Cuando
Allende dejó de incomodar (San Allende)
Por
Claudio Salinas
Sin lugar a
dudas este once de septiembre ha sido muy especial. Primero porque
se cumplen 30 años del quiebre de la democracia en nuestro
país; segundo, y esto es lo novedoso, el ex Presidente mártir
Salvador Allende ya no genera resquemores en ningún sector
político. Si hasta Sergio Onofre Jarpa, dinosaurio de la
derecha, tiene palabras halagüeñas para el último
gesto democrático del ex mandatario.
¿Cómo
es posible esto? Fácil: hay que elevar a Allende a la calidad
de héroe, de tótem moral, emparentarlo con los dioses.
Así, su figura se vuelve una cuestión religiosa. ¿Alguien
puede cuestionar la inmolación de Allende? Nadie.
Con esta operación
el mundo político, mas bien la alianza gobernante y la derecha
esquivan el hablar del fracasado gobierno allendista y de la sangrienta
dictadura de Pinochet. Por tanto, lo que antes era controversial,
hoy se vuelve sinónimo de unidad. La clase política
vuelve, por segunda vez, a realizar un pacto social (el primero
fue el regreso a la democracia).
En este escenario
se entiende lo dicho por el ministro Vidal para convencer al presidente
del Senado, el DC Andrés Zaldívar, de asistir a las
actividades del once en el Palacio de la Moneda: serán sólo
litúrgicas, nada de apologías, ni de alusiones y recuerdos
del gobierno democrático de Allende.
Utilizando el
razonamiento lógico del gran pensador de izquierda y derecha,
Fernando Villegas -quien condenó el acto homosexual, pero
no a los homosexuales - lo censurable para los políticos
es el significado del gobierno de la Unidad Popular y no quien lo
encabezó: el nuevo santo de la política, Salvador
Allende.
El artilugio
de convertir a Allende en un símbolo tiene un doble propósito.
Primero, despolitizar su figura y, segundo, unir a una alianza como
La Concertación, tan heterogénea y vapuleada en el
último tiempo por los escándalos de corrupción
en que se ha visto involucrada. La moralidad del presidente mártir
sería capaz de expiar las culpas de toda la coalición.
Ahora bien, de religión y política siempre los mayores
dicen que es mejor no hablar. Quienes conducen los destinos de Chile
le han hecho caso: el silencio es mejor para ellos que la revisión
crítica de nuestro pasado. No sería extraño
que, en poco tiempo más, el ícono de la derecha, Jaime
Guzmán también pase a formar parte del panteón
de símbolos de nuestra política.
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