H
I S T O R I A
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María José Martínez y Michelle Zarzar
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El café no es sólo una bebida para despertar. Es un rito de la vida urbana moderna, un paréntesis para conversar y, para algunos, un verdadero vicio. Cuenta la leyenda que un día un joven pastor etíope se sorprendió al notar que, luego de masticar unos pequeños frutos rojos, las cabras quedaban en un extraño estado de excitación. Decidió entonces probarlo y se transformó en la persona más feliz de Etiopía. Este sería el origen del café, cuyo nombre deriva de la región de Kaffa, donde fue hallado por primera vez. Se estima que la planta existía hace más de mil años en el Oriente Medio. De Etiopía fue llevado a Egipto, donde inició su difusión. Llegó primero a Venecia y fue vertiginosamente seduciendo a Europa. Durante la Colonia, los conquistadores lo importaban desde África y, a partir de 1727, comienza cultivarse en Centro y Sudamérica. Gracias a esta incorporación, Brasil y Colombia se alzan hoy como los principales productores de grano en nuestro continente. Con la revolución industrial y el crecimiento demográfico durante el siglo XX, gracias a sus propiedades estimulantes, el café se consolida como una bebida universal. Actualmente, se sabe que el valor de este fruto va mucho más allá de un simple golpe energético. La bolsa del café El café es un producto de relevancia mundial, por lo que su precio es transado en la bolsa. Allí opera como un comodity, es decir, es un producto que se comercia en bruto y, por eso se pacta su precio de acuerdo a una medida estandarizada. De hecho, según la Organización Internacional del Café (OIC), el valor de transacción del grano es de 0,74 dólares la libra. El 95 % de la producción mundial se divide en dos tipos: coffea arábica y coffea robusta. La primera variedad crece en regiones de altura, como Arabia, y también en Brasil, Centroamérica, Indonesia, India y Etiopía. De aquí nacen los cafés más preciados por sus intensos aromas y gustos. La robusta es una especie más resistente a plagas, que crece a menor altura y en general produce cafés más amargos y con un mayor contenido de cafeína. Ojalá que llueva café Si hay algo que los chilenos estamos empezando a disfrutar es del café en grano. Cada vez son más las cafeterías especializadas en la venta de múltiples variedades de este brebaje, mientras los lugares más tradicionales van en retirada. Prueba de ello es la reciente quiebra del famoso Café Paula en febrero del año pasado y las penurias económicas por las que atraviesa el tradicional Café Santos. Pero
no todos han corrido el mismo destino. Algunos han sobrevivido al nuevo
modelo, haciendo de su tradición un elemento distintivo. El Café
Haití mantiene su sitial como el icono de la cafetería
al paso. En sus locales no hay mesas ni sillas, sólo una gran
barra hasta donde se acercan cientos de clientes a degustar su inconfundible
espresso por 450 pesos o un humeante cortado a 550. Sus ocho locales se caracterizan por la rapidez de la atención, siendo los más clásicos los de Ahumada y Morandé. Por sus pasillos deambulan a diario desde anónimos oficinistas y comerciantes que trabajan en el sector, hasta connotados políticos y empresarios asiduos al disfrute del buen café. De hecho, Delgado se jacta de que grandes negocios se han cerrado en la barra del Café Haití. Se sirve un cafecito… y algo más Los consumidores se han vuelto cada vez más exigentes. Ahora no sólo buscan la mejor taza de café, sino también un estilo, un espacio agradable, un ingrediente más. La tendencia parece ceñirse a la máxima publicitaria: buscar diferenciarse a través de una identidad propia. De ahí la pretensión de captar clientes a través de una propuesta diferente y, a la vez, diversificada en su oferta. Así, hoy podemos encontrar cafeterías ambientadas con música electrónica; un capuchino acompañado de un libro; beber un espresso mientras te leen la mano o establecimientos que ofrecen una sinfín de variedades de granos para elegir. Esta es la nueva forma de tomar café, donde el clásico local comienza a apostar por ofrecer un valor agregado a su producto. Dentro
de esta tendencia, podemos ubicar al nuevo local de Starbucks Coffee
en el Boulevard de Parque Arauco, que busca consolidarse entre los sectores
de mayores ingresos. De hecho, sus otras dos tiendas se encuentras en
Isidora Goyenechea y el Mall Alto Las Condes, ambas en el sector oriente
de Santiago. Esa referencia literaria se ha convertido hoy en día, en la marca de una de las cadenas de venta de café más grande del mundo, con siete mil locales en 31 países del globo. Mientras que para los especialistas en marketing, constituye un verdadero caso de estudio. Rodrigo Martínez, master en administración comenta para The Moroso: “se trata de un caso paradigmático, pues no vende café, sino la experiencia de tomarlo. Todo está pensado para ser distinto. Cuando pagas en la caja, te piden tu nombre para identificar tu vaso, de modo que cuando te llamen, lo que te entregan es un producto hecho para ti”. La oferta de Starbucks comprende 27 variedades de café, degustados por un promedio de 23 millones de clientes a la semana en el mundo. El más económico es el café “latte” y cuesta 1.350 pesos en el envase más pequeño. Los precios de los otros dos tamaños se elevan hasta los 1.680 y 1.850 pesos, subiendo según el tipo de café, al que puedes adicionar chocolate, caramelo o crema por 200 ó 300 pesos más. Para no abrumar al cliente con tantas posibilidades cuentan con una pizarra que presenta los tipos básicos, que pueden modificarse a gusto. El exquisito aroma a café inunda la tienda, teñida del más puro estilo norteamericano comenzando por el servicio. Una vez que el cliente ha decidido su opción, debe acercarse al mesón y hacer su pedido. Luego de preparado el café, es llamado por el empleado de la empresa para recoger su orden, dispuesta en un vaso desechable. Debido a que sólo llevan dos años en nuestro país, no se sabe hasta qué punto sus tiendas llenas pueden ser parte de una moda pasajera y si los consumidores estarán dispuestos a soportar su elevado costo por mucho tiempo. Hay que considerar que las tendencias no se sostienen si no ofrecen un producto satisfactorio y a precios competitivos. Pensemos en lo que pasó con Au Bon Pain, que años atrás debió cerrar varios locales, luego de haber gozado de gran popularidad. Quizás en Chile “pega” lo chic, pero lo que no se sabe es por cuánto tiempo. En el mismo centro comercial está el restaurant Le Fournil, que se ha aliado con la Librería Antártica en este local. De esta manera, ofrecen la posibilidad de comer o beber un café acompañado de un libro que puede hojearse o bien comprar al momento de pedir tu cuenta. El negocio de la venta de café tiene tantas formas como personas existen. A juzgar por sus cifras, la suerte está de su lado. Café Morgana es el primer café esotérico en Chile y según cuenta uno de sus dueños, Roberto Godoy, la experiencia ha sido un éxito. Ubicado en el sector del Parque Forestal, frente a la Fuente Alemana, nace producto del sueño de dos ingenieros civiles industriales, uno cafetómano y el otro aficionado a la astrología.
El recinto tiene tres niveles. En la planta baja está la barra y unas pocas mesas donde la clientela puede tomarse un café al paso o sentarse a conversar. En el subterráneo se encuentra la zona esotérica. Ahí, distintos profesionales místicos leen las runas, tiran el tarot o practican la quiromancia, más conocida como lectura de manos. En el tercer piso se encuentra la sala de reflexología y un espacio mucho más amplio con mesas para comer o beber. Si bien la idea comenzó como una fusión entre café y mundo místico, lo cierto es que la segunda actividad resultó mucho más atractiva. Venden cerca de 80 cafés diarios, pero sin duda el producto “gancho” es el tarot. A juicio de Godoy, el hecho que sea un lugar establecido permite que la gente esté más tranquila a la hora de reunirse con una tarotista, cuya tarifa es de siete mil pesos la media hora. También es posible sanar el cuerpo con una consulta reflexológica de 10.000 pesos por la sesión de una hora. Si ninguna de estas actividades lo convence, puede probar suerte con el combo Café Morgana que, aparte del express, incluye una pregunta al tarot por 2.400 pesos. Con otro ropaje se ha vestido Café Utopía, ubicado en el barrio histórico José Victorino Lastarria. Preferido por estudiantes y gente ligada a la cultura, este local se caracteriza por su ambiente acogedor, tan rústico como el Macondo de García Márquez. Su dueña, Katia Espejo, explica que su idea siempre fue crear un proyecto “alternativo cultural que fomentara las artes, brindando un espacio para que los artistas nacionales consagrados y principiantes muestren su obra”. Con este objeto, las muestras se renuevan constantemente y se realizan lanzamientos de libros cada 15 días. Además de lo ya citado, puede decirse que su valor agregado es tener a la venta litografías, joyas, licor, mermeladas, hierbas y todo tipo de artesanías. En este sentido, constituyen un espacio para mostrar y vender productos elaborados por artesanos nacionales, así como una biblioteca con libros que puedes hojear o arrendar por 300 pesos. Katia cuenta que “se vende poco, porque el chileno es muy esquemático. Si se va a tomar un café difícilmente van a pensar en comprar cualquier otra cosa”. Su público que dista mucho del adicto al souvenir, más próximo a la propuesta de Starbucks. Todos
estos casos nos hablan de un cambio en el patrón de consumo y
de la oferta del café en nuestro país. No sólo
hay un incremento en cantidad de cafeterías, sino que éstas
son cada vez más originales y el público chileno ha hecho
de ellas un negocio próspero. Prueba de esto es que para nutrir
esta humeante usina, sólo durante el último año
nuestro país importó 2.2 millones de dólares CIF
de este producto.
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