Al final de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos de Gran
Bretaña, Estados Unidos, Francia y la Unión Soviética
(los vencedores de la contienda) establecieron tribunales militares
internacionales, con sede en Nuremberg (1945) y Tokio (1948),
para juzgar a criminales de guerra de los gobiernos nazi y japonés.
Los cargos eran por delitos de guerra y delitos contra la humanidad.
Otros tribunales, fuera de Japón, fallaron en contra de
5.000 responsables de crímenes de guerra, siendo condenados
más de 900. Numerosos criminales de guerra fueron juzgados
en Alemania tras el conflicto; también en Francia, Reino
Unido y Estados Unidos fueron procesadas 10.400.
|
Fue la primera vez que, por la magnitud y cantidad de los crímenes,
los países bajo la Organización de Naciones Unidas
(ONU) se comprometían a que nunca más se volverían
a tolerar semejantes crímenes. Pero, a pesar de lo loable
de la declaración, se critica que se aplicó una
jurisdicción ad hoc y post facto, que no se nombró
jueces de la nacionalidad de los vencidos ni de un país
neutral y que no se investigaron crímenes cometidos por
individuos de los países vencedores.
Esta situación se repite en los tribunales internacionales
creados por el Consejo de Seguridad de la ONU para los crímenes
cometidos en la ex Yugoslavia en 1993 y en Ruanda en 1995. A las
carencias anotadas en Nuremberg y Tokio se sumó la dificultad
para convocar testigos.
Ya existía, y aún existe, la Corte Internacional
de Justicia de La Haya pero ésta solo tiene atribuciones
para dirimir controversias entre Estados que se someten voluntariamente
a su jurisdicción, no tiene facultades para procesar a
personas. Por esto, la importancia de tener una corte para responsabilidades
penales individuales.
Recién en 1998 y tras superar intensas resistencias, una
conferencia internacional en Roma, Italia, aprobó el estatuto
de creación de la Corte Penal Internacional. Sin embargo,
no fue sino hasta el 1° de julio de 2002 que entró
en vigencia, después de haber superado el mínimo
de 60 países que ratificasen los estatutos.
Justamente, sólo a partir de esa fecha es que puede juzgar
crímenes, lo que deja fuera violaciones a los derechos
humanos ocurridos en años anteriores (a pesar de que éstos
no prescriben) y sólo a nivel suplementario, es decir si
el Estado no puede o no quiere hacerse cargo.
La sonrisa del imperio
La puesta en marcha de la CPI ha tenido muchísimos problemas
entre los que se cuentan que países más poblados
del mundo (China, con 1.300 millones, India, con 1.060, Estados
Unidos, con 290, e Indonesia, con 217) no quieren firmar. “Los
que hacen los pactos y violan los derechos humanos son los Estados.
Y si vemos bien, éstos son más de la mitad de la
humanidad”, comenta Roberto Garretón, representante
regional para América Latina y el Caribe de la Oficina
del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
A estos países se les suman Pakistán, Corea de Norte,
Irak e Israel, y la mayoría de las naciones bajo regímenes
militares, que optaron por quedar fuera de la jurisdicción
del tribunal.
La negativa al tratado le impide a Irak la posibilidad de poder
exigir justicia ante violaciones de derechos humanos en la invasión
que sufrió por parte de Estados Unidos, ya que la jurisdicción
de la CPI sólo alcanza a ciudadanos y a crímenes
de países que la hayan ratificado.
El gobierno de George W. Bush quitó su firma después
que el anterior presidente, Bill Clinton, anunciara su adhesión.
No sólo eso, sino que además ha firmado acuerdos
bilaterales con 89 de los 94 países que ratificaron para
que no persigan a sus ciudadanos, usando presiones económicas.
Por ejemplo, el Senado boliviano ratificó un acuerdo con
Estados Unidos que les aportó una ayuda de 8 millones de
dólares para las Fuerzas Armadas. En cambio, suspendió
cinco millones de dólares de ayuda militar para Colombia
porque ese país no firmó un acuerdo que garantice
inmunidad a los soldados estadounidenses ante la CPI. La Casa
Blanca también cortó los fondos para otros 34 países
que no firmaron acuerdos de inmunidad (que representan 48 millones
de dólares), entre los que figuran Brasil, Venezuela, Ecuador,
Paraguay y Uruguay.
En el caso de Chile los motivos para no ratificar el tratado
en el Poder Legislativo chocan con incompatibilidades con la Constitución,
ya que le modifica la esencia por otorgar facultades jurisdiccionales
a una magistratura extranjera para hechos ocurridos dentro del
territorio nacional, prerrogativa sólo pueden ejercer tribunales
chilenos. Esto, aunque el presidente Ricardo Lagos lo haya firmado.
“Esto viene de las debilidades de la transición.
El gobierno quiere, pero tiene que ratificar el Congreso y ellos,
de mayoría pinochetista, lo mandaron al Tribunal Constitucional,
que lo declaró inconstitucional”, declara Garretón.
A juicio de Luis Cortes, abogado de la Fundación de Ayuda
Social de Iglesias Cristianas (FASIC), “esto se debe la
doctrina de los tribunales chilenos de no sujetarse a la justicia
internacional. Chile tiene doble estándar, quiere estar
bien con los organismos exteriores (como pasó cuando tuvo
que tomar un punto de vista en la crisis iraquí) pero es
distinto en el interior”.
Otra de las debilidades de la CPI es la falta de financiamiento.
El escueto presupuesto de 84 millones de dólares para 2005
(diez millones más que el año anterior) le sirve
solo para mantener causas en la República Democrática
del Congo y Uganda. Es posible que los Estados que deberían
mantener la CPI destinen dinero para causas que les sean más
urgentes, como conseguir los últimos adelantos militares.
Estados Unidos, el país que más podría contribuir
monetariamente, no lo hará.
La pobreza es la peor arma de destrucción masiva
Como se ve, interesan más los acuerdos económicos
que las personas. Los problemas de derechos humanos tienen su
raíz en problemas de desigualdad económica y social,
que mantienen a muchas personas en estado de esclavitud. Permanentemente
sabemos de escándalos de trasnacionales como la cadena
de cafés norteamericana Starbucks que enfrenta acusaciones
por las condiciones de vida infrahumanas en las que trabajan sus
jornaleros en el Tercer Mundo.
Las guerras que hoy vemos son por problemas de índole
económica. Por el petróleo fue que se invadió
Irak. Los grandes desfalcos en América Latina ocurren en
complicidad con el sistema bancario internacional, que permite
que dictadores, empresarios y políticos corruptos desfalquen
y roben.
“La globalización tiene lados buenos y es que ciertos
valores humanos van avanzando, como la creación de la CPI.
Pero falta que la planetarización crezca hacia la incorporación
de la tipificación de otro tipo de delitos: ecológicos,
económicos, culturales y eso es parte del debate que todavía
está pendiente. Las dificultades que tiene el sistema internacional
para llevar a efecto las resoluciones de la Cumbre de la Tierra
de Río 1992 plantean que algo está fallando”,
dice Iván Cabezas, del movimiento Comercio Justo, asociación
comercial que busca el desarrollo sustentable para los productores
excluidos o con desventajas en los grandes circuitos del comercio
tradicional.
“La CPI no incluye crímenes económicos porque
eso significaría procesar al sistema financiero internacional,
al Banco Mundial, a la OMC (Organización Mundial de Comercio)
que son responsables a través de sus políticas monetarias
de conflictos humanos, depredaciones y calentamiento global de
la tierra”, agrega Cabezas.
Otro mundo es posible, pero más adelante
Las trabas que se le ponen a la CPI pueden hacer creer que será
un instrumento de adorno. Pero no hay que olvidar que es un recién
nacido, al que hay que darle tiempo, mucho tiempo, para que aprenda
a caminar. A pesar de sus imperfecciones es un gran logro que
exista.
Las políticas que tengan que ver con responsabilidad penal
no son rápidas, especialmente si tienen que pelear con
potencias que piensan que la CPI es para los demás. “En
derechos humanos la palabra clave es progresividad”, concluye
Roberto Carretón. “Yo creo en el TPI, pero creo que
va a ser eficiente en muchos años más”.