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Campus Juan Gómez Millas, Carabineros y encapuchados.

La violencia legal

La violencia legal
Imágenes del allanamiento al campus Juan Gómez Millas
La violencia legal
Giorgio Boccardo recibió gas irritante en sus ojos
La violencia legal
Encapuchados en la avenida Macul
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Prof. Juan Pablo Arancibia
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María Inés Horvitz, doctora en Derecho Penal por la Universidad Autónoma de Barcelona
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Dos meses han transcurrido desde un suceso que sacudió a la comunidad universitaria de tal modo, que las clases debieron suspenderse durante una semana. Aquel 8 de septiembre pasado no trató sólo de un nuevo conflicto entre encapuchados y Carabineros; por el contrario, vino a despertar un problema mucho más extenso y profundo. Se trata de los aparatos encargados del orden y el sustento legal que ampara su violencia. Violencia en la cual, lamentablemente, nuestras aulas y pastos están en el ojo del huracán.

Un Carabinero es alguien que se reconoce desde lejos. Si bien es cierto que debe aprender poco a poco el oficio de las armas, habilidades como la marcha y actitudes como la posición de la cabeza son marcas que quedan estampadas en los cuerpos disciplinados. Un miembro de Fuerzas Especiales (FF.EE.) porta en sí algunos signos: las manifestaciones naturales de su fuerza y altivez. Los ojos vivos y despiertos, el estómago levantado, las pantorrillas firmes y talones secos, hombros anchos, la espalda recta y el pecho afuera, la cabeza erguida y derecha. Un conjunto intimidante y amenazador. "Todo para ponerle un cartelito en la frente que dice: no te metas conmigo ", enseña Carlos Ossa a sus alumnos en las aulas de nuestro campus Juan Gómez Millas. Campus invadido en más de una oportunidad por los agentes del orden.

Si a esos signos sumamos el forraje verde, botas, chaleco antibalas, casco, escudo y pistola; entonces el cartelito se transforma en "¡arranca!". Eso explica el impacto y consternación que generó el ingreso de estos individuos en nuestro espacio educativo el pasado jueves 8 de septiembre, cuando Gómez Millas estaba atestado de jóvenes que disfrutaban en "los pastos" los primeros rayos de calor; y un grupo de poco más de veinte encapuchados interactuaba violentamente con Carabineros. Entre los contornos comunes de jóvenes estudiantes, se sumaron siluetas definitivamente ajenas al terreno universitario: "¡arranca!".

Fue un largo grito que atravesó el silencio, la expectación, impotencia y murmullos del estudiantado, cuyos rostros perplejos y semblantes exaltados no sabían qué hacer. Para no pocos de nosotros era impensado lo que ocurrió. Un contingente cercano a los treinta carabineros invadía literalmente la Casa de Bello. Un conjunto de abultados e intimidantes sujetos se desplazaban con firmeza por el recinto educacional y centenares de jóvenes atentos volcaron su atención hacia ellos.

En la Facultad de Ciencias Sociales, integrantes de FF.EE. se abrieron paso agrediendo a estudiantes de esa facultad, entre ellos el dirigente Giorgio Boccardo, que recibió un gas irritante directamente en los ojos -que algunas versiones denominaron "gas pimienta"-. Sin embargo, autoridades académicas lograron hacerlos retroceder a punta de diálogo.

Parece ser que las palabras hicieron vacilar a los oficiales, que poco a poco vieron como una multitud de estudiantes empezó a rodearlos, gritarles que se retiraran, insultarlos, fotografiarlos y hasta grabarlos con cámaras de video. La situación se les escapaba del control de sus manos, o más bien de sus puños.

Casi como catarsis, centenares de jóvenes expresaron al fin su rechazo. Un gigantesco "¡fuera!" tronó desde la masa y la aglomeración pacífica forzó a que los policías se fuesen por donde llegaron. Cuando el gentío enardecido los encaminaba a salir, y a pesar de que nadie había lanzado nada más dañino que garabatos, los agentes del orden procuraron disparar cuatro bombas lacrimógenas. Una de éstas dejó con un traumatismo encéfalo craneano abierto e inconsciente por unas horas a la estudiante de Antropología, Érika Jammett.

Por la razón o la Fuerza

"Un cuerpo revienta a palos a otro cuerpo... pero si a ese cuerpo infractor yo le pongo bototos, lo visto de verde, le pongo un escudo, un casco y lo hago hablar así 'positivo-negativo, negativo-positivo'; entonces eso se llama ley. Ese mismo acto semiótico, esa misma violencia de tomar un palo y reventar la cabeza de un cristiano se llama delito; pero si usted goza de aquella prerrogativa institucional y jurídica, entonces es un acto legal". De esta caricatura pedagógica se sirve el profesor Juan Pablo Arancibia para explicar a sus alumnos el accionar de los aparatos represivos de estado en el pensamiento de Louis Althusser.

El comandante de FF.EE., Jorge Constanzo, señala que la fuerza que está autorizado a desplegar un carabinero (por ejemplo, para detener) debe ser "la justa y necesaria para inmovilizar a un individuo". Esto es combos, patadas, codazos... lo que haga falta. "También está el factor accidente, que nosotros no descartamos", agrega como excusa respecto de las bombas que llegan a cabezas ajenas.

En la oportunidad se informó erróneamente que el ingreso de FF.EE. se había perpetrado con la autorización y orden de allanamiento del fiscal de Santiago Oriente, Xavier Armendáriz.

Si bien es cierto que uno de los mecanismos para legitimar la intromisión policial a un lugar cerrado es a través de una orden judicial, ésta no es emanada por los fiscales, sino por los jueces. Y en este caso puntual, el fiscal Armendáriz ni siquiera estaba enterado del suceso.

Esta no es la primera vez que agentes de FF.EE. entran a nuestros espacios. Y eso se debe a que no necesitan autorización. El artículo 206 del código procesal penal, que se refiere a la entrada y registro de lugares cerrados sin autorización judicial, establece que la policía podrá hacer ingreso cuando "signos evidentes indicaren que en el recinto se está cometiendo un delito": se invoca el principio de flagrancia.

Esto quiere decir que sólo basta que un capitán estime que existen suficientes "signos evidentes" de que, por ejemplo, alguien al interior usa una bomba molotov, hecho constitutivo de delito según la actual ley de Control de Armas.

El 19 de mayo de este año, cerca de cuarenta policías invadieron la Facultad de Filosofía y Humanidades. Al día siguiente las autoridades de esa unidad académica dieron una conferencia de prensa donde se acusó de "actitud matonesca y represiva" a Carabineros y se sostuvo la inocencia de Carlos Arias y Diego Nur, estudiantes que fueron apresados. Se acusó también que los detenidos presentaban "huellas injustificadas de violencia".

- Ustedes, los policías ¿Bajo que situación están autorizados a reprimir?

- Lo que pasa joven es que nosotros no reprimimos, restablecemos el orden -señala el anónimo carabinero que no quiso seguir el diálogo (ver recuadro Información Constreñida ).

Sucesivos títulos tuvo desde 1936 la prefectura de Fuerzas Especiales, que adopta definitivamente su actual nombre en el '74. "La misión central de esta repartición -dice el teniente coronel Constanzo- es el control y el restablecimiento del orden público".

Pero, ¿Qué significa? ¿Qué es eso de "orden público"?

Promulgada en 1975, la Ley de Seguridad del Estado define en su artículo 6º a quienes incurren en delitos contra el orden público. Más ligados al tema, en su letra a) "los que provocaren desórdenes o cualquier otro acto de violencia destinado a alterar la tranquilidad pública". Y en la d) "los que inciten, promuevan o fomenten o de hecho y por cualquier medio, destruyan, inutilicen o impidan el libre acceso a puentes, calles, caminos u otros bienes de uso público".

María Inés Horvitz, doctorada en Derecho Penal por la Universidad Autónoma de Barcelona, reprocha fuertemente estos artículos: "estos tipos penales -especialmente la letra a) - tan abiertos, tan vagos y difusos, finalmente autorizan y dan una especie de carta blanca de actuación a la policía en caso de desorden público". La académica de nuestra Universidad explica con cierta indignación: "al final, el orden público se transforma en todo, ese es el problema ... no puede ser que una cosa tan vaga, que no posee un mínimo de tipificación, tenga esas penas tan terribles", refiriéndose a los elevados castigos que van desde 541 días a 5 años de presidio o extrañamiento para la letra a) ; y desde 5 años a presidio perpetuo para la d) .

El docente nuestra Escuela, Juan Pablo Arancibia, sostiene que también hay que ponerse en el contexto en que funcionan las instituciones de esta naturaleza: "¿Quién es un carabinero? Es un tipo adiestrado para pegar, para golpear, reprimir, tirar bombas; es un tipo que tiene una suerte de chip y que si le dan autorización lo hace. Eso significa casi un aliciente, un estímulo para que reprima".

Carabineros sencillamente actuaría. "Uno tiene que cumplir la orden que le dan", articula el sargento segundo de FF.EE., Luis Gómez. "Nosotros no analizamos las características de los conflictos, porque no es nuestra función... uno no entra a calificar el sentido de una manifestación", explica el teniente coronel y comandante de la repartición, Jorge Constanzo.

Ni héroes ni villanos

Normalmente, los estudiantes de nuestra comunidad universitaria se hayan repartidos entre las aulas y "los pastos". Algunos concentrados en los contenidos curriculares; otros buscando distracción al aire libre de los jardines. Esa simbiosis particular, ese equilibrio entre lo apolíneo y dionisiaco a ratos dura poco. Suele ser quebrantado por los aires tóxicos con los que Carabineros suele hacerse presente. Y por alrededor de quince a veinte encapuchados que entran en acción.

Como es lógico, las autoridades universitarias rechazan la violencia como forma de manifestación. El vicedecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Bernardo Subercaseaux, personifica esta postura: "Ambos lados, tanto carabineros como encapuchados, son irracionales y reprobamos su proceder". El vicedecano acusa que la acción de encapuchados no sólo no responde a la comunidad universitaria; sino que actúa en contra de la misma. En sus palabras: "Usan la violencia contra cualquiera... y se desenvuelven contrariando actividades de los estudiantes organizados".

Según Subercaseaux, a su Facultad le cuesta cerca de 500 mil pesos cada salida de estos manifestantes. Destrozos de rejas, bancas, sillas y ventanas privarían de casi 14 millones de pesos anuales a Filosofía y Humanidades.

Por razones como ésta, una porción difícil de precisar, pero en todo caso bastante elevada de estudiantes rechaza la forma de manifestarse de los encapuchados. Este repudio se traduce en frases como "Ellos están perdidos en el tiempo y el espacio: su forma de lucha es en base a una realidad de otro momento" o "Cuando en ejercicio de la libertad de expresión se vulnera a los otros, pasa a ser abusivo y absurdo". O también, "Lo que hacen es inútil, pues no generan nada y atacan al sistema de una forma en que en vez de destruirlo, lo potencian". Son dichos frecuentes en las discusiones de estudiantes sobre el tema.

Ejemplo de ello es lo que sucede en nuestra carrera, donde predomina la reprobación de estos hechos. Sebastián González, del Centro de Estudiantes, intenta resumir las posturas: "L o principal que se rescata es que no existe un fundamento profundo ni una responsabilidad política de los encapuchados, ya que no asumen sus actos y las consecuencias de estos los pagan los estudiantes sin capucha, que dan la cara ante los carabineros".

Sin embargo, otra parte importante del estudiantado es más flexible con los encapuchados y dice sentir hacia ellos comprensión y complacencia. "En nuestra Facultad (Filosofía y Humanidades) -dice Luis Venegas de 2º año de Filosofía- no reducimos el tema únicamente a los encapuchados, sino como parte de un fenómeno más amplio... los encapuchados no hacen lo que hacen por nada".

Precisamente Juan Pablo Arancibia, Magíster en Filosofía Política y con un doctorado en la misma área por conseguir, trata de pensar desde un enfoque más profundo. El académico sospecha de la noción de violencia que los medios de comunicación ponen fácilmente en circulación: "Lo que están haciendo es reducir y objetivar un concepto de violencia y de crimen. Se habla de violencia solamente como esa de unos jóvenes 'desadaptados'. En este país hay miles de torturadores y criminales que estamos amparando y avalando en una práctica de impunidad cotidiana. Pero, curiosamente, cuando se habla de gente peligrosa, se habla del joven encapuchado. Concentramos todo el concepto de violencia en unos 'cabros' que hacen desórdenes".

"Sin defender el acto de desmán que algunos pudieran cometer -añade el docente-; creo que hay mucha más violencia en el sistema de este país. En los pobres, en los excluidos, en la gente que no puede seguir estudiando, la que tiene problemas de vivienda o serios problemas de salud... Y se ejerce una violencia bastante criminal, bastante solapada, cotidiana, absolutamente microfísica y de la que, curiosamente, no parece hablarse".

Texto: Víctor Valenzuela
Fecha de publicación:
Domingo 20 de noviembre, 2005

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