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La comunicación y lo político

La democracia violada

Coloquio sobre Comunicaciones y Sociedad de la Información
Eduardo Santa Cruz, Juan Pablo Arancibia y Osvaldo Corrales
Coloquio sobre Comunicaciones y Sociedad de la Información
El prof. Juan Pablo Arancibia presentó un enfoque crítico frente a las democracias que ignoran el derecho o que se presentan como transición permanente
Coloquio sobre Comunicaciones y Sociedad de la Información
Eduardo Santa Cruz destacó tres puntos, uno de ellos: el origen de la democracia
Coloquio sobre Comunicaciones y Sociedad de la Información
Osvaldo Corrales destacó las contradicciones en que caen gobiernos 'democráticos' cuando dicen actuar por el interés popular
Cobertura especial
Coloquio Internacional Democratización de las Comunicaciones

Con la compañía de los profesores Osvaldo Corrales y Eduardo Santa Cruz, y ante rostros un tanto desconcertados por el panorama avasalladoramente crítico que se dibujaba, expuso su análisis Juan Pablo Arancibia, Magíster en Filosofía Política y candidato a Doctor en el mismo dominio.

En el marco del Coloquio Internacional sobre la cumbre de la Sociedad de la Información, el académico de nuestra Escuela Juan Pablo Arancibia presentó un trabajo titulado "De las críticas de la comunicación a las aporías de la democracia". El texto forma parte de su libro Genealogía de la Mediatización Política en Chile (1988-2005), próximo a ser publicado por editorial Lom.

Arancibia abrió su ponencia confrontando a Pierre Bourdieu con Dominique Wolton. A partir de la tensión entre dos visiones opuestas de la conjunción entre los medios de comunicación y el espacio público político, el expositor puso de manifiesto que ambos autores operan con un mismo supuesto: una valoración de la democracia que se ha vuelto "buena" en sí misma.

La democracia se habría posado como el orden "ideal" de lo político, como sentido común: posee estatus de un valor aproblemático e incuestionable. Arancibia acusa a la filosofía política de ser el entramado discursivo responsable de la construcción de esta valoración. Uno de los mecanismos para ello ha sido oponer a la democracia (libertaria) el totalitarismo (opresor) como una distinción taxativa y perentoria.

Hannah Arendt reconoce en el totalitarismo valores como la expansividad: tiene una meta que todo un pueblo debe alcanzar y así se comporta de manera universal. Además gesta valores absolutos que deben ser cautelados, sometiendo a control y vigilancia la vida tanto pública como privada, nadie los puede cuestionar. Se suprime así la palabra y se renuncia al pensar, cualquier crítica debe ser -o ya ha sido- silenciada, expulsada, aniquilada. Finalmente, el totalitarismo requiere siempre de un líder, un gran padre de familia o un gran presidente que ostenta supremacía moral y cognitiva y encarna los valores más elementales.

Pues bien, Arancibia señala: "A ratos parece que Arendt está hablando de nosotros mismos... describiendo la democracia contemporánea, la democracia de Bush". El investigador conviene en reconsiderar un conjunto de inflexiones teóricas y críticas que el pensamiento contemporáneo ha deslizado, tales como la necesidad de una restauración de la palabra y de un fundamento ético del discurso. Se cursaría así una querella al distorsionado escenario público de la sociedad contemporánea que, con diferentes matices, se expresará en trabajos como los de Apel, Jonas, Lévinas, Ricoeur y Habermas, entre otros.

"Estos reclamos -dice Arancibia- acusan la carencia de un espesor comunicativo que restituya el fondo ético que ocurría como condición de posibilidad de lo político. Sin ese fondo ético, lo político cae en un régimen de indistinción que impide localizar con precisión dónde comienza el imperio de lo político y el imperio de la devastación". Lo que Jacques Rancière denomina "el viraje ético de la estética y la política" significaría la disolución de la clásica frontera entre el hecho y el derecho. Arancibia sostiene que de esa indistinción se traduce una dramaturgia política: "el enfrentamiento entre el mal y la reparación infinita". Ejemplo de ello es la actual administración Bush y su "guerra santa" contra cualquier amenaza a la democracia. Arancibia observa aquí la proclamación de "un valor y una axiología suprema: la democracia ocupa el lugar del bien y sus opuestos, su cuestionamiento, la posibilidad de su crítica ocupa el lugar del mal... la democracia despliega una lucha incesante por su permanente afirmación, la que sólo puede ocurrir sobre la base del exterminio de su negación".

Este bien absoluto "de hecho" cimentaría un orden de derecho. En palabras del expositor: "El derecho iría tras el hecho justificando sus ruinas, legitimando todas las operaciones militares, todas las intervenciones, todas las violaciones que se hacen necesarias para defender ese estado de cosas llamado 'la democracia'... la democracia viola el derecho y con ello se viola a sí misma".

El estado de excepción

Arancibia se sirve ahora de la obra de Giorgio Agamben para consagrar esta situación como rasgo distintivo de la experiencia política moderna. Según Agamben, el estado de excepción se ha convertido inquietantemente en forma permanente y paradigmática de gobierno durante el siglo XX. La más profunda aporía del derecho está en que este último suspende su orden jurídico para garantizar su continuidad y supervivencia como institución. "Trátase -dice el expositor- de aquella prerrogativa que el propio derecho guarda para sí como la facultad de ponerse en receso a sí mismo. Cada vez que necesita ser normalizado, permite su propia suspensión, su propio retiro en virtud de su posterior restauración".

Y agrega: "para afirmarse y ponerse a sí misma como valor constituyente, la democracia debe ser capaz de entrar en receso para desplegar la fuerza que la sostiene". ¿Qué es, entonces, lo que la diferencia del totalitarismo? Convivirían abrazados por su negación. "Totalitarismo sería el mecanismo a través del cual la democracia se normaliza, se reactualiza, un mecanismo interno y propio de las democracias. En caso alguno la desventura externa, sino más bien el cumplimiento de su propia lógica".

La democracia, como forma inscrita en el estado de excepción, desplegaría para Agamben una lógica biopolítica , noción heredada de Michel Foucault como aquellas técnicas de apropiación cotidiana de los cuerpos. Arancibia, una vez más, para dibujar este semblante biopolítico recurre a la mentada democracia norteamericana en la Orden Militar proclamada por el presidente de los Estados Unidos el 13 de noviembre de 2001, que autoriza la detención indefinida y el proceso por comisiones militares en contra de los no ciudadanos sospechosos de estar implicados en actos de terrorismo.

Y cita a Agamben: "la novedad de la orden del presidente Bush es que cancela radicalmente todo estatuto jurídico de un individuo, produciendo así un ser jurídicamente innombrable e inclasificable. Los talibanes capturados en Afganistán no sólo no gozan del estatuto de prisioneros de guerra , según la convención de Ginebra; sino que ni siquiera del de imputado por algún delito según las propias leyes norteamericanas... el único parangón posible es con la situación jurídica de los judíos en los campos nazis".

Esta suspensión del derecho se realizaría en nombre del estado de derecho, el retiro de la ciudadanía se hace en nombre de ella misma. La expresión de Agamben, homo saccer -como hombre sagrado pero al mismo tiempo sacrificado-, toma especial gravedad: el sujeto de derecho es el valor primario a partir del cual se sostiene la comunidad política, pero al interior del orden político, del imperio de la ley, está bajo amenaza de muerte. El ciudadano es aniquilado en nombre de su propio resguardo.

La precariedad de la democracia

A través de la interpretación que Jacques Derrida hace de Heidegger, el profesor Arancibia habla entonces sobre la naturaleza frágil de los fundamentos democráticos, pues el verdadero suelo en que éstos reposan sería extremadamente precario. Abre así la interrogante de si es posible concebir y volvernos hacia una ética y política distintas, una otra democracia fuera de la metafísica. Para Derrida, es una cuestión que urge ser trabajada.

No habría que ver la democracia como resultado de una evolución moral de la humanidad; sino que habría que percatarse de su carácter improbable, incierto y frágil: "El modo más cándido y peligroso de defender la democracia es creerla consumada como un valor realizado, puesto que lo radicalmente democrático consiste en declarar su permanente discusión... dejar advenir la diferencia sin reducirla y colonizarla en un orden de lo mismo".

Esa democracia sería consustancial al discurso y a la comunicación, sin entenderla como utensilio o técnica, sino como centro de gravedad de la cuestión política. Pues el discurso es el espacio material y simbólico donde los cuerpos pueden irrumpir y participar.

El expositor hará entonces dos exigencias fundamentales: una comunicación con "inspiración crítica, analítica, rigurosa, reflexiva y creadora" y que esté inscrita en una sensibilidad ética; unas reglas, gramáticas y exigencias discursivas "que sean capaces de poner frente a frente a las diversas subjetividades que pueblan y constituyen la escena democrática".

Arancibia concluyó su oratoria acusando la carencia de la democracia chilena: "Quizá Bourdieu tenga razón: mientras el campo periodístico esté subordinado a los monopolios, a las lógicas comerciales, al imperio de rating, al imperio de la estupidez... efectivamente están siendo amenazados los cimientos fundamentales sobre los cuales reposa esta frágil y precaria democracia".

Los comentarios estuvieron a cargo de los profesores Eduardo Santa Cruz y Osvaldo Corrales. El primero se refirió a la necesidad de construir un análisis con nuevas categorías que supere las confrontaciones entre quienes demonizan y quienes angelizan a los medios de comunicación; que considere variables más amplias, como la historia, la cultura, la economía, y que responda qué ha tenido que pasar para que nociones como la democracia y la economía de mercado se naturalicen e instalen como verdades indiscutibles y como sentido común.

Corrales, en tanto, destacó la lucidez del relato de Arancibia en cuanto a cómo, en nombre de la democracia, los gobernantes hacen todo lo contrario a lo que las mayorías desean. Además dejó instalada la pregunta sobre el grado de implicancia que tienen los medios de comunicación en los procesos de constitución de estas subjetividades.

Texto: Víctor Valenzuela Fecha de publicación:
Sábado 3 de diciembre, 2005

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