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Según el estudio del Centro de Estudios Públicos (CEP) “Santiago: Dónde estamos, y hacia donde vamos”, la capital no sería la horrible y caótica ciudad que la mayoría de sus habitantes piensa. En términos de contaminación, planificación, entre otros, estaría bastante mejor. Pero entre tanto optimismo surge la duda de si todos están disfrutando de igual forma.

Por Maira Mora, Nicole Pérez, Pamela Ramírez y Lorena Valderrama
5º año, Periodismo y pobreza.


Tacos, contaminación, largas horas de trayecto al trabajo: la mayoría de los habitantes de la capital tienen la percepción de que su ciudad no es el lugar más amable y que, sin duda, va de mal en peor. Pero un grupo de economistas, arquitectos, ingenieros y académicos quisieron hacer su propio diagnóstico. Así nace “Santiago: Dónde estamos y hacia dónde vamos”, el nuevo estudio del CEP editado por el economista Alexander Galetovic con 19 artículos que abordan diversos temas en relación a Santiago. El objetivo era ver qué tan buena o mala ciudad es, su evolución de hace 50 años y compararla con otras ciudades del mundo.

A pesar de todo lo reprochable de Santiago, éste pasaría la prueba según el estudio. Sus puntos a favor serían: los US $ 5000 de ingreso per cápita anual; los avances en las políticas públicas, más la planificación urbana durante las últimas dos décadas, que tienen a casi el 100% de la población con agua potable, luz eléctrica; así como también, a un 92% con alcantarillado. Además, un tercio de la contaminación se habría reducido en los años 90, a pesar de que actualmente las políticas ambientales se han estancado.

“Sería ceguera reconocer que Santiago resulta desagradable porque es incapaz de concretar nuestras expectativas. Y es necesario decir que la calidad de vida depende de las percepciones y opciones de cada uno (…) Pareciera ser que los santiaguinos estuviéramos descontentos y esto resulta irónico”, expresó Alexander Galetovic a "Con Tinta Negra" (CTN), refiriéndose al estudio.

De acuerdo a éste, la capital no estaría en camino al deterioro. Por el contrario, existirían signos de progreso y todos los problemas que persisten deberían solucionarse “cuando Chile crezca y se desarrolle”.

¿Cuándo llegará ese día? En el estudio no se dan señales específicas de ello, pero sin duda, uno de los temas pendientes es la vivienda social. Según el capítulo escrito por el arquitecto de la Universidad Católica, Alejandro Aravena, y que aborda este ámbito, Chile tiene una larga tradición en políticas de vivienda social. Ésta ha sido exitosa, pues se ha reducido el déficit habitacional: entre 1990 y 2000 el número de familias allegadas se redujo de 919 mil a 743 mil.

Así, el Estado se convirtió en los años 90 en la mayor inmobiliaria del país, construyendo el 30% de las casas y ayudando a financiar otro 30% de ellas.
Pero ante este beneficio muchas familias han debido trasladarse a la periferia, perdiendo las redes sociales que han formado en sus antiguos lugares de origen, ya sean campamentos u ocupaciones, como la toma de Peñalolén. Además, estas familias quedan lejos del acceso a servicios, salud y educación. Redes que son relevantes y necesarias en la lucha por la superación de la pobreza.

Alexander Galetovic

Santiago segregado

Según Alejandro Aravena, las políticas subsidiarias del Ministerio de Vivienda (MINVU) solamente consideran el costo del suelo -que en la periferia es menor- y la construcción, dejando de lado aspectos importantes como el entorno, el espacio, entre otros. Además, quienes postulan son en promedio personas que cuentan con 290 UF para acceder a una vivienda. Todos estos factores hacen que la solución del Estado para entregar una casa equivalente a ese precio sea construirlas con menos metros cuadrados y en suelos que cuestan poco. El resultado es una familia con techo, pero totalmente segregada a la periferia y sometida a un espacio reducido.

Según Ernesto Pérez, sociólogo de la Universidad de Chile, “Toda la mala vivienda va acompañada de una dinámica social que, en vez de promover un desarrollo social, aísla al contingente de pobres que vive en esta ciudad. No porque vivan más lejos no pueden contar con un buen acceso a servicios sociales en términos de salud, educación, etc”. Es el caso de poblaciones como El Volcán de Puente Alto, donde no hay plazas, ninguna escuela, ni consultorios cercanos.

El impacto que provoca esta segregación es profundo, tanto que en algunos casos el mejor lugar para vivir seguiría siendo el campamento, aunque no sea la solución más digna. “La gente vive mejor cuando está en campamentos que distribuida en la periferia, porque ahí establece redes de solidaridad muy fuertes. Una mujer sola con sus tres hijos puede vivir ahí sin mayor problema, pero al ser separada de sus redes se encuentra con que tiene que mantener una casa, pagar un dividendo y que vive con vecinos que no conoce”, explica Pérez.

Cristián Lagos, arquitecto de la Universidad de Chile, trabajó en el Fondo Solidario de Vivienda dependiente del Servicio de Vivienda y Urbanismo (SERVIU), y por tanto, reconoce las falencias de los programas de vivienda. Según Lagos, éstos no se preocupan del tema habitacional en forma integral, por lo que los progresos en la calidad de vida de las personas que acceden a viviendas sociales no son tan efectivos como podrían serlo. “En el proceso que significa la adquisición de una vivienda, podría darse un valor mucho mayor a la participación de los beneficiados. Que no sea sólo ahorrar dinero para poder tener una casa, sino que haya una integración en las decisiones importantes acerca de la vivienda, en cuanto a diseño, dónde va a vivir la familia, etc.”, plantea Lagos.

La propuesta de Aravena en su artículo del estudio CEP es entregar una buena vivienda, pero a medio construir e invertir más en lo que la rodea. Una “casa progresiva”, que luego las familias irán completando a medida que tengan una buena capacidad de ahorro. “El punto de fondo es que más importante que la cantidad de metros cuadrados o la calidad de terminaciones de una vivienda es importante qué tan cerca se deja a una familia de la red de oportunidades que la ciudad le ofrece”, afirma Aravena.

Ernesto Pérez critica dicha propuesta: “Lo que está en disputa ahí es un tema de valoración de la persona humana, por quien apostó por una vivienda social que sea arquitectónicamente más confortable”, señala. De todas formas, coincide con la idea de que es muy importante dónde se ubican las viviendas y a qué tipo de dinámicas se están sometiendo a las personas que viven en ellas.

Una de las vías de solución que se están desarrollando actualmente es el programa Elemental impulsado por la Pontificia Universidad Católica de Chile, con el financiamiento del Fondef-Conicyt. También cuenta con el apoyo del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, así como con el aporte de empresas y organizaciones como Sodimac y un Techo para Chile.

Este programa consta de siete proyectos a lo largo del país y en Santiago pretende entregar viviendas de clase media con diseños innovadores en un terreno 20 minutos al poniente del centro a 170 familias que actualmente ocupan un sitio ilegalmente.

Según José Yáñez, constructor civil de la Universidad Católica y participante del programa, “Es un proyecto de vivienda innovador que permite que la gente amplíe sus hogares y le sea más accesible viajar a su lugar de trabajo. Las viviendas no son tan grandes, pero se busca reducir el hacinamiento”.

A pesar de la alta densidad de población que se estaría concentrando, la idea es erradicar a la gente de la periferia para que tengan una buena accesibilidad a servicios y a sus trabajos. Una posibilidad de integración al Santiago nuestro de cada día.

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