Las salas del Museo de Bellas Artes se
colman de voces infantiles que admiran con éxtasis los cuadros
en las paredes, fijándose muy bien en los detalles de cada pintura:
"Los colores son ahora más claros"; "Más
alegres"; "Las líneas más curvas que antes";
"Parece que está más feliz". Son así las
frases con las que los alumnos de octavo básico describen y comparan
la Colección de la Edad de la Ternura, con la de la Ira, parte
de la obra del pintor ecuatoriano, Oswaldo Guayasamín, que se exhibe
en Santiago hasta el 12 de mayo.
En sus manos pueden leerse los males del siglo pasado,
tal como él lo deseó, transformándose en testigo
de su tiempo. En sus formas se traduce el dolor engendrado por una era
de guerras y genocidios, dictaduras, terrorismo y campos de concentración.
Pero también son sufrimientos propios de una
vida donde la miseria y la discriminación se tornan cotidianas,
donde un mundo a colores parece ser la única vía de escape,
donde el lienzo es la mejor salida para estampar la soledad.
El dolor del hombre se refleja en el artista
La pobreza marcó la vida de este pintor ecuatoriano
desde que el 6 de julio de 1919 nació en la ciudad de Quito. Su
padre indio y su madre mestiza lucharon por mantener el amor conyugal,
a pesar de que la sociedad, con una mentalidad marcadamente colonial,
los distanciaba.
El origen híbrido de Guayasamín lo volvió frecuente
blanco de burlas y desprecios, según recordaba él mismo,
al caminar muchos años después por las calles de La Merced,
barrio de su juventud.
Su madre se convirtió en el refugio en que
podía realizarse como artista a espaldas del padre, que negaba
la posibilidad de que en una familia pobre naciera alguien que se dedicara
a las artes.
Fue ella la inspiradora de la colección de
la Ternura, mujer capaz de verter leche de su propio pecho, para que su
hijo de 6 años pudiera pintar mejor el cielo, imponiendo, con este
acto, la supremacía por sobre todos los recuerdos gratos del pintor.
La pérdida de la madre, cuando Guayasamín
tenía 17 años, despertó los sentimientos más
desesperados, así como también las noches frías que
pasó en una cueva donde, posteriormente, vivió junto a su
padre. El panorama externo, marcado por las guerras, la violencia y los
sufrimientos del pueblo indígena, tampoco contribuyó a mitigar
su dolor y su rabia que lograron imprimirse en la Edad de la Ira. "Mi
pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón
de la gente. Para mostrar lo que el hombre hace en contra del hombre."
"La sensibilidad del Hombre está en sus
manos"
Oswaldo Guayasamín realizó durante su
vida más de 400 retratos y más de 4 mil cuadros, utilizando
como técnicas el óleo, la acuarela, el grabado y el dibujo.
"Pintar es una forma de oración, al mismo tiempo que de grito.
Es casi una actitud fisiológica, y la más alta consecuencia
del amor y la soledad. Por eso, quiero que todo sea nítido, claro,
que el mensaje sea sencillo y directo. No quiero dejar nada al azar, que
cada figura, cada símbolo, sean esenciales. Porque la obra de arte
es la búsqueda incesante de ser como los demás y no parecerse
a nadie",así explicaba su obra el artista, las placas instaladas
junto a sus cuadros, hablan también de su pensamiento.
Poseedor de la capacidad de colorear sus sentimientos, nunca dejó
de ligar su arte a su corazón. Facultad que se demuestra en la
imposibilidad que tenía de captar a alguien sin amarlo primero.
Los retratos eran para el artista verdaderos resúmenes de vida,
en los que el modelo se mostraba por completo, de la infancia a la vejez,
descubriendo todo el interior de su alma.
Su primera exposición la realizó en 1939, recién
egresado de la Escuela de Bellas Artes de Quito. Recuerdo especial le
merecía a Guayasamín la ocasión, por la inesperada
presencia del magnate estadounidense, Nelson Rockefeller, quien cautivado
por las obras compró cinco cuadros a una suma tan elevada como
nunca vista por el pintor.
El horizonte económico cambió considerablemente para el
hombre que en muchas ocasiones hubo de escoger entre un tubo de pintura
y un tarro de leche para sus hijos, confesando más tarde, que aún
ignoraba si, feliz o desgraciadamente, se había siempre inclinado
por la primera opción.
Un
homenaje al Hombre
En 1996 Guayasamín planteó la necesidad
de rendir culto a su pueblo y al hombre en general, puesto que a lo largo
de la historia sólo se habían construido templos en honor
a los dioses.
La Capilla del Hombre está ubicada en el Barrio
Bellavista en Quito. Considerado un museo del artista, consta de dos elementos
arquitectónicos plásticos, una cavidad en el suelo en forma
de plato que representa la muerte de Tupac Amaru descuartizado por cuatro
caballos, al haberse rebelado contra los españoles. El otro es
una cúpula que tiene la forma del cerro maldito Potosí que
representa al millón de indios que vivieron y murieron encerrados
en las minas para extraer plata para los conquistadores.
Situada sobre tres mil metros cuadrados de los 10
del terreno, su interior se divide en 3 secciones
La primera dedicada a la cultura americana antes de
la llegada de los europeos. La segunda expresa la fusión de ambas
culturas, mientras que a la última dona varias de sus colecciones
para ilustrar el arte contemporáneo.
La Capilla del Hombre pretende evocar el destino de América Latina,
plasmar el cambio, el dolor, las protestas, los sueños, las luchas,
el heroísmo, el sacrificio y las victorias humanas.
En marzo de 1999, a los 79 años, Guayasamín
falleció con la satisfacción de haber sido reconocido en
vida y haber sido honrado con diversos premios.
Considerado una de las grandes figuras del arte indigenista,
se rebeló contra el mundo mediante líneas rectas, duras,
impactantes, a través de un juego de luz y sombra en la Edad de
la Ira.
Pero su dolor ponto dio paso a colores más
suaves y líneas más curvas. En la Edad de la Ternura renacen
sus esperanzas, y en la Capilla del Hombre se materializa la idea de que,
a pesar de todo, se puede confiar en el amor, en el futuro, y en la humanidad.
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