Antes
de la década de los '90, muchos países latinoamericanos (Chile,
Argentina, Brasil y Uruguay, entre otros), vivieron fuertes regímenes
militares, en los cuales la inversión en armamento fue importantísima.
Sin embargo, la instauración de gobiernos democráticos en los países
de la zona condujo a una redistribución de los ingresos, disminuyendo
el gasto bélico y aumentando el capital orientado hacia obras sociales.
Esta
situación queda claramente demostrada por el estado actual de las
fuerzas armadas de las distintas naciones. Brasil tiene parte de
su flota aérea en tierra por falta de mantenimiento, las fuerzas
armadas argentinas se han desprendido de algunas de sus bases por
falta de fondos y Centroamérica redujo sus ejércitos a la mínima
expresión.
La
tendencia es similar en casi todos los países de América Latina,
donde los presupuestos militares han ido declinando de la mano del
fin de la Guerra Fría, la solución de los problemas fronterizos
y la desaparición de los grupos insurgentes. Incluso las excepciones
parecen confirmar la regla: en Chile, cuyo gasto militar tiene un
aumento garantizado por ley, el presupuesto castrense ha caído como
porcentaje del producto bruto interno (PBI), mientras en Colombia
el gasto en defensa parece pequeño frente a los recursos generados
por su enemigo número uno, el narcotráfico. "La tendencia es la
misma en todo el mundo, Estados Unidos y Europa bajaron a la mitad
su gasto militar, pero en Argentina ha sido más dramático", comentó
el año pasado el ministro argentino de Defensa, Ricardo López Murphy,
en el marco de una reunión de economistas latinoamericanos en Manaos
para analizar el gasto militar en la región.
De
acuerdo a las conclusiones que se obtuvieron en dicho encuentro,
el presupuesto castrense en el país trasandino sufrió los efectos
de la falta de recursos públicos y del fin de los conflictos fronterizos.
De hecho, la inversión armamentística durante la década de los '80
alcanzó a un 5% del Producto Interno Bruto, mientras que en la actualidad
esa cifra apenas asciende al 1%.
La tendencia se mantiene en el resto de los estados: Brasil, el
país más grande de América Latina y el que tiene la mayor población,
tiene un presupuesto militar del 1,8% del PBI. Bolivia, por su parte,
vive una situación bastante parecida a la de Argentina. El presupuesto
castrense sufrió una fuerte caída, al pasar de 130 millones de dólares
en 1990, 2,3% del PBI, a 123 millones en 1999, es decir, 1,8% del
producto.
Un caso excepcional ha sido Colombia, cuyas fuerzas armadas están
enfrascadas en una guerra sin cuartel contra el narcotráfico, las
guerrillas izquierdistas y las bandas paramilitares de derecha.
En la tierra del café y la cumbia, el presupuesto militar se ha
mantenido en alrededor de 2,6% del PBI en la última década.
Según
ha indicado en repetidas ocasiones el gobierno colombiano, los US$
1.200 millones que su país dedica anualmente al combate del narcotráfico,
de un presupuesto total de defensa de US$ 2.300 millones, se hacen
insuficientes frente al poder económico de los carteles de la droga.
De hecho, se estima que la potencia militar de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y de las milicias ligadas al
tráfico de drogas, en conjunto, supera ampliamente la capacidad
de respuesta del ejército regular de esta nación.
Gasto
militar en Chile
El
caso chileno es, por decir lo menos, especial. La inversión en armamento
de Chile fue muy grande en el período de gobierno del procesado
ex militar Augusto Pinochet Ugarte(1973-1990). Incluso en este intervalo
de tiempo fue significativo el gasto en fabricación de armas, pues
debido a la prohibición internacional de venta de material bélico
a Chile, FAMAE debió abastecer los requerimientos de las Fuerzas
Armadas. Esto, sumado a las constantes pugnas territoriales (incluido
el cuasi conflicto con Argentina en 1978), conllevó que el gasto
militar ocupara durante estos años un lugar de privilegio en el
presupuesto total del país.
Con el retorno a la democracia se abrazó una nueva tendencia política,
pero la situación no cambió. La razón de esto es muy simple: el
aumento anual de la inversión castrense está garantizado constitucionalmente.
Por lo tanto, una disminución de los dineros destinados a las distintas
ramas uniformadas necesitaría imperiosamente de una reforma legal
para ser efectiva. Por todo lo anterior, el capital del que disponen
estas instituciones aumenta inexorablemente año a año. Al respecto,
es conveniente explicar cómo se dividen los ingresos que el estado
destina a las Fuerzas Armadas.
El
costo fiscal en defensa tiene dos grandes brazos. El primero de
ellos está formado por el aporte directivo que realiza el fisco
a través de las Subsecretarías de Guerra, Marina y Aviación, comprendiendo
los aportes que se hacen al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea
respectivamente.
En
este mismo ítem se contabilizan los recursos que el país entrega
al Ministerio de Defensa y las estructuras que dependen de él, como
son el Estado Mayor de la Defensa Nacional y la Región Militar Austral
(Este aporte corresponde al 75% del presupuesto militar).
El segundo brazo lo conforman los fondos de la Ley de Reserva del
Cobre (correspondiente al 25% del financiamiento), que se destinan
a la compra de armas, equipamiento, aviones y todo tipo de material
bélico. Considerando ambos conceptos, el aporte total del estado
a la defensa corresponde al 1,6% del PIB y a un 9% del gasto fiscal
global, lo cual en dinero efectivo asciende a más de 1220 millones
de dólares al año.
Estos
US$1220 millones, a su vez, se reparten entre las distintas ramas
de las Fuerzas Armadas en porcentajes estipulados legalmente. La
distribución del capital destinado a defensa se hace de la siguiente
manera: La Fuerza Aérea recibe el 24,51%, la Armada un 34, 53% y
el Ejército un 40, 81%. Lo Fondos de la Ley Reservada del Cobre
se reparten equitativamente entre las tres ramas de la defensa.
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