueblo mestizo, que viene creando a lo largo de los siglos una cultura esencialmente sincrética. Una cultura diversificada, plural, pero que es como un verbo conjugado por personas diversas, en tiempo y maneras distintas. Porque al mismo tiempo, esa cultura es una: cultura tropical sincrética tejida al abrigo y a la luz de la lengua portuguesa.

Y no por casualidad me referí antes al plano internacional. Pienso que la política cultural debe permear todo el gobierno, como una especie de amalgamasa de nuestro nuevo proyecto nacional. De esa manera, tendremos que actuar transversalmente, en sintonía y en sincronía con los demás Ministerios. Algunas de estas alianzas se diseñan en forma casi automática, inmediata, en casos como los del Ministerio de Educación, del Turismo, del Medio Ambiente, del Trabajo, de los Deportes, de la Integración Nacional. Pero no todos se acuerdan luego de una alianza lógica y natural, en el contexto que estamos viviendo y en función del proyecto que tenemos entre manos. La alianza con el Ministerio de Relaciones Exteriores. Si hay dos cosas que, hoy, atraen irresistiblemente la atención, la inteligencia y la sensibilidad internacional hacia Brasil, una es la Amazónia, con su bio-diversidad, y la otra es la Cultura brasilera con su semio-diversidad. Brasil aparece aquí con sus diásporas y sus mixturas, como un emisor de nuevos mensajes en el contexto de la globalización. En conjunto con el Ministerio de Relaciones Exteriores, debemos pensar, modelar e insertar la imagen de Brasil en el mundo. Debemos posicionarnos estratégicamente en el campo magnético del Gobierno Lula. Con su énfasis en la afirmación soberana de Brasil en el escenario internacional. Y, sobre todo, tenemos que saber que mensaje Brasil debe dar al mundo - en cuanto a ejemplo de convivencia de opuestos y de paciencia con lo diferente - en el momento en que discursos feroces y estandartes bélicos flamean planetariamente. Sabemos que las guerras se mueven o son movidas casi siempre por intereses económicos, pero no sólo eso. Ellas se planifican, también, en las esferas de la intolerancia y del fanatismo y, aquí en Brasil tenemos lecciones que dar, a pesar de lo que quieren decir ciertos representantes de instituciones internacionales y sus portavoces internos que, a fin de tratar de expiar sus culpas raciales, se esfuerzan para encuadrarnos en una moldura de hipocresía y discordia haciendo de nuestra gente un retrato interesante e interesado, apenas capaz de convencerlos a ellos mismos.

Si: Brasil tiene lecciones que dar en el campo de la paz y en otros, con sus disposiciones permanentemente sincréticas y transculturativas. Y no vamos a dejar eso de lado.

En resumen, es con esta comprensión de nuestras necesidades internas y en la búsqueda de una nueva inserción de Brasil en el mundo que el Ministerio de Cultura va a actuar dentro de los principios, de las directivas y de las señales del proyecto de cambio del cual el Presidente Lula es hoy la encarnación más verdadera y más profunda. Aquí será el espacio de la experimentación de nuevos rumbos. Es el espacio de la apertura para la creatividad popular y para los nuevos lenguajes. El espacio de la disponibilidad para la aventura y para la osadía. El espacio de la memoria de la invención.

Muchas gracias

Santiago, 08 de mayo 2003

© Escuela de Periodismo - Universidad de Chile, 2003