Se
podría decir, sin temor a equivocarse, que el dinero es la sangre
que mueve al mundo. No hay país, región o persona que no dependa
de alguna manera de este. Todos los pueblos y culturas, en mayor
o menor medida, han dependido del desarrollo del comercio para poder
subsistir.
En un principio, el trueque fue la principal arma de los comerciantes
para intercambiar sus productos y servicios. Hace miles de años,
en los albores de la civilización occidental los productos se intercambiaban
de mano en mano. Un jarrón de vino producido en la propia huerta
familiar por un pequeño saco de trigo para poder amasar el pan,
pieles para abrigarse por algún cuchillo de caza. El sistema no
era del todo efectivo, pero funcionaba para la sociedad en que estaba
inserto.
Con el correr de los años y el desarrollo de nuevos bienes de consumo
para la población, este sistema se fue haciendo más complicado:
¿Cómo hacer equivalente el valor de un servicio o un producto más
allá de las fronteras?, se preguntaban los comerciantes. La respuesta
no tardó mucho en llegar; en ciertas regiones se comenzaron a utilizar
objetos, considerados valiosos por la gran mayoría, como moneda
de cambio: este es el antecedente más directo de lo que hoy conocemos
como dinero.
Si
bien el dinero no es más que un concepto abstracto, aunque muchos
le den un status casi de divinidad, pues en rigor no tiene más valor
que el que nosotros mismos le asignamos, se podría decir que es
la base de las economías de todo el mundo en los últimos siglos.
El
reinado del oro
Desde
varios siglos antes de la era cristiana, los antiguos pueblos del
Asia menor utilizaban el ganado o el trigo como moneda de intercambio.
Este fue el primer avance hacía lo que más tarde se conocería como
la economía monetaria. Sin embargo, la verdadera revolución se produjo
aproximadamente unos 3000 años antes de Cristo, cuando los Asirios
y Babilonios comenzaron a usar el oro y la plata. Abundantes en
la ornamentación y el decorado de los palacios de la época de Nabucodonosor,
estos metales siempre habían llamado la atención del hombre, primero
por su brillo y escasez; y segundo, por su incorruptibilidad.
En
esa línea, los babilonios comenzaron a fabricar piezas de oro y
plata rectangulares, con un cierto valor, y los llamaron Shekels o talentos. Su éxito fue tal que todavía se utilizaban en
los tiempos de Jesús. Estas fueron las primeras “monedas” o si se
quiere, un primer atisbo al nacimiento de ellas.
Con los talentos,
el oro se transformó en el material noble por excelencia. Codiciado
por todos, se volvió en un símbolo de status. Pero, el principal problema
no se había resuelto. Dado que cada cultura le asignaba un valor propio
a los productos que ella, el oro y la plata no eran considerados artículos
de valor en sí por todos los pueblos. Un ejemplo claro de este conflicto
son los egipcios, quienes categorizaban a estos metales más en la
esfera ceremonial que en la comercial. El oro no servía para otra
cosa que para adornar las tumbas de los muertos, asignación que duraría
otro par de siglos hasta que el preciado metal tomara su real dimensión
en la cultura del Nilo.
La
moneda como medida del mundo
Mernadae, el reino
no fue más que una de las tantas ciudades-estados de la península
del Ática. Uno de sus reyes, Creso vivía a expensas del pueblo por
los tributos que este le pagaba, pero complicado por el almacenamiento
de los productos que se le entregaban, ideó una manera mucho más
simple de pago, las monedas.
Como
en el mundo nada es eterno, el reino de lidia fue presa de la codicia
de las potencias que lo circundaban. Invadido por los persas y reducido
a su más mínima expresión, pronto entró en decadencia y nunca más
volvió a ser una potencia. No obstante, dejó un legado que perdura
hasta nuestros días, algo que posiblemente fue el catalizador del
futuro esplendor que tendría el mundo antiguo: un sistema económico
basado en la moneda como piedra angular.
Fuente:
La historia del dinero: De la piedra arenisca al ciberespacio. Jack
Weatherfrd.
Foto:
El Mercurio |