"Capital,
Libertad y Desigualdad"
La revolución rusa del siglo XX
Por
Cristian Cabalin
De
socialista a capitalista. No se trata del recién electo presidente
de Brasil Ignacio Lula da Silva, ni de algún político
de la Concertación que hoy ocupa un alto cargo en el Congreso
o en el Gobierno. Tampoco de un profesional cincuentón, que
pasó por la universidad en la década del setenta. Es
Rusia. La potencia comunista de la Guerra Fría olvidó
la revolución bolchevique, a Lenin y Stalin, a su ejército
Rojo y se convirtió en el bastión del neoliberalismo
en Europa del este.
Hace 12 años,
el proyecto "modernizador" del ex secretario general del
Partido Comunista, Mijail Gorbachov, acabó con la planificación
centralizada del Estado en la desaparecida Unión Soviética.
Con la Perestroika introdujo la economía de libre mercado
y la democracia en la única potencia del viejo continente
contraria, hasta ese momento, a los lineamientos del capitalismo.
Así,
la globalización de las transnacionales tocaba su punto más
alto. Las grandes naciones del mundo compartían el mismo
esquema comercial bajo el protectorado del Banco Mundial (BM), el
Fondo Monetario Internacional (FMI) y los países del G8.
Caía definitivamente el comunismo en una gran parte de Europa
y el capitalismo se erigió como el único modelo viable
y rentable en el orbe.
En alas de la
democracia occidental, la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URRS) desapareció y la nueva Rusia del
siglo XXI llegó totalmente remodelada a la usanza del otrora
rival y ahora aliado: Estados Unidos. Fue una verdadera revolución,
que como todas tiene triunfadores y vencidos.
La potencia
derruida
Los sostenedores
de la mínima intervención del Estado en la economía
demostraron que, en el orden imperante, no hay más utopías
que la libertad total del mercado. Sin embargo, la sociedad rusa
sufre las complicaciones, desigualdades y vicios del sistema neoliberal.
No obstante,
el colapso socialista era casi inevitable. El crecimiento económico
de la ex Unión Soviética entre 1980 y 1990 fue de
un -4,1%, con una inflación del 131%. La crisis era incontrolable
y arrastraba a todos los países vinculados a la URSS. Para
mantener su hegemonía, el gobierno comunista otorgó
durante las décadas del '70 y '80 subvenciones por más
de 106 mil millones de dólares a naciones del Tercer Mundo.
Obviamente,
con las reformas capitalistas, impulsadas por Gorbachov y luego
intensificadas por los mandatarios Boris Yelsin y Vladimir Putin,
terminó esta ayuda y muchas economías subdesarrolladas
se vieron profundamente afectadas. Tuvieron la obligación
de recurrir a los salvadores del mundo actual: el FMI y BM. De este
modo, incrementaron su deuda externa y aplicaron todas las medidas
neoliberales recomendadas por estas instituciones.
Rusia sigue
hoy esas mismas directrices para solventar la caída de su
Producto Interno Bruto (PIB), que desde 1991 hasta 1999 experimentó
una baja del 38,1%. El Fondo Monetario Internacional le concedió
créditos en los últimos tres años por más
de 25 mil millones de dólares, con el requisito de implementar
una serie de modificaciones en el manejo fiscal y productivo. También
exigió la autonomía del Banco Central y drásticos
cambios en los sectores agrícola, industrial y financiero.
A pesar de su
gran desarrollo tecnológico, Rusia no poseía un sistema
bancario acorde a las nuevas exigencias ni las condiciones mínimas
para que las transnacionales pudieran funcionar. Sólo en
1996 se implementó un mecanismo para usar cheques, pagar
con tarjeta de crédito y realizar transferencias mercantiles.
En pocos años
este nuevo aparato ha rendido frutos. Se han construido centros
comerciales, grandes zonas urbanas, lujosos casinos y hoteles cinco
estrellas. Según el periódico inglés "The
Economist", Moscú concentra el 60% del flujo financiero
del país. Por eso, fue la ciudad escogida para el proyecto
inmobiliario más moderno de Europa, con una inversión
de 100 millones de dólares.
Sin embargo,
las nuevas imposiciones neoliberales esconden, detrás de
esa imagen de progreso, el aumento de las brechas sociales. En el
país más extenso del mundo, el 57% de sus 150 millones
de habitantes están por debajo de la línea de pobreza,
es decir, viven con mil 500 rublos al mes (37 mil pesos chilenos).
Y 15 millones de personas pueden morir de hambre.
La hambruna
está relacionada directamente con la guerra con Chechenia,
que se extiende por más de 10 años y donde han muerto
dos mil civiles. El informe de este año de la Organización
de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) indica que "el hambre en el mundo se debe, en gran medida,
a los conflictos bélicos".
Mientras cientos
de rusos mueren en el frente de batalla, el resto de la población
sufre el escaso éxito de las reformas neoliberales. Aunque
la economía ha mostrado una recuperación en el último
tiempo, necesita crecer a un ritmo del 8% durante 15 años
para alcanzar el nivel de países como España o Portugal.
Esa meta está aún muy lejos, pues las proyecciones
auguran que el crecimiento para el 2002 será sólo
de un 3,8%, con una inflación del 14%. Además, los
préstamos 'benefactores' del FMI han elevado la deuda externa
a los 95 mil millones de dólares, casi tres veces la de Chile.
Igualdad
por Libertad
Uno de los principios
fundamentales de la Perestroika fue la restauración de la
democracia, aunque fue sólo una promesa. Por mucho tiempo,
los soviéticos vivieron bajo una dictadura. Ahora lo hacen
subyugados a una oligarquía, que controla la política,
el mercado y la justicia. Un nuevo sistema de administración
fue el argumento de quienes propiciaron el capitalismo en la ex
URSS. Reemplazaron la igualdad, base ideológica de todo proyecto
comunista, por la libertad, pero sólo de mercado.
Según
el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la riqueza
en Rusia está concentrada en 2 mil 500 familias. La desigualdad
social está reflejada en su índice de desarrollo humano,
ya que se sitúa en el lugar 60, muy por debajo de Estados
Unidos o Gran Bretaña, sus antiguos rivales durante la Guerra
Fría. Incluso Chile tiene una mejor ubicación (38).
Esta desproporción
es consecuencia del nuevo sistema, donde la competitividad y la
acumulación priman por sobre la equidad en la distribución
de ingresos. Los más beneficiados con el neoliberalismo ruso
son los grandes inversionistas. Es el caso del multimillonario Boris
Berezovki, uno de los 20 empresarios más ricos del mundo.
La revista estadounidense "Forbes" asegura que posee más
dinero que los Rockefeller. Para incrementar aún más
su patrimonio, tiene intervención directa en el Banco Central
a través de su hombre de confianza: el subdirector Dimitri
Tulin.
Como en muchos
otros casos, Berezovki amasó su riqueza con la privatización
de las empresas del Estado en la década del noventa. Se quedó
con gran parte de ellas y ahora controla más del 50% del
mercado. No hay más normas en Rusia que las imponen la oligarquía
y el FMI.
Esas autoridades
establecieron en la última reforma laboral de 2000 un sueldo
mínimo de 4 mil rublos (100 mil pesos). La profesora Svetlana
Sluzarenko llegó a Chile en 1995. Hoy trabaja en un colegio
de La Granja y gana mucho más que su hermano ingeniero que
se quedó en su país. "Acá se vive en pequeños
departamentos. En Rusia, los pobres viven hacinados en edificios
comunitarios. Además, no hay trabajo para los profesionales,
sólo necesitan mano de obra barata", comentó
a CTN.
Las transnacionales
llegaron con el fin del socialismo. Incluso, industrias que nunca
hubieran puesto en juego su capital en la ex Unión Soviética,
como la General Motors o Toyota, tienen sucursales en Moscú.
Según el diario inglés "Financial Times",
estas empresas poseen un PIB superior a toda África subsarihana.
Sus posibilidades de inversión en Rusia son más que
rentables, pues los grandes monopolios comerciales tienen todas
las comodidades en el gobierno de Putin.
No obstante,
el 80% de los empresarios debe pagar coimas en el mercado negro
para concretar sus negocios. Se estima que la mafia rusa es más
poderosa e influyente que la siciliana. De acuerdo a un informe
de la Interpol de 2000, en territorio de la ex URSS operan nueve
mil organizaciones criminales. Estas agrupaciones controlan el 40%
de la economía, o sea, 40 mil compañías y tienen
presencia en el 70% del sistema financiero. El principal narcoterrorista
es el ucraniano Semion Mogilevich, que posee vínculos con
el lavado de dinero en Nueva York y el tráfico de cocaína
y heroína en toda Europa.
En el sector
público también abunda la corrupción y el "pago
de favores". Una investigación del Centro de Estudios
Políticos de Gueorgui Satarov, un ex funcionario de la desaparecida
Unión Soviética, indica que en Rusia se pagan 30 mil
millones de dólares anuales en sobornos.
La triste
realidad capitalista
La clase política
y empresarial vive en una total impunidad, debido a la inexistencia
de un movimiento social importante y a la escasa libertad de expresión
que poseen los medios de comunicación. El Partido Comunista
ha sido relegado a una minoría en el Parlamento y cada vez
pierde más fuerza.
La globalización
capitalista tiene hoy uno de sus mejores triunfos: Rusia. La apertura
de su economía ha significado que las potencias del mundo
tengan la posibilidad de ofrecer sus productos en un mercado de
150 millones de personas.
Hasta Chile
lo ha entendido así. El presidente Ricardo Lagos visitó
a Putin en octubre pasado, ya que existen algunas similitudes entre
ambos países. Nuestra nación es la puerta capitalista
en Sudamérica y Rusia la bandera del neoliberalismo en Europa
oriental. Incluso sus habitantes tienen idénticas dificultades
para vivir con el mismo sueldo mínimo.
La ex Unión
Soviética desapareció por una profunda crisis administrativa
y un sistema gubernamental corrupto y dictatorial. Pero las modificaciones
neoliberales sólo han beneficiado a la mafia y a la oligarquía
empresarial, que controlan el poder y las relaciones comerciales.
El resultado de las reformas no es positivo, pues la deuda externa
aumenta año tras año y la economía crece lentamente.
Las desigualdades se han incrementado, al igual que el número
de pobres. Además, la democracia es tan precaria como su
distribución de ingresos.
Rusia vive las
angustias de una nación sólo emergente en medio de
sus rivales capitalistas, que ya no la ven como una amenaza, sino
como una inversión. Así, pasó de un degradada
utopía a una desigual realidad. La Plaza Roja es cada vez
más gris.
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